Jurema Machado de A. Souza* y Felipe Milanez**

Traducido por Pablo Pellicer

DOI: doi.org/10.53368/EP67VyExRamb01

Olinda Yawar Tupinambá, indígena de los pueblos tupinambá y pataxó hãhãhãi, es cineasta y activista ambiental. Lidera una acción de reforestación en la tierra indígena (TI) Caramuru-Paraguassu, ubicada en el sur de Bahía, Brasil, conocida como el Proyecto Kaapora. Olinda pertenece a una familia aguerrida de su pueblo y es sobrina de la pajé Maria de Fátima Muniz, también conocida como Olinda Yawar Nega Pataxó, quien fue asesinada en el ataque de una milicia rural llamada Invasão Zero, el 21 de enero de 2024. Después de un enérgico proceso de recuperación de tierras que duró treinta años, en 2012 el pueblo pataxó hãhãhãi logró retomar la totalidad de las 54 mil hectáreas de la TI Caramuru-Paraguassu. Al igual que otras líderes, Olinda ha recibido amenazas de muerte y vive bajo protección especial. A través de su trabajo audiovisual y artístico, ha llevado la voz de su pueblo al mundo. Sus obras se encuentran en los principales museos de Brasil, como el Museo de Arte de São Paulo (MASP) y la Pinacoteca de São Paulo. Además, Olinda es una de las artistas brasileñas invitadas a la 60.ª Exposición Internacional de Arte (Biennale Arte de Venecia) en 2024. La obra que presentaró se titula Equilíbrio y es una poderosa denuncia de la destrucción del planeta a través de la voz de la entidad Kaapora, interpretada por Olinda Yawar.

 

¿Como te identificarías y presentarías?

Soy Olinda, del pueblo tupinambá y pataxó. Resido en el sur de Bahía y, aunque soy periodista de formación, actualmente trabajo en el ámbito cinematográfico. Desempeño diversas funciones relacionadas con la producción cinematográfica, como guionista, curadora y evaluadora de convocatorias relacionadas con el cine. Aunque no hablo específicamente de arte, fue el cine el que me condujo a este campo. La expresión artística surgió como consecuencia de mi trabajo en el cine.

¿Qué te formó como activista artística y en la defensa ambiental?

Ser indígena nos coloca en una posición de activista, especialmente cuando hablamos de la cuestión ambiental y, por ende, de la disputa por la tierra. Crecí inmersa en este ambiente de lucha por la tierra, de recuperación de territorios, y con el sueño de algún día poder tener un territorio propio. Ese sueño se hizo realidad en 2012. Cuando decidí estudiar comunicación, fue precisamente debido a la cuestión territorial. En ese momento, deseaba que las personas no indígenas vieran, desde la perspectiva indígena, cómo eran las recuperaciones de tierras. Al finalizar el curso, realicé el documental Retomar para existir. Al principio, no pensaba trabajar en el cine, pero quería que mi familia se sintiera representada en mi trabajo y tuviera acceso a lo que producía, especialmente dentro de nuestra comunidad. Un año después, fui invitada a presentar la película en el festival Cine Kurumin, uno de los mayores festivales de cine indígena en Brasil. Fue allí donde comprendí la importancia del cine y cómo podía utilizarlo para abordar cuestiones en las que creía: prejuicio, territorio y medio ambiente. Entendí que el cine podía ser una poderosa forma de lucha.

¿Cómo valoras las implicaciones para tu pueblo del arte que produces?

Es muy difícil separar a la persona de la artista, porque mi trabajo está relacionado con la Tierra. La cuestión ambiental siempre ha sido muy importante para mí. Antes de la reconquista del territorio, existía la expectativa de una tierra que sería un territorio completo, un lugar saludable con árboles y ríos, y todas las complejidades que involucra el ecosistema. Esta perspectiva me generaba la sensación de que, al recuperar el territorio, encontraríamos eso. Sin embargo, cuando regresamos en 2012, fue un choque. Desde niña participé en las recuperaciones de tierra, y gran parte de mi familia siempre estuvo en la región de Caramuru,[1] que está bastante degradada. Después, empecé a visitar otras áreas ocupadas por indígenas, como Água Vermelha y Ourinho, que son zonas más boscosas y cuentan con la cultura del cacao cabruca.[2] En mi mente, al recuperar el territorio, este se volvería un lugar mejor. Pero, cuando llegamos a la región de Rio Pardo, me asusté, ya que estaba muy degradada. Al terminar la universidad y regresar, mi objetivo era reforestar: quería vivir en un lugar más saludable desde el punto de vista ambiental. Así nació el proyecto Kaapora. No solo quería tener un lugar reforestado, sino también inspirar a las personas de la comunidad a replicar esto en otras áreas. Cuando comencé a hacer cine, fui tratando en mis películas los temas que más me llamaban la atención. Utilizo personajes de la cosmología indígena, tales como la entidad Kaapora, para revivir la memoria colectiva. Durante mi infancia, la presencia de Kaapora, protectora de los bosques, era muy fuerte. Hablando de ella, intento reavivar la memoria colectiva que se ha ido perdiendo en la comunidad. Cuando me transformo en esta entidad utilizando los recuerdos de la infancia, la comunidad y las personas entienden lo que quiero transmitir. Kaapora y Equilíbrio son películas que me llenaron de satisfacción. No estaba simplemente hablando de una entidad indígena, sino tratando de revivir la memoria de lo que siempre hemos creído. Por eso, no puedo separar mi yo artístico de mi experiencia como persona indígena que vive en un territorio afectado por la violencia y la pérdida de elementos importantes de nuestra cultura.

Equilíbrio usa la misma entidad en un discurso sobre la cuestión ambiental. Observo que muchas personas hablan al respecto, incluidos investigadores y aquellos que la han estudiado durante años, pero a menudo no se los escucha. En mi opinión, es muy apropiado utilizar esta entidad para abordar la cuestión ambiental, ya que posee una autoridad y una fuerza especiales para comunicarse con las personas.

¿Cómo te transformas en entidades no humanas? ¿Cómo es tu relación entre el sueño y la lucha, y el mundo espiritual?

Para mí, es una transformación; siento que puedo imaginar otros mundos. El mundo de los árboles es un mundo específico y no siempre podemos acceder a él, pero, cuando me transformo en un árbol, siento una legitimidad que va más allá de ser simplemente Olinda hablando.

Los sueños tienen un poder profundo y están relacionados con mi familia. Siempre han tenido un significado especial: «Soñé, recibí un mensaje». Para mí, los sueños nunca están separados del mundo real; siempre traen un mensaje. En algunas de mis películas, he explorado estas conexiones al soñar con imágenes, partes de guiones o acciones que debía realizar. Es como si algo me guiara, y salir del guion también es liberador porque, al hacerlo, encontramos nuevos caminos.

Los sueños también están vinculados a mi abuela y su relación con ellos. Esto es espiritual. Aunque era una niña cuando mi abuela falleció, mi madre siempre dice que soy la nieta más parecida a ella en cuanto al cuidado de las plantas y los animales. Los sueños me han ayudado a reflexionar y a construir parte de mi arte. Creo en algo que rige el mundo, no solo como una creencia exclusiva de los pueblos indígenas, aunque la sociedad no indígena se haya alejado de lo espiritual. La rutina diaria y el trabajo nos desconectan de muchas cosas importantes que están presentes y a las que a veces no prestamos atención.

A mi modo de ver, la cuestión ambiental implica tener una relación más consciente con el planeta. Todo lo que tenemos proviene de la naturaleza. Incluso para construir una casa, hemos tenido que extraer arena y madera; tengo una escalera de madera que alguna vez fue un árbol. Actuar de manera más consciente significa comprender de dónde proviene lo que extraemos. No creo que podamos cambiar radicalmente la forma en que viven las personas, pero, si todos actuamos de manera más consciente y leve con respecto al planeta, limpiamos nuestro vínculo con el espíritu.

Los árboles también están conectados con nuestros ancestros, pues existían mucho antes de que apareciéramos como seres humanos. Vivir, en realidad, implica que a menudo tomamos la vida de otras criaturas, pero, al tener una huella más leve, podemos mantener un vínculo más limpio con todo lo que nos rodea.

Imagen 1: Performance de Olinda Yawar en el museo Pinacoteca de São Paulo. Fuente: Levi Fanan/Pinacoteca de São Paulo.

¿Cómo analizas la relación entre violencia y extractivismo?

La violencia es intrínseca a la apropiación de los territorios indígenas. Personas que invaden para extraer recursos naturales. Personas que quieren tener recursos, destruyendo bosques para vender madera o convertirlos en pastizales para ganado. Son personas que nunca quedan satisfechas, siempre quieren más. Si acaparan un espacio en un lugar, derriban y destruyen sus bosques, y al cabo de poco quieren otro espacio más. Son personas a las que no las preocupa preservar o mantener nada. Tan solo están preocupadas en continuar ganando dinero, mientras que los pueblos indígenas reciben la otra parte: la violencia. Porque intentamos resistir, intentamos estar en el territorio. Y la forma que tienen esas personas de conquistar el territorio es expulsando a las indígenas, quienes tan solo se perciben como obstáculos para obtener sus ansiadas tierras y bienes.

Lo que sucedió con tía Nega fue, para mí, uno de los peores momentos de mi vida. Nadie creía que algo así pudiera suceder, principalmente porque había presencia policial durante el ataque. Nosotras ya habíamos pasado por muchos períodos violentos, y uno de los lugares donde hubo más violencia durante la época del retorno a las tierras fue en Ourinho, donde vivía tía Nega. Recuerdo que hubo muchos tiroteos en aquella época, pero yo era pequeña. En aquel momento, no era algo que me causara miedo, pues no era capaz de comprender el alcance que podía tener, y que podía llevarse por delante la vida de las personas. De todos los procesos que vivimos, nunca había pasado por un ataque semejante al que sucedió ese enero. Habíamos sufrido emboscadas, asesinatos de líderes, pero nunca como respuesta directa a una acción de recuperación de tierras. En mi familia fue la primera vez que sufrimos una muerte así durante una recuperación. En consecuencia, se originó una revuelta.

¿Quién era tu tía, la pajé Nega, que fue asesinada?

Tía Nega se encontraba en el mejor momento de su vida: estaba aprendiendo a tocar la guitarra, estaba sacándose el carné de conducir, se había asentado, viajaba a encuentros de mujeres, promoviendo encuentros de mujeres en Paraty, en el sudeste de Brasil, con nuestra familia. Ella estaba en su momento, y le fue arrebatado.

Era una persona que no quería dejar a nadie de la familia sin apoyo. Apaciguaba las divergencias. Perdimos mucho, la unión de la familia perdió mucho. Cuando se pierde a una persona que tiene un papel así, de unión, la familia se desestructura. Yo no quiero ser líder porque sé que me podrían matar. Las cosas están muy complicadas por aquí.

¿Cuál es la memoria de Nega Pataxó que heredarán las futuras generaciones?

La importancia de las plantas y de las conversaciones, que ella protegía. Necesitamos reunirnos, incluso para hablar de lo que nos duele. Después de la muerte de tía Nega, las personas comprendieron la necesidad de fortalecernos, conversar y entendernos para fortalecer nuestra colectividad. De los últimos asesinatos ocurridos (más de treinta, desde la reconquista), fue la muerte que causó una mayor repercusión. Al mismo tiempo, me incomoda que se la recuerde como una guerrera en lucha. Estamos tan acostumbrados a la violencia que este tipo de relato se convierte en una especie de consuelo. Pero me incomoda que se la presente como guerrera después de morir, dándole un sentido de martirio, como si hubiera entregado su vida, pues no quiero naturalizar la muerte violenta, como si los asesinatos de activistas fueran una fatalidad natural porque están asumiendo un trabajo que casi nadie hace, como si lo hicieran por gusto.

¿Cómo es tu relación con el bosque por cuya reforestación luchas, la mata atlántica?

La primera atracción por el bosque me viene por el olor, principalmente en la época de floración. Siempre me gustaron las cosas coloridas, es magia: los tonos rojos, rosas o amarillos del ipé. Pero esto ha cambiado con las alteraciones climáticas. La mata atlántica se ha vuelto cada vez más y más pálida, y con las lluvias más irregulares los árboles no florecen cuando les toca. Y la flor es la vida: es un órgano sexual de las plantas que, al mismo tiempo, proporciona alimento para tantas otras especies. La mata atlántica traduce el sentido de la vida: las flores después serán las semillas que van a caer y de las cuales brotarán nuevas plantas. Para mí, esto es mágico.

* Profesora de la Universidad Federal de Recôncavo da Bahia. E-mail: jurema.machado@ufrb.edu.br.

**Profesor de la Universidad Federal de Bahía. E-mail: felipemilanez@ufba.br.

[1] Área de referencia de la tierra indígena por haber sido la primera zona de reocupación a través de una acción de recuperación en 1982.

[2] Plantación de cacao con cobertura de bosque nativo de la mata atlántica.

 

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