Rita Valencia*

DOI: doi.org/10.53368/EP63IVCbr03

Resumen: La crisis de las abejas se ha centrado en una especie, Apis mellifera, sin nombrar que lo que está enferma es nuestra forma de relacionarnos con ellas, nuestra ontología relacional. Al abrir la mirada a la gran diversidad de abejas, nos permitimos sentir y saber la compleja red de relaciones que conforman la vida. Esto nos recuerda que los pueblos originarios de Abya Yala han desarrollado diversos tipos de vínculos con las abejas nativas, que son parte de prácticas pluriversales de ser/estar en el mundo. Sin las abejas nativas, nos resultará imposible revertir la devastación de nuestros territorios propia del Plantacionceno/Capitaloceno.

Palabras clave: ecología decolonial, reexistencia, abejas nativas, red de vida

Abstract: The bee crisis has focused on one species, Apis mellifera, not to mention that it is our way of relating to them that is sick,, our relational ontology. By opening our eyes to the great diversity of bees, we allow ourselves to feel and know the complex web of life. This reminds us that indigenous people of Abya Yala developed diverse ways of relating to native bees, which are part of pluriversal practices of being in the world. Without native bees it will be impossible for us to reverse the devastation of our territories during the Plantacioncene/Capitalocene periods.

Keywords: decolonial ecology, rexistence, native bees, web of life

Introducción

Imagen 1: Altar que guía conversaciones sobre abejas. Autora: Rita Valencia.

Las abejas se han convertido en una imagen icónica de la devastación ambiental a escala planetaria. Se han hecho campañas, anuncios, tuits, memes para salvar las abejas. Sin embargo, la mayor parte de esos esfuerzos en el mundo occidental se concentran en una especie: Apis mellifera. Esta especie fue introducida en Abya Yala por los conquistadores europeos porque conocían su manejo y también porque, en comparación con las abejas nativas, producen mucha más miel. Esclavizada hasta la actualidad, es la que ocupa nuestro imaginario. En la era de la devastación y el extractivismo del Plantacionceno, Apis mellifera reina y sufre dentro de la lógica imperante del monocultivo:

La plantación es un momento de transformación en la historia humana y natural a escala mundial. La violencia racializada, la alienación de la tierra y la pérdida de especies son temas recurrentes del Plantacionceno. Abren una conversación a otras formas de teorizar los mundos producidos dentro y en contra de las relaciones coloniales e imperiales de poder —dinámicas que a menudo son oscurecidas por la preocupante blancura del ambientalismo—. La plantación, observó Sidney Mintz hace mucho tiempo, era una «síntesis de campo y fábrica», un sistema agroindustrial de empresa integral del ascenso histórico y el crecimiento del capitalismo. La plantación y los reordenamientos de la vida que la acompañan se producen a través de procesos de alienación de la tierra, extracción de mano de obra y violencia racial (Allewaert et al., 2020).

Las plantaciones son simplificaciones ecológicas en las que todo lo vivo se convierte en recurso de acumulación de capital y generan ciclos de degradación continua. La lógica del Plantacionceno y su reproducción ha sido interiorizada en muchos lugares y formas. Este imperialismo ecológico nos ha hecho olvidar y romper los vínculos con las más de veinte mil especies conocidas de abejas (Danforth et al., 2019). Las abejas solitarias, silvestres, son las más olvidadas, las más invisibles de todas, y ahora, como con todo lo vivo y lo no vivo, nos afanamos en buscar una forma de justificar su existencia en términos de servicios ambientales. El antropocentrismo es, en la práctica, el discurso necesario para convertir la naturaleza en mercancía. La colonialidad del poder y del saber genera transformaciones biológicas y ontológicas en nuestra relación con la red de vida, esclavizando unas especies e invisibilizando otras: amenazándolas a todas.

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Desorden del colapso de la colonias

Apis mellifera se adapta a distintos ecosistemas, produce mucha miel, cera, propóleo y jalea real, además se ofrecer el servicio ambiental de la polinización. Siguiendo la lógica imperante del Plantacionceno, en Europa y Estados Unidos, viajan grandes tráileres llenos de abejas de un campo de monocultivo a otro. En California, Estados Unidos, casi tres mil trescientos kilómetros cuadrados de árboles de almendra entran en floración al mismo tiempo y, para que puedan dar fruto, deben ser polinizados por abejas (Jabr, 2013). Pensemos en este monocultivo, en el suelo al que se le extraen de manera masiva los mismos nutrientes simultáneamente, en los fertilizantes que requiere, en ese paisaje monocromático y en la gente que trabaja fertilizando, fumigando, regando, podando, cosechando. A eso sumémosle treinta y un mil millones de abejas Apis mellifera transportadas en miles de camiones de todo el país para la polinización. De ahí, serán llevadas a muchos otros destinos de polinización de monocultivos: cerezas, ciruelas y aguacates en California; manzanas y cerezas en Washington; alfalfa y girasol en Dakota del Sur y del Norte; cítricos en Florida; calabazas en Texas; arándanos en Míchigan y Wisconsin. Estas y otras prácticas explotadoras han conducido a lo que se conoce como desorden del colapso de la colonias (CCD por sus siglas en inglés): la repentina muerte y desaparición masiva de colmenas. Forzar el «trabajo» y el hacinamiento de tantas abejas genera la proliferación y rápida expansión de virus, hongos y parásitos. Además, la miel que producen y de la que se alimentan está empobrecida por provenir de monocultivo. Ni hablar de la desorientación de sus sistemas de georreferenciación, de la forma en la que viven y mueren estas abejas (Jabr, 2013). Frente al desorden del colapso de las colonias:

Los genetistas están peinando el genoma de la abeja recientemente mapeado, los patólogos de insectos están tratando de aislar un culpable viral, los toxicólogos están rastreando residuos químicos y los entomólogos bacterianos están limpiando los intestinos de las abejas enfermas. Sin embargo, pocos investigadores sitúan sistemáticamente la crisis, sea cual sea su causa, dentro de las relaciones históricas, políticas y económicas entre las abejas y los seres humanos. No basta con preguntar: ¿qué le está pasando a la abeja para causar esta crisis? En cambio, hay una pregunta más fundamental: ¿cómo la cambiante relación entre las abejas y los humanos ha hecho que la abeja moderna exista de una manera que la ha hecho vulnerable a nuevas amenazas? (Kosek, 2010: 650-651).

Entender el desastre que hemos provocado con Apis mellifera es comprender la perversión de la manipulación de esa especie. ¿Qué son estas abejas en su condición actual sino un sinónimo de ganadería, de superexplotación de la especie «niña de nuestros ojos»?

Imagen 2: Apis mellifera. Autora: Rita Valencia.

El declive de los polinizadores

Después está la africanización, otro resultado de nuestra manipulación productivista a partir de experimentos con abejas reinas africanas en Brasil (Athayde et al., 2016: 3). En esta ecuación, si producen más miel es porque acaparan más recursos en todos los sentidos y por ello tienen una mayor capacidad de desplazar a las abejas nativas:

Estudios realizados en Brasil y en otros países han demostrado que la abeja africana, en competencia con las especies de abejas nativas, ha comprometido y/o limitado: a) la polinización de las especies de plantas nativas (que muchas veces tienen especificidad de polinizadores); b) la disponibilidad de recursos (polen, néctar, resina) para las abejas nativas, y c) la capacidad de los polinizadores nativos de obtener recursos por disuasión o expulsión mediante la competencia con la abeja exótica (Athayde et al., 2016: 13).

La tan nociva fórmula de abejas es igual a miel que continúa hasta nuestros días ahora se mezcla también con versiones de polinización altamente tecnificada como forma de salida del desastre actual de los polinizadores. Sin embargo, un estudio reciente sobre el declive de los polinizadores muestra que una de sus principales causas es el cambio de uso de suelo, es decir, la forma en la que gestionamos la tierra (Dicks et al., 2021).

Imagen 3: El declive de los polinizadores. Fuente: Dicks et al., 2021.

Estos son los paisajes de devastación generados por el modelo y el imaginario del Plantacionceno en esta etapa de la hiperconcentración de tierras, es decir, el latifundismo del fin del mundo.

 

Conclusiones: abejas nativas para reexistir

La pregunta se vuelve entonces una cuestión ontológica y de vínculos con implicaciones prácticas: no solo cómo nos relacionamos con todas las abejas, sino cómo habitamos el pedacito de Madre Tierra que nos toca. Abrir el imaginario, vislumbrar otras posibilidades de ser/estar/comer/sanar, despertar otras sensibilidades mientras desalambramos la tierra, el corazón y el pensamiento. Mirar hacia atrás para caminar hacia delante, sembrar lo propio, lo que coevolucionó en diversidad en estos territorios a lo largo de milenios, ensoñar con otros calendarios, recuperar el tiempo de las abejas. Reexistir con ellas, con todas las abejas: sociales, semisociales, solitarias. No por los servicios que nos brindan, sino porque son y sin ellas nosotras y nosotros tampoco somos.

Es necesario comprender y sentir la violencia que la colonialidad supone también para los seres no humanos. La colonialidad ha buscado reconfigurar nuestros territorios a partir de una concepción del tiempo y el espacio que mira el tiempo de forma lineal y tiene una sola forma de entender la agricultura, la cría de animales, la producción, la energía, el trabajo, los géneros e incluso lo que es comida y lo que no lo es. Es una concreción corpórea definida y, por tanto, solo se resiste y se reexiste con prácticas cotidianas corpóreas subversivas e inmanentes.

Para la mirada eurocéntrica, los territorios y paisajes de Abya Yala no solo eran terra nullius, sino que además no eran productivos y sus alimentos eran indignos. Con el paso del tiempo y a través de procesos de apropiación, algunos alimentos pasaron a la matriz colonial para convertirse en elementos fundamentales de varias cocinas europeas, como el tomate y la papa. Sin embargo, el entorno natural y cultural del cual surgieron siguió considerándose primitivo. Los asentamientos, poblados y formas de organizar la vida común en convivencia con todo lo vivo, incluidas las abejas, resultaron incomprensibles a pesar de su abundancia. En Mesoamérica, aún en nuestros días seguimos repitiendo en la escuela el mito de que el colapso de los centros ceremoniales y administrativos mayas fue el colapso de los mayas. Seguimos preguntándonos qué habrá pasado con esa civilización, cuando bien sabemos que hay millones de descendientes mayas que siguen habitando, pese a la guerra para su exterminio, un territorio que abarca desde el sur de Tabasco hasta Honduras, cruzando la arrasada geografía guatemalteca. Ahí siguen, como también continúa existiendo su legado: la selva cocreada durante milenios de interrelación con una enorme diversidad de especies, entre ellas las abejas nativas. El mito de la selva vacía es otro invento colonial que debe desmontarse. Siguiendo la línea propuesta por Ford y Nigh (2015), los mayas desarrollaron conocimientos y habilidades cuyo legado a largo plazo es el paisaje, los sistemas biodiversos que dieron y dan sustento. Prueba de ello es lo que escribió Cortés, en su quinta carta de relación, al contar su periplo para llegar al lago de Petén Itzá, atravesando Tabasco, Acalán y la zona central del Petén. En todo este trayecto encontró poblados intercalados con milpas y selvas densas con árboles frutales, maderables, medicinales (lo que en términos modernos de permacultura llamarían bosques comestibles). Halló comida suficiente para alimentar a su ejército de tres mil guerreros del altiplano y cien caballeros españoles durante esta travesía. En este intrincado sistema están las abejas nativas, polinizadoras por excelencia, cocreadoras de territorio. Los conocimientos de los mayas incluían la sabiduría del respeto que se materializa en la ofrenda, en el dar de comer para que nosotros y todos comamos, en la sabiduría de la interdependencia y el cuidado. Esto implica reconectar con las abejas nativas, aprender a escucharlas, mirarlas y sentirlas desde su inteligencia y sabiduría, como poseedoras de conocimientos, como maestras y guías. Reconocerlas como hilos que tejen la red de vida de nuestros territorios.

 

Referencias

Allewaert, M., P. Gómez, G. Mitman et al., 2019. «Plantation Legacies». Edge Effects (22 de enero). Disponible en: https://edgeeffects.net/plantation-legacies-plantationocene/, consultado el 23 de mayo de 2022.

Athayde, S., J. R. Stepp y W. Ballester, 2016. «Engaging Indigenous and Academic Knowledge on Bees in the Amazon: Implications for Environmental Management and Transdisciplinary Research». Journal of Ethnobiology and Ethnomedicine, 12, p. 26.

Danforth, B., R. Minckley y J. Neff, 2019. The Solitary Bees. Biology, Evolution, Conservation. Princeton, Princeton University.

Dicks, L. V., T. D. Breeze, H. T. Ngo et al., 2021, «A Global-Scale Expert Assessment of Drivers and Risks Associated with Pollinator Decline». Nature, Ecology & Evolution, 5, pp. 1453-1461.

Ford, A., y R. Nigh, 2015. The Maya Forest Garden. Eight Millenia of Sustainable Cultivation of the Tropical Woodlands. Walnut Creek, Left Coast.

Jabr, F., 2013. The Mind-Boggling Math of Migratory Beekeeping. Scientific American (1 de septiembre). Disponible en: https://www.scientificamerican.com/article/migratory-beekeeping-mind-boggling-math/, consultado el 23 de mayo de 2022.

Kosek, J., 2010. «Ecologies of Empire: On the New Uses of the Honeybee». Cultural Anthropology, 25 (4), pp. 650-678.

* E-mail: ritavalenciax@gmail.com Investigadora independiente

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