Violencias como condición de los extractivismos[1]
Alberto Acosta*
DOI: doi.org/10.53368/EP67VyExEP03
El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega incluso a llevar las almas al paraíso.
Cristóbal Colón[2]
Resumen: Las violencias caminan de la mano de diversos extractivismos: formas de apropiación masiva de bienes naturales, que configuran una modalidad de acumulación entendible dentro de la lógica de la división internacional del trabajo, cargada de una muy larga historia. Sus impactos son inconmensurables y múltiples. Son violencias que golpean, por igual, en el ámbito de la democracia y de la misma economía tanto como en la naturaleza, mucho más allá de los territorios directamente afectados. Son violencias que se expanden y complejizan en la medida en que se interrelaciona esta modalidad de acumulación con diversas formas del crimen organizado. Conocer lo que significan los extractivismos, sus orígenes, su evolución y sus perspectivas nos permitirá entender cómo se da la construcción social de las violencias. Comprender la esencia de este proceso abre la puerta para impulsar salidas destinadas a parar tanta destrucción y, simultáneamente, para construir estrategias que permitan caminar hacia otros horizontes civilizatorios.
Palabras clave: extractivismos, violencias, saqueo, colonización, maldición de la abundancia, desarrollo, progreso.
Abstract: Violence walks hand in hand with various forms of extractivism: massive appropriation of natural resources that constitute an accumulation modality understandable within the logic of the international division of labor, laden with a long history. Its impacts are immeasurable and manifold. These violences strike equally in the realms of democracy and the economy, as well as in Nature, extending far beyond the directly affected territories. They expand and become more complex as this accumulation modality interrelates with various forms of organized crime. Understanding the meaning and origins of extractivism, as well as its evolution and perspectives, allows us to comprehend how the social construction of violence occurs. Grasping the essence of this process opens the door to pursuing solutions aimed at halting such destruction and simultaneously building strategies that lead toward alternative civilizational horizons.
Keywords: extractivism, violence, plunder, colonization, the curse of abundance, development, progress.
Introducción
Páginas y páginas de análisis serían necesarias para dimensionar a cabalidad los pormenores de las múltiples violencias vinculadas a los extractivismos. Los profundos impactos sociales y culturales, psicosociales y de salud pública, al igual que los destrozos de la naturaleza e incluso las afectaciones a los aparatos productivos locales son inconmensurables. Son violencias que impactan, por igual, en el ámbito de la justicia, de la democracia y de la misma economía nacional, mucho más allá de los territorios directamente afectados. Sus impactos aparecen a través de las flexibilizaciones ambientales e inclusive laborales para alentar las inversiones en los diversos extractivismos, así como derivados de las lógicas rentistas, clientelares y autoritarias que conllevan. Todo esto va en línea con el sistemático desmonte de las normas básicas de la seguridad jurídica integral en beneficio de las empresas privadas, sobre todo transnacionales, en un terreno en donde la ilegalidad y la alegalidad trotan juntas. Y estas múltiples violencias se expanden y complejizan más y más en la medida en que esta modalidad de acumulación se interrelaciona con diversas formas del crimen organizado.
Conocer lo que significan los extractivismos y sus orígenes, tanto como su evolución y perspectivas, nos permitirá entender cómo se da la construcción social de las violencias. Eso es lo que proponemos en estas pocas líneas.
De las violencias coloniales a las republicanas
En el terreno práctico, Cristóbal Colón, motivado por acceder a los productos y materias primas de las Indias, con sus cuatro viajes desde 1492, sentó las bases de la dominación colonial, con consecuencias indudablemente presentes hasta nuestros días. Así, paulatinamente se estructuró —de forma violenta— el sistema-mundo capitalista. Los extractivismos, en la actualidad, levantando la promesa del progreso y del desarrollo, se expanden en el mundo, siempre violentando territorios, cuerpos y subjetividades. De hecho, la violencia extractivista hasta podría verse como una forma concreta que toma la violencia estructural del capitalismo en el caso de las sociedades periféricas condenadas a la acumulación primario-exportadora. Tal violencia estructural es su marca de nacimiento, pues —como bien señaló Carlos Marx (2018)— este sistema vino «al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza».
Como elemento fundacional de dicha civilización se consolidó la modalidad de acumulación extractiva, determinada desde entonces por las demandas de los centros del capitalismo metropolitano. Y en este contexto, como veremos más adelante, emergen con creciente fuerza diversas formas del crimen organizado.
En términos amplios hablamos de extractivismos cuando se extraen recursos naturales no renovables en volúmenes altos o bajo procedimientos intensivos; algunos de estos recursos no requieren de procesamiento o se los procesa de manera muy limitada. En su mayoría —no siempre— se trata de grandes montos de inversión y estas actividades provocan efectos macroeconómicos relevantes; ocasionan grandes impactos sociales, ambientales y culturales en los territorios afectados, y al orientarlos a la exportación devienen en commodities. Los extractivismos no se limitan a minerales o petróleo (Gudynas, 2015). Los hay también de tipo agrario, forestal, pesquero. Y, por cierto, sus efectos se esparcen por el resto de la sociedad afectándola e influyendo en los marcos institucionales de justicia y democracia, así como en las economías nacionales e incluso en los países vecinos.
En suma, el concepto «extractivismos», junto con los conceptos «acumulación originaria» (Carlos Marx), «acaparamiento de tierras» (Landnahme, en el sentido de Rosa Luxemburg, 1978), «acumulación por desposesión» (Harvey, 2003) e «extrahección» (Gudynas, 2013), nos permite explicar el saqueo, la acumulación, la concentración, la devastación colonial y neocolonial, así como la evolución del capitalismo moderno. Siguiendo a Gudynas, extraher hace referencia al acto de tomar o quitar con violencia los recursos naturales, atropellando derechos humanos y de la naturaleza. Desde esa perspectiva, en sus palabras, la violencia «no es una consecuencia de un tipo de extracción, sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales».
Aceptando las lecturas legadas por Marx, conocemos de sobra lo que significa el «modo de producción», en tanto particular disposición de las relaciones sociales de producción en una sociedad. En concreto, el modo de producción capitalista crea una modalidad de acumulación que caracteriza y determina la organización del trabajo, incluso la ubicación geográfica y el conocimiento técnico en el uso de las fuerzas productivas, así como los medios y los procesos técnicos empleados y las formas de aprovechamiento de la naturaleza; todo en función de las demandas del capital. Y en este esquema, la imparable mercantilización es el camino a través del que se expande —cual círculos concéntricos— la voracidad del capital, que engulle en sus fauces todas las formas de vida.
Sabemos también que el modo de acumulación primario-exportador dominante en los países periféricos es determinante en las estructuras económicas, sociales e inclusive políticas. Más aún, de él se derivan influencias culturales que terminan en aberraciones como, por ejemplo, una suerte de ADN extractivista enquistado en estas sociedades: amplios segmentos de la población, incluidos ciertos intelectuales y políticos que reniegan del capitalismo, asoman atrapados en las (i)lógicas extractivistas y rentistas.
El capital acumula en cualquier circunstancia. Esa es su esencia y su razón de ser. Ese objetivo se consigue aumentando el plusvalor extraído con la explotación de la fuerza de trabajo. Lucra por igual con la renta de la naturaleza, a través de los extractivismos, por cierto. Y cuando el capital no logra acumular produciendo, busca acumular especulando, incluso mediado por los extractivismos, basta registrar los mercados de futuro del petróleo, los minerales o cereales. De ahí viene la creciente glotonería contemporánea por más y más recursos naturales a los que se mercantiliza incluso antes de extraerlos, todo para cristalizar la acumulación. Esto se registra cada vez con una mayor destrucción de la naturaleza y de las comunidades, sobre todo las cercanas a los lugares de explotación.
En este punto, podemos mencionar otras formas de explotación más sofisticadas, originadas en las propuestas desarrolladas en el marco de diversas cumbres climáticas y en línea con el «consenso de descarbonización» (Bringel y Svampa, 2023), que han derivado en la imparable mercantilización de la naturaleza, con varias opciones de extractivismo verde. Es el caso, a modo de ejemplo, de los mercados de carbono impulsados por el mecanismo de reducción de emisiones causadas por la deforestación y la degradación de los bosques (REDD). Igualmente se podría mencionar la presión extractivista desatada por la transición energética corporativa, que ha aumentado la demanda de minerales como el litio y el cobre para los automóviles eléctricos, o la madera de balsa para los aerogeneradores. Y también influyen aquellas cada vez más agresivas tecnologías que, como el fracking, buscan ampliar la extracción petrolera.
Paradojas y patologías de la maldición de la abundancia
Las historias acumuladas e incluso la evidencia, sin establecer una norma rígida, permiten afirmar que la pobreza económica asoma como consustancial a la disponibilidad de recursos naturales, que determina el funcionamiento de las economías. Así, los países «ricos» en recursos naturales, cuya economía es dependiente de su extracción y exportación, encuentran mayores dificultades para dar bienestar a su gente que los países que no disponen de esas enormes riquezas. Estos países primario-exportadores parecen estar condenados al subdesarrollo; más aún los que disponen de una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios. Sus economías y sociedades están atrapadas en una lógica perversa conocida en la teoría como «paradoja de la abundancia» o «maldición de los recursos». Para ponerlo en términos provocadores, hablemos de una suerte de «maldición de la abundancia» (Acosta, 2009), que es aún más evidente en aquellas naciones herederas de un cruel origen colonial, que las condenó a seguir alimentando con materias primas la acumulación capitalista globalizada, muchas veces de sus otrora colonizadores.
Así, las violencias —en sus más diversas formas— marcan la vida de los países atrapados por esta «maldición». La miseria de grandes masas parecería ser, por tanto, consustancial a la presencia de ingentes cantidades de recursos naturales (con alta renta diferencial). Esa gran disponibilidad de recursos naturales acentúa la distorsión de las estructuras económicas y de la asignación de factores productivos. En consonancia, muchas veces se redistribuye regresivamente el ingreso nacional, se concentra la riqueza en pocas manos y se incentiva la succión de valor económico desde las periferias hacia los centros capitalistas. Esto genera una dependencia estructural, pues la supervivencia de estos países está subordinada al mercado mundial, donde se cristalizan las demandas de la acumulación global.
A pesar de esas constataciones, los dogmas del libre mercado, transformados en alfa y omega de la economía —ortodoxa— y de la realidad social en general, tozudamente siguen recurriendo al viejo argumento de aprovechar las ventajas comparativas. Este dogma librecambista se complementa con otros: el mercado como regulador inigualable, las privatizaciones como camino único a la eficiencia, la competitividad como virtud por excelencia, la mercantilización de todo aspecto humano y natural…
En suma —como propone Jürgen Schuldt (2005), también para forzar la discusión—, hablamos de países pobres porque son «ricos» en recursos naturales. Y en este empobrecimiento casi estructural, la violencia no solo es determinante, es condición necesaria.
Tengamos presente que las violencias deambulan en diversos ámbitos. Dentro de los países extractivistas, las comunidades en cuyos territorios o vecindades se realizan estas actividades sufren directamente varias violencias socioambientales, culturales, corporales y simbólicas. Esta modalidad de acumulación impacta también porque no requiere del mercado interno e incluso puede funcionar con salarios decrecientes. La renta extractiva mata la presión social que obliga a reinvertir en mejoras de productividad y en el respeto a la naturaleza. Es más, la renta de la naturaleza, en tanto fuente principal de financiamiento de esas economías, tiende a atrofiar las estructuras productivas. Con su accionar, cargado de corrupción y cortoplacismo, estos extractivismos terminan por trabar la planificación económica. Y por igual afloran otras patologías, como la «enfermedad holandesa», la proliferación de la corrupción y de mentalidades rentistas, los conflictos recurrentes entre empresas y comunidades y, en todos los casos, el masivo deterioro del entorno con salida neta de recursos naturales.
Hay más: las compañías extractivistas, en especial extranjeras, junto con Gobiernos nacionales cómplices, construyen un marco jurídico favorable y hasta aprovechan —vía puertas giratorias— que sus propios funcionarios o intermediaros estén incrustados en las instancias gubernamentales, no solo buscando que ingresen al país las inversiones extranjeras, sino, sobre todo, velando para que las reformas legales o inclusive el abierto irrespeto de las leyes les sean ventajosos. Esta relación subordinada a los intereses del mercado extractivista aflora con frecuencia inclusive en las empresas estatales, que actúan de forma parecida a las transnacionales, pero levantando la bandera del nacionalismo…
Los extractivismos permiten que surjan Estados rentistas, autoritarios y paternalistas, cuya incidencia está atada a la capacidad política de gestionar la renta de la naturaleza. Son Estados que al monopolio de la violencia política añaden el monopolio de la riqueza natural. Aunque parezca paradójico, este tipo de Estado, que se desespera por multiplicar permanentemente los ingresos fiscales, muchas veces delega parte sustantiva de las tareas sociales a las empresas extractivistas; es decir, abandona —desde la perspectiva convencional del desarrollo— amplias regiones. En esta desterritorialización del Estado o refeudalización de los territorios (Kaltmeier, 2018), se consolidan respuestas propias de un Estado policial que reprime a las víctimas del sistema al tiempo que declina el cumplimiento de sus obligaciones sociales y económicas, mientras brinda seguridad y defensa a las empresas extractivistas.
La suma de todos estos factores y situaciones incide en el ejercicio político —en especial durante un boom exportador—, profundizando el afán de los gobernantes de eternizarse en el poder, inclusive con el fin de acelerar reformas que a su criterio asoman como indispensables para transformar sociedades «atávicas» desde la todavía dominante visión de la modernidad, que margina y reprime los conocimientos y prácticas de los pueblos originarios particularmente, así como todo aquello que no coincida con su patrón civilizatorio.
Ante la ausencia de acuerdos nacionales para manejar estos recursos naturales, sin instituciones democráticas sólidas, sin respetar los derechos humanos y de la naturaleza, aparecen en escena diversos grupos de poder no cooperativos desesperados por obtener una tajada de la renta de la naturaleza. Así vemos marchar de la mano a las transnacionales y sus aliados criollos, la banca internacional, amplios sectores empresariales y financieros, incluso las Fuerzas Armadas y la Policía, así como algunos segmentos sociales con incidencia política, como la «aristocracia obrera» vinculada a los extractivismos. Así las cosas, en muchos países primario-exportadores, los Gobiernos y las élites dominantes, la nueva clase corporativa, han capturado no solo el Estado (sin mayores contrapesos), sino también medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados.
Además, sobre todo en la actualidad, es inocultable el maridaje entre extractivismo y crimen organizado. Como botón de muestra, se sabe muchas veces en dónde existe minería ilegal, incluso vinculada a las bandas criminales, y los Gobiernos no han hecho ni hacen nada para impedirlo. Es más, resulta manifiesta la coexistencia de actividades de las mineras «legales» —que con frecuencia son también ilegales al funcionar atropellando el marco institucional de sus países— con las propiamente ilegales, y de todas, directa o indirectamente, con los capitales del crimen organizado. Esto se da sea porque compran el mineral extraído de forma ilegal o porque incluso las mineras «legales» alientan la actividad ilegal, quizás aprovechando los trabajos de prospección de los mineros ilegales o entregando informaciones de estudios geológicos de yacimientos superficiales a esos mineros, para luego aparecer como salvadores de una situación caótica. También es cada vez más notoria la presencia de comunidades campesinas e indígenas que se pliegan a estas prácticas extractivistas, basta ver las cooperativas mineras en Bolivia.
En este breve recuento se podría mencionar la creciente intromisión de cargamentos de droga en las exportaciones de banano, harina de soja, maíz o café, productos provenientes de monocultivos agroexportadores. En paralelo avanzan imparables la extracción ilícita y la exportación masiva de maderas. Y estas actividades se entrelazan con otras, como el tráfico de personas, de vida silvestre, de combustibles, de armas.
Todo este complejo entramado de actividades lícitas e ilícitas a la postre desemboca en brutales afectaciones a la naturaleza, puesto que no se respetan las áreas naturales protegidas, los territorios indígenas, las selvas y bosques, las cuencas hidrográficas, así como tampoco a las comunidades. Para mencionar un caso dramático, vemos como la Amazonía enfrenta ya no solo los tradicionales emprendimientos extractivistas y procesos de colonización descontrolados, sino que está cada vez más atrapada en la lógica del narcotráfico, incluso transnacional, al haberse convertido también en lugar de producción de la coca y de refinación y tráfico de la cocaína. Es importante comprender estas múltiples y complejas interrelaciones en lo que Fernando Carrión (2024) denomina «la red global del crimen», cuya incidencia configura verdaderos modelos de reproducción de la vida sobre bases de violencias estructurales y lógicas de creciente autoritarismo paraestatal.
En estas sociedades, en consecuencia, hay una inhibidora monomentalidad exportadora que ahoga la creatividad y los incentivos de los empresarios nacionales que, potencialmente, habrían invertido en ramas económicas con alto valor agregado y de retorno. Todo esto lleva a despreciar las capacidades y potencialidades humanas, colectivas y culturales del país. En este entorno se abre la puerta a una suerte de barbarie institucionalizada a través de la normalización de prácticas violentas, lo que hasta naturaliza los continuos irrespetos a derechos humanos y de la naturaleza, así como a la misma institucionalidad de los Estados.
Más allá de algunas diferenciaciones menores, en América Latina, la modalidad de acumulación extractivista está en la médula de la propuesta productiva de los Gobiernos tanto neoliberales como «progresistas». Lo que sí cabe destacar es que estos procesos, diversos y complejos, encontraron un terreno propicio en las presiones neoliberales para «achicar el tamaño del Estado», que, inclusive, abrieron la puerta a nuevas y más violentas actividades ilícitas. Los duros años de la pandemia contribuyeron también en este sentido.
A más extractivismos, más patriarcado, más colonialidad y menos democracia
Los extractivismos y sus violencias tienen una larga historia de destrucción y de enajenación. Su presente es aún peor que lo anteriormente experimentado e inclusive las expectativas —al menos inmediatas— auguran una agudización de esta dura realidad.
Estamos frente a una situación perversa pues —con demasiada frecuencia— se acepta el despojo extractivista como el precio a asumir para conseguir el progreso-desarrollo. Así, parecería que no hay capacidad para sacar conclusiones de la dura historia colonial y también republicana de estas economías primario-exportadoras, que explican las raíces de tantos problemas estructurales. El fin de acumular para progresar justifica los medios y los sacrificios a asumir…
En suma, para nada se incorporan en el análisis convencional —esbirro del capital— las aberraciones derivadas de economías atadas históricamente a un esquema de comercio exterior injusto y desigual, incluso en términos ecológicos. Nada se dice de las deudas históricas y ecológicas (no solo climáticas) que deberían asumir las naciones del capitalismo metropolitano. Aquí cabe añadir la biopiratería, impulsada por varias transnacionales que patentan en sus países de origen múltiples plantas y conocimientos indígenas.
En este complejo mundo —donde Estado y mercado se funden en una misma lógica— las violencias patriarcales encuentran territorio fértil. Bastaría ver los papeles de cada grupo humano en los diversos extractivismos: los hombres están destinados a asumir la mayoría de los trabajos «duros», propios para «los machos», en una compulsión derivada del imperativo de la masculinidad (Ortega, 2018), sea en las actividades petroleras, mineras, pesqueras o agroindustriales; mientras la mujeres normalmente se dedican a ocupaciones menos «duras» pero igualmente extenuantes, a más de otras tareas complementarias sobre todo en los enclaves extractivistas, como la prostitución. Y en este escenario la violencia de género y los femicidios están a la orden del día. Sin embargo, son las mujeres quienes, cada vez más, lideran la resistencia y la construcción de alternativas, pues entienden tempranamente los efectos de tanta violencia.
Aquí emerge con fuerza la violencia generada por las empresas extractivistas que avasallan a las comunidades y la violencia estatal, vinculada a la anterior, fundada en reprimir, hostigar, criminalizar y perseguir a los defensores de la vida. Víctimas en primera línea son los pueblos originarios, incluso por ser portadores de otras visiones de mundo contrarias a las lógicas impuestas por la modernidad.
Son muchos y diversos los mecanismos de control territorial utilizados por las empresas extractivistas con el apoyo y protagonismo de los Estados, a través, por ejemplo, de irregulares y abusivas compras de tierra, desalojos respaldados por la fuerza pública y con la complicidad de la justicia. La perversa combinación del poder transnacional-estatal, con el respaldo de los grandes medios de comunicación e inclusive de algunos centros académicos, margina y hasta ataca violentamente a quien se opone o simplemente cuestiona estas actividades.
Así, con este cúmulo de violencias, aprovechándose del manejo clientelar de los servicios públicos, manejados muchas veces por las empresas extractivistas, se logra asegurar el control sobre los territorios, a los que se vacía de su esencia de vida. La mayor erogación pública en actividades clientelares o a través del pago anticipado de regalías reduce las resistencias. Se da una suerte de «pacificación fiscal», dirigida a reducir la protesta social. Ejemplos son los diversos bonos empleados para paliar la extrema pobreza enmarcados en un clientelismo puro y duro, que premia a los grupos sumisos.
Los altos ingresos del Gobierno le permiten prevenir la configuración de grupos contestatarios o desplazarlos del poder, tanto los que defienden sus territorios como los que demandan derechos políticos y libertades. Estos Gobiernos pueden asignar cuantiosas sumas de dinero para reforzar sus controles internos, incluida la represión a opositores y a quienes critican las «indiscutibles bondades» extractivistas. Además, es común el irrespeto a las consultas socioambientales, por lo que, sin una efectiva participación ciudadana, se vacía la democracia, por más que se consulte repetidamente al pueblo en las urnas.
A la postre, la mayor de las maldiciones es la incapacidad para enfrentar el reto de construir alternativas a la acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus inocultables fracasos. Esta es una violencia subjetiva potente que impide tener una visión clara de los orígenes y las consecuencias de los problemas, lo que termina por limitar y hasta impedir la construcción de alternativas.
Conclusiones: las urgentes demandas del futuro
Para concluir, entendamos que los extractivismos y las políticas públicas que los cobijan y alientan forman parte de una suerte de necropolítica (Achille Mbembe dixit) destinada a sostener la civilización de la mercancía y el desperdicio, que se nutre de atropellar la vida. Es más, en la actualidad los extractivismos, con su patrón colonial de violencias presentes en toda la época republicana, se fusionan con nuevos esquemas y dispositivos tecnológicos, comunicacionales y financieros, en los cuales las diversas formas del crimen organizado han permeado casi del todo las economías, así como la vida política y la institucionalidad estatal de estas sociedades.
Entonces, si queremos salir de este manicomio extractivista es preciso adentrarnos en un análisis múltiple y profundo. Todas estas violencias deben ser conocidas, comprendidas y colocadas en el espacio correspondiente para comenzar a superarlas y construir alternativas de salida en clave de transiciones. Las supuestas bondades de los extractivismos, que en realidad no son más que falsas promesas sostenidas por medio de una serie de fábulas, deben desmontarse.
La salida pasa por parar tanta destrucción y construir estrategias para caminar hacia otros horizontes civilizatorios, que superen el espejismo del desarrollo y que, en consecuencia, cuestionen también la búsqueda del progreso, responsable de tantas aberraciones y destrucciones. Para empezar, toca potenciar las luchas de resistencia, que a la vez son de reexistencia, alentando el accionar comunitario sobre bases de un tejido de solidaridades múltiples cada vez más amplio dentro y fuera de los países. Igualmente es preciso incidir en todos los ámbitos de acción estratégica, sin minimizar la capacidad de acción del Estado y mucho menos el potencial de la integración regional y de acción internacional.
Entendamos que la coevolución entre los seres humanos y no humanos hace del posextractivismo una oportunidad insoslayable para enfrentar el colapso climático en marcha. Este es el punto. Nos toca tener como horizonte un mundo donde quepan otros mundos —es decir, en clave pluriversal (Kothari et. al., 2019)—, sin que ninguno de esos mundos sea marginado ni explotado, y donde todos los seres humanos y no humanos vivamos con dignidad y en armonía.
Referencias
Acosta, A., 2009. La maldición de la abundancia. Quito, CEP.
Bringel, B., y M. Svampa, 2023. «Del “consenso de los commodities” al “consenso de la descarbonización”». Nueva Sociedad, 306, pp. 51-70.
Carrión, F., 2024. La producción social de las violencias en Ecuador y América Latina. Histórica, estructural, plural y relacional. Quito, Flacso/Ildis-FES.
Colón, C., 1986. Los cuatro viajes. Testamento. Madrid, Alianza.
Gudynas, E., 2013. «Extracciones, extractivismos y extrahecciones». Observatorio del Desarrollo, 18, pp. 1-18.
Gudynas, E., 2015. Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la naturaleza. La Paz, Claes/Cedib.
Harvey, D., 2003. El nuevo imperialismo. Madrid, Akal.
Kaltmeier, O., 2018. Refeudalización: desigualdad social, economía y cultura política en América Latina en el temprano siglo xxi. Guadalajara, Calas.
Kothari, A., A. Salleh, A. Escobar et al. (eds.), 2019. Pluriverso: diccionario del posdesarrollo. Barcelona, Icaria.
Luxemburg, R., 1978. La acumulación del capital. Barcelona, Grijalbo.
Marx, C., 2018. El capital. Crítica de la economía política, t. I. Madrid, Alianza.
Ortega, A., 2018. «Cuando más fuerte es el imperativo de la masculinidad, más expuestos están a situaciones de riesgo». OPSur (15 de marzo). Disponible en: https://opsur.org.ar/2018/03/15/cuando-mas-fuerte-es-el-imperativo-de-la-masculinidad-mas-expuestos-estan-los-trabajadores-a-situaciones-de-riesgo/, consultado el 2 de junio.
Schuldt, J., 2005. ¿Somos pobres porque somos ricos? Recursos naturales, tecnología y globalización. Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú.
Teran-Mantovani, E., y M. Scarpacci, 2024. «Economías criminales, extractivismo y acumulación entrelazada: un análisis multiescalar de los nuevos escenarios latinoamericanos». Urvio, Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad, 38, pp. 8-31.
—
* Economista ecuatoriano. Compañero de lucha de los movimientos sociales. Ministro de Energía y Minas en 2007. Presidente de la Asamblea Constituyente entre 2007 y 2008. Profesor universitario. Autor de varios libros.
[1] Este texto sintetiza varias reflexiones sobre el tema realizadas desde hace muchos años por el autor.
[2] Cristóbal Colón menciona 175 veces la palabra oro y menos de 50 veces las palabras Dios o Ser Supremo en su bitácora de viaje (Colón, 1986).
—