Daniel Renfrew*

 

EL PLOMO: DE LA ANTIGÜEDAD A LA GLOBALIZACIÓN, DEL NORTE AL SUR

El envenenamiento por plomo es la enfermedad ambiental más antigua del mundo y la más estudiada científicamente (Bellinger, 2004). Desde la antigüedad, este metal fue usado en las primeras tablas de escritura del medio oriente, en los acueductos romanos, la cerámica indígena americana, y los cosméticos africanos y chinos (Nriagu, 1983). Era también un metal trascendental para la revolución industrial y la producción e infraestructura capitalista durante los siglos XIX y XX (Markowitz y Rosner, 2002). En sí, el legado del plomo, un potente neurotóxico y asaltante de casi todos los órganos y sistemas corporales, con especial amenaza al desarrollo intelectual infantil, se convirtió en el riesgo más extendido para la salud de los niños norteamericanos durante la segunda mitad del siglo XX (Bellinger, 2004). Y la historia del plomo se sigue escribiendo. La intensificación y expansión geográfica de procesos industriales a nivel mundial bajo la globalización y el neoliberalismo, han propulsado el continuo «redescubrimiento» de los efectos tóxicos del plomo en el mundo globalizado.

Fue en esta amalgama de legado industrial y globalización neoliberal que se descubrió en Uruguay una contaminación masiva por plomo a partir del 2001 (Amorín, 2001; Matos, 2001).(1) La historia empezó con una familia del barrio obrero montevideano de La Teja cuyo hijo padecía una anemia y fuertes dolores de cabeza. Un pediatra decidió mandar una plombemia (análisis de plomo en sangre) que dio positivo. Luego otras familias de la zona reconocieron síntomas parecidos en sus hijos. La alerta corrió como rá- faga por el barrio, retumbado por la prensa, y las familias, preocupadas e indignadas, se empezaron a organizar. El movimiento popular anti-plomo, nacido en asambleas barriales, luego se cimentó en la Comisión de vecinos Vivir sin Plomo (CVSP). Sobre una base de vecinos y militantes sociales barriales, el movimiento juntó a periodistas, pediatras, profesionales, la radio y prensa comunitaria, y organizaciones sociales de la zona. Luego se encontraron también «brotes» de plomo en otras zonas de la ciudad, y en ciudades del Interior del país. Los medios masivos de comunicación hicieron tronar a la problemática hasta que el «plomo» y la «plombemia» se volvieron palabras comunes en el vocabulario uruguayo del nuevo milenio.

EL SILENCIO OFICIAL

En el 2001, respondiendo a fuertes presiones sociales y mediáticas, una Comisión Interinstitucional fue establecida bajo la dirección del Ministerio de Salud Pública (MSP) para dirigir las intervenciones estatales en el caso plomo. La Comisión, maniobrando entre el diálogo y el conflicto con los vecinos, estableció las siguientes medidas entre el 2001-2006: normativas de intervención médica y ambiental; la apertura de una policlínica pediátrica especializada en el plomo y contaminantes químicos ambientales; estudios puntuales de plomo en suelos, aire, y agua; apoyo alimenticio a familias carenciadas con hijos contaminados; y el realojo de decenas de familias en situación de contaminación y pobreza extrema, en algunos casos de barrios enteros de los «asentamientos irregulares». Además, hubo logros en cuanto a nueva legislación reglamentando el uso, comercialización y disposición final del plomo y sus derivados, y en el 2004 se dejó de producir y comercializar las naftas (gasolina) con tetraetilo de plomo.

Sin embargo, la CVSP y sus aliados, incluyendo la flamante policlínica «de plomo», denunciaban lo que entendían como respuestas oficiales insuficientes, y en ciertos casos negligentes. Una de las denuncias recurrentes era el uso oficial de un umbral de intervención médica a partir de los 20 µg/dL (microgramos de plomo por decilitro de sangre), duplicando el umbral recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de los EE UU desde el 1991. Las autoridades médicas negaban sistemáticamente los riesgos para la salud de la contaminación plúmbica a niveles debajo de 20 µg/dL. Nunca se cumplió, además, con la promesa del MSP de implementar un estudio epidemiológico universal. Lo más cerca que se llegó fue un estudio de plombemia de 6.000 residentes del barrio La Teja en el 2001, demostrando que más de 60% de los niños tejanos sufrían niveles de plomo en sangre superior a los 10 µg/dL (Mañay el al, 2003). Con este y estudios similares, se podría deducir que hasta decenas de miles de niños en zonas urbanas padecían una contaminación por plomo rondando o superior a los 10 µg/dL, el nivel designado como «intoxicación» a nivel mundial (Mañay et al, 2008).(2) Como el umbral de intervención se mantuvo a 20 µg/dL, no obstante, los parámetros de la epidemia se pudieron delimitar y contener «oficialmente» a una población de centenares, y no miles, de niños uruguayos, manteniendo así el silencio oficial sobre el verdadero alcance de la epidemia.

LA ECOLOGÍA POLÍTICA DE LA CONTAMINACIÓN

Sumada a la larga historia universal de la contaminación por plomo, la intoxicación ocupacional (o el «saturnismo») se conocía bien en Uruguay desde el siglo XX, y hubo ejemplos previos de contaminación infantil y barrial en los años noventa (Schutz et al, 1997). Sin embargo, no fue hasta principios de este siglo, en una combinación de factores estructurales, simbólicos y políticos, que se reconoció a la contaminación por plomo como una amenaza social, ambiental y colectiva en el Uruguay. Aunque el presente artículo no nos permite hacer una explicación detallada de estos procesos, ofrecemos aquí unas pistas de cómo se juntaron las dimensiones materiales y simbólicas en una coyuntura que presentara el «estallido» de la contaminación por plomo como una problemática socio-ambiental.(3)

Como en otros países de la región, los años de reformas neoliberales resultaron en un aumento súbito de la pobreza, el desempleo y la desigualdad, el desmantelamiento de los servicios sociales del Estado y la progresiva desindustrialización de barrios urbanos enteros, como ocurrió en La Teja. Transformaciones productivas y consumistas de los noventa incluyeron un aumento de uso del plomo en procesos industriales de exportación, la importación de nuevos productos de consumo con plomo, un fuerte crecimiento del parque motor con la correspondiente circulación de vehículos que utilizaban las naftas con plomo y el auge de la economía informal, incluyendo procesos altamente contaminantes como la «quema de cables» eléctricos para la recuperación de cobre y el reciclado clandestino de metales y baterías (Renfrew, 2009: 93-96; SMU, 2001).

Las reformas neoliberales, sumadas a la crisis económica desde fines de los noventa, incrementaron tanto nuevos procesos de degradación y contaminación ambiental, como el aumento agudo de la vulnerabilidad social a los efectos de la contaminación. La crisis de la vivienda resultó en una profunda reestructuración socio-espacial de Montevideo y otras ciudades, incluyendo el realojo económicamente «forzado» de miles de personas a los asentamientos irregulares. Varios de los nuevos asentamientos se construyeron sobre tierras marginales que otrora eran basurales o sitios de desechos industriales, por ejemplo sobre los márgenes de los arroyos urbanos, en tierras baldías o en plazas industriales abandonadas. De esta manera, los pobres, ya perjudicados por altos niveles de malnutrición y una atención médica carenciada, se encontraron en situaciones de alto riesgo y vulnerabilidad por asentarse directamente en zonas de extrema contaminación, a veces agudizada por sus propias actividades en la economía informal.

Dentro del creciente imaginario de crisis en el Uruguay del nuevo milenio, esta sobreimposición de pobreza, ambiente degradado, enfermedad y actividad económica ilícita, llevó a que los «nuevos pobres» afectados por el plomo se transformaran de poblaciones excluidas e invisibles, a poblaciones fuertemente estigmatizadas y criminalizadas. Los procesos neoliberales y la correspondiente crisis, en suma, condenaron a miles de familias a una marginación y degradación socio-ecológica, tomando a la vez dimensiones materiales y simbólicas, y con la gente convertida en «desechos humanos», según el concepto de Bauman (2004). Cuando los procesos estructurales de marginación social y económica condicionan el riesgo diferenciado para ciertas poblaciones que sufren desproporcionalmente los males ambientales, esto refleja claramente los rasgos y mecanismos de la llamada «injusticia ambiental».

DE LA INJUSTICIA A LA JUSTICIA AMBIENTAL

La injusticia ambiental a través de la contaminación tóxica, según Edelstein (2004), tiene tendencias des-habilitadoras o des-articuladoras (disabling), reflejado en el sufrimiento y la debilitación provocadas por la enfermedad ambiental, la incertidumbre recurrente acerca de sus causas y la estigmatización de las personas que viven «como la basura» (Bauman, 2004). Estos mismos procesos, sin embargo, conducen en sí a posibilidades habilitadoras y articuladoras (enabling), en cuanto a la formación de sentidos de comunidad y de moralidad colectiva (Edelstein, 2004). La injusticia ambiental, además, tiende a tener una inherente fuerza articuladora por surgir desde el campo emotivo y moralmente «cargado» de la violencia simbólica, y por la capacidad de los problemas socio-ambientales de servir como metáforas emblemáticas de otros procesos sociales (Harvey, 1996: 386).

En Uruguay, la epidemia de intoxicación por plomo sirvió como una metáfora o metonimia de la crisis (Renfrew, 2007: 235). En el 2001, los partidos tradicionales que dominaron por más de un siglo al sistema político uruguayo se enfrentaron a una fuerte crisis de legitimación que llevó al triunfo histórico del Frente Amplio en el 2004. El Estado, luego de años de reformas neoliberales, enfrentaba una crisis de efectividad y confianza. El sistema de salud estaba en crisis y con ello la autoridad médica. El descubrimiento del plomo logró enfocar y canalizar a estas percibidas traiciones y fracasos de los tres grandes poderes del Estado, la Industria y la Ciencia. Las víctimas surgían de los campos «moralmente cargados» de la infancia, la niñez, la maternidad, la familia y el barrio, amenazados por un veneno invisible y silencioso. Esto brindó una fuerza moral y altamente simbólica a la incipiente lucha social contra el plomo. La lucha, de cierta manera, simbolizó la «revancha de los pobres» y de los excluidos. En La Teja, sirvió como una fuerza articuladora de las redes sociales de un barrio con una larga y rica historia de militancia, solidaridad y resistencia.

Los movimientos de justicia ambiental van más allá de reclamos puntuales sobre la distribución de males ambientales. Incluyen como fuerza motivadora la necesidad de ser reconocidos como ciudadanos plenos, revirtiendo las imá- genes estigmatizadoras que usualmente padecen. Además, sus reclamos involucran el respeto por los conocimientos propios, surgidos de su experiencia en el mundo y de su participación directa en las decisiones claves que les afectan (Harvey, 1996; Schlosberg, 2003).

La movilización popular contra el plomo presentó una visión integral del ambiente, parecida a los movimientos de justicia ambiental en los EE UU, que lo definen como el lugar, «donde vivimos, trabajamos y jugamos». La CVSP identificaba las raíces estructurales de la contaminación y el riesgo diferenciado que padecían tanto los tejanos como los pobres de los asentamientos. Sin embargo, en resaltar las conexiones entre la crisis social y la ambiental, se obligaban al mismo tiempo a contrarrestar el discurso oficial que identificaba la pobreza y sus supuestos hábitos como la causa de la contaminación, demonizando, de esta manera, a las víctimas y desviando la atención de la responsabilidad del Estado y la industria (Renfrew, 2010).(4) Contra la postura del Estado, la CVSP promovió las normativas internacionales de intervención, siempre apoyada en las experiencias propias de madres, niños y familias que enfrentaban los efectos de la contaminación. Juntaron así el conocimiento derivado de procesos globales, como el Internet y la globalización de saberes y paradigmas ambientales, con las experiencias localizadas, arraigadas a la comunidad y el barrio. Un reclamo permanente de la CVSP era de democratizar el acceso a los estudios e información oficial sobre el plomo, y de facilitar y expandir los análisis de plombemia para cualquier ciudadano que lo pidiera. De esta manera, la CVSP propuso, junto a su visión integral del ambiente y de la salud, a la democratización del conocimiento como un pilar de su visión de justicia ambiental (Renfrew, 2010).

DIEZ AÑOS DESPUES…

A una década desde ese primer «estallido» mediático y social anunciando la epidemia de contaminación por plomo, se mantienen luces y sombras. Hay logros claros en cuanto a la erradicación de algunas fuentes importantes de plomo, y el realojo de familias en situación de «emergencia» sanitaria y ambiental. Sin embargo, hay otras familias que siguen esperando su traslado, se descubren permanentemente nuevos casos de contaminación, y la policlínica sigue luchando para la atención a niños con niveles de plomo debajo de 20 µg/dL y hasta para mantenerse abierta (Ruggiero, 2011; Viggiano, 2011). La CVSP, como suele pasar a casi todos los movimientos sociales, se encuentra actualmente en un período latente y de agotamiento. Existe una sensación generalizada que el Frente Amplio no ha respondido de manera adecuada a los temas ambientales, incluyendo la contaminación ambiental urbana. No obstante, si hay algo irreversible en todo este tema, es que ya no existe manera de mantener el silencio y la ignorancia sobre este veneno silencioso, y que los principios de la justicia ambiental entraron para quedarse en el imaginario colectivo.

REFERENCIAS

AMORIN, C. (2001), Plomo para toda la vida. La verdadera historia de una contaminación masiva. Montevideo: Nordan Comunidad.

BAUMAN, Z. (2004), Wasted Lives. Modernity and its Outcasts. Cambridge: Polity.

BELLINGER, D. (2004), Lead, Pediatrics 113: 1016-1022.

COUSILLAS, A., MAÑAY, N., ALVAREZ, C., PEREIRA, L., RAMPOLDI, O. (2003), Exposición ambiental al plomo en la población infantil de Uruguay. Estudios realizados entre 1992 y 2001. International Congress of Occupational Health. Foz do Iguazú, Brasil.

EDELSTEIN, M. (2004), Contaminated Communities: Coping with Residential Toxic Exposure. Boulder, Co: Westview Press.

HARVEY, D. (1996), Justice, Nature, and the Geography of Difference. Oxford: Blackwell.

MAÑAY, N., COUSILLAS, A., ALVAREZ, C. HELLER, T. (2008), Lead Contamination in Uruguay: The «La Teja» Neighborhood Case. En D.M. Whitacre (ed) Reviews of Environmental Contamination and Toxicology.

MAÑAY, N., ALONZO, C., DOL, I. (2003), Contaminación por plomo en el barrio La Teja, Montevideo, Uruguay. En: Suplemento «Experiencia Latinoamericana» Salud Publica de México 45:268-275.

MARKOWITZ, G., ROSNER, D. (2002), Deceit and Denial. The Deadly Politics of Industrial Pollution. Berkeley: University of California Press.

MATOS, V. (2001), Contaminación por plomo: Redimensionar los problemas ambientales. Ambios: Cultura Ambiental II: 5-11.

NRIAGU, J. (1983), Lead and Lead Poisoning in Antiquity. Chichester, NY: John Wiley and Sons.

RENFREW, D. (2010), Hacia una salud integral: La sociedad civil y la contaminación por plomo. En Burger, m. y Pose, D. (eds) Plomo Salud y Ambiente. Experiencia en Uruguay. Montevideo: Organización Panamericana de la Salud, Universidad de la República.

— (2009), In the margins of contamination: lead poisoning and the production of neoliberal nature in ruguay. Journal of Political Ecology 16: 87-103.

— (2007), Justicia ambiental y contaminación por plomo en Uruguay. En Romero Gorski, S. (ed.) Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay. Montevideo: UNESCO y la Universidad de la República, pp. 229-239.

RUGGIERO, V. (2011), Seis niños de estación La Floresta tienen nivel de plombemia elevado. El País (Montevideo), 22 de marzo.

SCHLOSBERG, D. (2003), The Justice of Environmental Justice: Reconciling Equity, Recognition, and Participation in a Political Movement. En Light, A. y de-Shalit, A. (eds.), Moral and Practical Reasoning in Environmental Practice. Cambridge, MA: MIT Press.

SCHUTZ, A., BARREGARD, L., SALLSTEN, G., WILSKE, J., MA- ÑAY, N., PEREIRA, L., COUSILLAS, A. (1997), Blood Lead in Uruguayan Children and Possible Sources of Exposure. Environmental Research 74: 17.

SMU (2001), Contaminación por plomo. Informe elaborada por la Comisión de Salud Ocupacional Sindicato Médico del Uruguay. Sindicato Médico del Uruguay.

VIGGIANO, M. (2011), Decenas de denuncias por viejos y nuevos casos de plombemia. El Observador (Montevideo), 11 de abril.

* West Virginia University, Division of Sociology and Anthropology (Daniel.Renfrew@mail.wvu.edu).

1 http://www.ambiental.net/publicaciones/MatoscontaminacionPlom o.pdf

2 La población uruguaya alcanza casi tres millones y medio de habitantes, con más de la mitad que vive en Montevideo y otros centros urbanos. En una investigación toxicológica, Cousillas et al (2003) encontró más de 30% de niños en el grupo «de control» (los que tienen una exposición ambiental urbana «típica») con plomo en sangre superior a los 10 µg/dL.

3 Ver Renfrew, 2007 (http://www.unesco.org.uy/shs/fileadmin/ templates/shs/archivos/anuario2007/articulo_18.pdf) y 2009 (http: //jpe.library.arizona.edu/volume_16/Renfrew.pdf) para análisis más detallados de estos procesos.

4 http://www.paho.org/uru/index.php?option=com_docman&task=doc_ details&gid=31&Itemid=241.

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