Ailton Krenak

DOI: doi.org/10.53368/EP65TEcdl01

Crítica del libro: Felipe Milanez*

  • Año: 2022
  • Editorial: Companhia das Letras, São Paulo
  • ISBN: 978-65-5921-154-8
  • Páginas: 122
  • Portugués, con previsión de publicación en español e inglés

Palabras clave: pensamiento indígena, ontologías, fin del mundo, ciudades, ríos, alianzas afectivas

Keywords: indigenous knowledge; ontologies; end of the world, cities; rivers; affective alliances

La transición necesaria, la transformación, no está en las tecnologías, sino en el pensamiento y en la existencia: el futuro es ancestral y está en el pasado. El nuevo libro de Ailton Krenak, Futuro ancestral, completa la espectacular trilogía de este gran pensador contemporáneo y profundiza el pensamiento del autor sobre temas fundamentales que ya han sido planteados en Ideas para postergar el fin del mundo y La vida no es útil, como el de la crisis civilizatoria al borde del colapso ecológico de la vida humana en la Tierra, que debe movilizar una gran transformación social. En su nueva obra, quiere valorar el momento presente: la riqueza incontenible de vivir el presente, de la vida, denunciando la mirada del futuro que es una ilusión, frente al colapso del ecosistema de la Tierra por el estrés del capitalismo acelerado. El futuro, afirma, es ancestral, el futuro es la propia tierra. De este modo, quiere traer al debate político los aportes fundamentales del pensamiento indígena, las ideas de naturaleza, ecología y cultura, y desmontar la hegemonía del neoliberalismo que clama por el individualismo y la usurpación del planeta.

Ailton Krenak es un filósofo originario que confronta las formas europeas y las cosmovisiones tradicionales del pensamiento. Es uno de los fundadores del movimiento indígena de Brasil en la década de 1980, cuyo trabajo quedó marcado en la Asamblea Constituyente y los derechos fundamentales de la Constitución Federal de 1988, con una célebre actuación discursiva en el Parlamento brasileño en la que defendió el modo de vida indígena frente a las propuestas de integración, asimilación y expoliación territorial.

El libro se compone de diferentes expresiones orales de Krenak entre 2020 y 2021. La fuerza de la lectura reside precisamente en la oralidad del pensamiento, que Krenak se empeña en mantener a lo largo de la trilogía. La nueva obra proyecta un pensamiento revolucionario sobre la necesidad de un cambio radical en la relación de la humanidad con la vida y el planeta: desde el capítulo inicial, un saludo a los ríos, la crisis de las ciudades y la urbanidad en un planeta en colapso, pasando por propuestas de educación para imaginar una nueva forma de habitar el planeta desde los modos especulativos del pensamiento indígena, y las alianzas afectivas que pueden animar una nueva forma de expresión de la política.

Krenak celebra el Watu, llamado Río Doce por los colonizadores, que fue golpeado por el crimen de la minera Vale en noviembre de 2015, con la ruptura de una presa que causó decenas de muertos y destruyó con un lodo tóxico toda la cuenca de este hermoso río. Es el río de los recuerdos, el «abuelo-río» que canta y protege a los niños.

Explica las redes de afecto que componían la Alianza de los Pueblos de los Bosques (Aliança dos Povos da Floresta), movimiento que reunió a indígenas y caucheros en el estado amazónico de Acre. Son redes de ideas que él llama de «alianzas afectivas», que surgen al revisitar la articulación que lideró en los años ochenta, junto con su amigo Chico Mendes, y que ligó intereses que parecían tan distantes: la unión de las luchas indígenas con las de los trabajadores forestales explotados. Lo que los indígenas y los caucheros pretendían no era la «ciudadanía», recuerda, sino un nuevo campo para el reconocimiento de los derechos en el bosque, con el término florestanía. Krenak ve en la resistencia de Chico Mendes y los caucheros contra las líneas de colonización una acción política que seguía el camino de Gandhi de resistencia pacífica. La defensa de los bienes comunes era la agenda central de la organización de los caucheros liderada por Chico. Los del Consejo Nacional de los Caucheros (CNS), como recuerda Krenak: «No querían estacas ni lotes, querían la fluidez del río, la continuidad del bosque» (p. 77). Krenak define esta experiencia de aprendizaje como un «contagio positivo de pensamiento, de cultura, una reflexión sobre lo común, en la que los caucheros que crearon las reservas extractivas equipararon el estatus de estas unidades de conservación de uso directo con el de las tierras indígenas» (p. 77-78), desde la experiencia colectiva de las reservas indígenas contra las propuestas individuales de propiedad de la tierra promovidas por el Estado. Esta relectura de las alianzas puede inspirar hoy nuevas alianzas afectivas, en diálogos con movimientos como el decrecimiento y otras alternativas al capitalismo y al desarrollo.

La voluntad de constituir una florestanía enfrentó las disputas con los terratenientes y la esclavitud en los seringais (cauchales), y dio lugar al encuentro de estos pueblos, los trabajadores de los seringais y los pueblos indígenas, que antes habían sido enemigos: «Lo que movió el encuentro de estos pueblos fue la comprensión de que había patrones entre ellos: terratenientes que reclamaban la propiedad de vastas regiones de bosques, donde indígenas y no indígenas eran sometidos a trabajo esclavo» (p. 79). Esta opresión del capital para la explotación de la Amazonia, recuerda, venía de ciudades distantes como São Paulo y Londres. Un desplazamiento geográfico que les dificultaba conocer las redes que financiaban la explotación a la que estaban sometidos. Pero consiguieron unirse y levantarse para eliminar la figura del patrón, lo que permitió vincular los intereses entre indígenas y caucheros como forma de conciencia colectiva de clase. La Alianza nació de la búsqueda de la igualdad en un experimento político.

Krenak critica la forma de la polis para encontrar en los bosques otras formas de organización de la vida colectiva. En el capítulo sobre ciudades y pandemias, construye una crítica contemporánea de la ciudad, tan naturalizada como evolución de la forma de habitar. Las ciudades se plantean como una oposición al lugar que llaman selva y se convierten en uno de los principales problemas de la desgastada escisión entre la humanidad y el planeta. Afirma: «Las ciudades son un sumidero de energía» (p. 53). De modo que el cuerpo de la Tierra ya no puede soportar las ciudades, o estas ciudades que se configuran, dice, con personas protegidas por muros separados del exterior, siendo este resto la selva, donde late la vida.

Al exponer la dimensión de la ciudad como sumidero de energía, Krenak invoca una crítica que siempre merece estar en primer plano en Brasil, donde las hidroeléctricas supuestamente producen energía limpia: «Si le pones un filtro de sangre, se atasca» (p. 53). La producción de energía con la destrucción de los ríos es también una tecnología que genera pobreza en el país, como en el caso de Belo Monte, con la expulsión de la población que vivía en la Volta Grande do Xingu. La urbanidad instituye un modo de vida de necrocapitalismo, y la dimensión de la muerte también es expuesta por una crítica a la arquitectura contemporánea, que necesita del cemento, del hierro y del consumo de materiales no renovables. «No conozco ninguna montaña que vuelva a producir cemento y piedra después de haberlos extraído de su cuerpo» (p. 59). En este mismo camino se encuentra con la cultura sanitarista, que identifica las palabras urbanizar e higienizar. «En esta dirección, la selva, los bosques, los ecosistemas vivos, con su evidente capacidad de producir vida y también virus, constituirán lugares que hay que rodear para no contaminar las ciudades».

Ante tantas incertidumbres, Ailton Krenak no se deja rendir por la distopía del fin del mundo. Esta narrativa, insiste, «sirve para hacernos renunciar a nuestros sueños, y dentro de nuestros sueños están los recuerdos de la tierra y de nuestros antepasados» (p. 37).

* Profesor de la Universidad Federal de Bahia / E-mail:  felipemilanez@ufba.br

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