Editorial: La Découverte, París.

Año: 2020

Páginas: 464

Idioma: francés

ISBN: 2348046784

Crítica del libro: Jorge Riechmann*

 

Palabras clave: historia ecológica de las ideas, libertad poscrecimiento, ecología política

Keywords: environmental history of ideas, post-growth freedom, political ecology

 

El economista británico Wilfred Beckerman, uno de los campeones del productivismo en los debates de los últimos decenios, escribió: «Si hubiera que abandonar el crecimiento como objetivo de las políticas públicas, también habría que abandonar la democracia. […] Los costes de un no crecimiento deliberado, en términos de la transformación política y social que ello requeriría en la sociedad, son astronómicos» (Raworth, 2018: 264-265). En el colmo de esta deriva, el Gobierno estadounidense de Trump ha llegado a aclamar el gas natural como «molécula de la libertad USA». Aquí se expresa con fuerza el pacto liberal —en la terminología de Pierre Charbonnier, el investigador francés del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) cuya obra comentaré aquí— que comienza a esbozarse en la Europa de los siglos xvi-xvii y adquiere un contorno definido en el siglo xviii: un dispositivo que convirtió el crecimiento intensivo —y en la práctica también, desde el principio, el crecimiento extensivo, vía la apropiación colonial— en el vehículo de la emancipación política. La inviabilidad de continuar hoy con esas estrategias de crecimiento debería resultar obvia, aunque solo prestásemos atención a la tragedia climática en ciernes. Pero, entonces, ¿no afrontamos un problema profundo con la democracia y las posibilidades de emancipación humana, si alguien como Beckerman tiene razón?

¿O quizá, más bien, la asociación entre abundancia y libertad sería contingente e histórica? ¿Qué salió mal en la modernidad europea? Responder estas preguntas requiere un reexamen meticuloso de la filosofía política de los últimos siglos, al que se consagra Pierre Charbonnier (autor también de La fin d’un grand partage: nature et société de Durkheim à Descola)[1] en su último, denso y fascinante libro: Abondance et liberté. Une histoire environnementale des idées politiques.[2] «La voluntad de modernizarse se expresa en forma de un doble mandato: uno orientado hacia la abundancia, el otro hacia la libertad (o, para caracterizarlo de manera más precisa, hacia la autonomía individual y colectiva)» (p. 31). Desde principios del siglo xvi, los modernos persiguieron los ideales de libertad política y de abundancia material sin que la naturaleza problemática de su asociación apareciera a la luz; hasta que, desde mediados del siglo xx, la crisis ecosocial global ha vuelto las tornas por completo.

Imagen 1. Portada del libro Abondance et liberté. Fuente: editionsladecouverte.fr.

 

La noción de autonomía, señala con acierto Charbonnier, va más allá de emancipación y libertad (que, por lo general, tienen un sentido más individual y más negativo; uno se emancipa de ciertas constricciones). Autonomía remite a liberarnos de la dominación arbitraria, pero también a darnos en común nuestras propias normas, controlar el timón de la nave de la historia y realizar la libertad de los (y las) iguales. Mas ¿qué sucede cuando el choque contra los límites biofísicos del planeta Tierra nos va haciendo más conscientes de lo que han sido las precondiciones materiales de ese proyecto de autonomía, en la configuración concreta que adquirió durante la modernidad?

La abundancia y la libertad han ido de la mano durante mucho tiempo, considerada la segunda como la capacidad de escapar de los caprichos de la fortuna y las carencias que humillan a los seres humanos, pero esta alianza y la trayectoria histórica que traza ahora se enfrentan a un callejón sin salida (Charbonnier, 2020: p. 18).

Hace tiempo que sostengo que necesitamos una concepción no fosilista de la libertad humana: no acabamos de darnos cuenta de hasta qué punto los combustibles fósiles han moldeado el mundo donde vivimos (Riechmann, 2018: 106 y ss.).

Charbonnier explora la tensión de fondo entre las dimensiones normativas del proyecto de autonomía (cuyas raíces vienen de más atrás: de la Grecia antigua, como diría Cornelius Castoriadis) y sus condiciones materiales (los combustibles fósiles y la explotación colonial de buena parte del planeta Tierra). El autor francés relee la tradición filosófica europea y sus principales categorías, poniendo la ocupación y el uso de la tierra en el centro del escenario, así como las relaciones entre autoridad científica y autoridad política.

Pues esta ocupación y estos usos [de la tierra], que son elementos omnipresentes de la imaginación política moderna —para bien o para mal—, permiten identificar un hilo rojo en el tiempo largo de los conflictos sociales. El espacio cohabitado, así como sus características materiales, proporcionan puntos de enganche a un conjunto de reglas de acceso, explotación, distribución, formas de conocimiento o cooperación, y da lugar a rivalidades y alianzas que constituyen el tejido de nuestra experiencia histórica. El breve episodio durante el cual la abundancia material y energética fue capaz de generar la emancipación colectiva, un episodio que ahora se está cerrando, ha ayudado a apartar de nuestro horizonte estos componentes de la vida política. Y creímos entonces que pensar políticamente significaba pensar sobre las condiciones abstractas de la justicia, dictadas por la deliberación intersubjetiva, cuando esta misma abstracción era un efecto de las condiciones materiales muy particulares que hicieron posible la autonomía-extracción (Charbonnier, 2020: p. 302).

En efecto, el pacto liberal que trenzó Adam Smith ha perseguido una autonomía de extracción, es decir, una libertad individualista cuyos avances en Occidente se apoyaron de hecho en el despliegue de nuevas heteronomías (a través de la explotación del mundo colonizado y de la naturaleza), y ello en detrimento de una autonomía de integración consciente de la importancia del vínculo social y de la fragilidad de la inserción de nuestras sociedades en los ecosistemas.

El movimiento teórico que realiza Charbonnier (muy valioso en mi opinión) consiste en pasar de una limitada historia de las ideas ecológicas (que busca en el pasado las raíces de las concepciones actuales de los problemas ecológicos y los movimientos de defensa de la naturaleza) a una más profunda historia ecológica de las ideas, y ello con el deseo de mostrar que la «razón ecológica» de hoy (ecológico-social más bien, diríamos) ha de concebirse como una mutación de la vieja cuestión social del siglo xix. Sería un error creer que, en la modernidad europea, la política trata solo de los derechos o el Estado (las cuestiones que yo suelo denominar intramuros); la historia ecológica de las ideas que propone Charbonnier busca mostrar que la tierra o la energía (los extramuros de los sistemas humanos) constituyen desde el principio una cuestión material crucial.

Se ve la continuidad entre la cuestión social [del siglo XIX] y la cuestión ecológica […] solo si se suspende el proyecto de una historia de la preferencia por la «naturaleza». La aparente discontinuidad entre el problema social y el problema ecológico esconde, de hecho, una continuidad más esencial, la de una tensión que se apodera de las sociedades que quieren ser libres y prósperas, una tensión entre la voluntad de autonomía y la voluntad de emancipación con respecto a los ciclos geoclimáticos y sus constricciones. Bajo la ecología política, por lo tanto, se encuentra la cuestión de la resistencia con que la sociedad se opone a su subordinación a un orden económico (p. 140).

Como se sospechará, esa conexión entre cuestión social y cuestión ecológica viene posibilitada sobre todo por el trabajo de Karl Polanyi a mediados del siglo XX: Charbonnier explota esa veta fecunda (sobre todo en el capítulo 7, «La naturaleza en una sociedad de mercado»).

Es necesario «hacer un esfuerzo de descentramiento para admitir que la historia política de la naturaleza comenzó antes de la crisis ecológica y que el conocimiento de lo que antecedió resulta esencial» (p. 42): se trata de empezar esa historia (y crítica) en el siglo xvii europeo, con teóricos como Grocio y Locke. A partir del análisis de su construcción política y jurídica, Charbonnier muestra cómo el territorio, lejos de ser un mero contexto externo y neutral para el pensamiento político, en realidad le ofrece puntos de apoyo sin los cuales no podría desplegarse en la forma en que lo conocemos. «La fórmula canónica de la primera modernidad [en el siglo XVII], según la cual el reparto de la tierra es el origen de la ley y la propiedad individual la institución que mejor capta esta operación fundamental, da a la política un suelo donde apoyarse» (p. 62).

La relectura que propone la historia ecológica de las ideas se centra en filósofos, sociólogos y economistas que no necesariamente pertenecen a la historia canónica del pensamiento ecológico. Así, por ejemplo, en el capítulo 3 («El cereal y el mercado. Orden mercantil y economía orgánica en el siglo XVII») descubrimos cómo en El Estado comercial cerrado (una obra de 1800) el filósofo alemán Fichte denuncia que, a través del comercio de un acceso ilegítimo (por extrajurídico), las naciones europeas disponen de espacios y recursos ajenos a su propio territorio. Así emergería, en el seno del idealismo filosófico alemán, una suerte de anticipación temprana del pensamiento anticolonial y poscolonial del siglo XX.

Con respecto a la ambigüedad constitutiva de los ideales modernos, dice el autor:

Puede explicarse por la brecha histórica entre una primera ola definida por la mejora de las condiciones de existencia dentro de los límites de una economía orgánica, y una segunda ola posibilitada por la apertura de posibilidades de desarrollo con carbón y abundante energía. Es en la brecha entre la Ilustración orgánica y un liberalismo fosilista donde cabe ubicar el enigma de la política moderna (p. 105).

El texto de Charbonnier contiene una riqueza de análisis de la que resulta imposible dar cuenta en una reseña breve. En el capítulo 9 («Riesgos y límites: el final de las certidumbres»), ya en la salida de los «treinta gloriosos» años que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial, se analizan los dos paradigmas, el de los límites (ejemplificado en Los límites del crecimiento, 1972) y el del riesgo (asociado sobre todo a la obra de Ulrich Beck), con que se intenta hacer frente a la por entonces ya evidente crisis ecológico-social. El autor aprecia estos enfoques, pero los da por agotados —a mi juicio, con cierta ligereza—. Y ello le hace perder alguna perspectiva interesante. En efecto, que aparezcan problemas de límites biofísicos «absolutos» (en algún sentido de «absoluto») desestabiliza su marco de interpretación desnaturalizador (en el sentido de Philippe Descola, es decir, crítico con la noción reificada de la naturaleza como algo situado «ahí afuera»)… Y probablemente eso explica la omisión de algunas de las líneas de investigación más potentes de los últimos decenios. No están los peakoilers o estudiosos del cénit del petróleo (se omiten el artículo seminal de Campbell y Laherrere «El fin del petróleo barato» (1998) y todo lo que siguió; la noción de peak oil solo aparece una vez en esta vasta y ambiciosa obra, y de manera totalmente marginal, en la p. 115). No está el trabajo de Heinberg y su gente del Post-Carbon Institute. El trabajo de Rockström y su gente del Stockholm Resilience Center sobre planetary boundaries o límites planetarios solo se menciona de forma marginal (p. 4). No está José Manuel Naredo (ah, pero es que escribe en español). No está el análisis termodinámico del agotamiento de la corteza terrestre iniciado por Antonio y Alicia Valero junto con el mismo Naredo, y aquí el problema no consiste en una barrera lingüística; los Valero escriben en inglés, y su Thanatia se publicó en 2014. De Joan Martínez Alier recoge su valiosísimo trabajo sobre ecologismo de los pobres e intercambio ecológico desigual (que para Charbonnier representa «el principal instrumento conceptual existente hasta la fecha capaz de apoyar una economía que es política porque es ecológica y no, como era el caso en el momento de las alertas de la década de 1970, una economía que se despolitiza integrando la ecología», p. 271), que sí encaja en las claves de lectura de Abondance et liberté, pero básicamente se ignora la no menos importante elaboración sobre decrecimiento, que quizá no encaja tanto…

Tampoco convence la lectura que hace Charbonnier de medio siglo de luchas ecologistas en Occidente. Según él, es ahora cuando, frente a la enormidad de la cuestión climática, «el ecologismo clásico, que convertía a la naturaleza en su fetiche y al libre disfrute de ella en su ideal, cede el paso a una reformulación material de los conflictos sociales» (p. 301). Caricatura que no soporta la comparación con la historia efectiva: suponemos que Aldo Leopold, Robert Jungk, Rachel Carson, Bernard Charbonneau, Lewis Mumford, Manuel Sacristán, Iván Illich y Barry Commoner algo tuvieron que ver con el «ecologismo clásico». ¿Los movimientos antinucleares de la década de 1970 «convertían a la naturaleza en su fetiche y el libre disfrute de ella en su ideal»? ¡Es ridículo! Ni siquiera el monigote construido como figura de la deep ecology, al cual luego se le pone encima el cartelito de ARNE NAESS, cuadra con la caricatura. ¡Por favor, lean lo que efectivamente escribió el filósofo noruego y atiendan a lo que fue su praxis!

En el siglo xxi, conservar el proyecto emancipatorio exige desligarlo de la persecución de la abundancia: desarrollar una idea de libertad poscrecimiento, lo que en otros momentos del libro se llama autonomía de integración (opuesta, recordemos, a la autonomía de extracción).

La exigencia de una distribución justa de los frutos del progreso ha consolidado paradójicamente el propósito del crecimiento, hasta tal punto que el proyecto de una emancipación desacoplada del desarrollo, que está surgiendo hoy en los viejos polos de la industrialización, a menudo aparece como una contradicción. Y a menos que escuchemos la sugerencia de Polanyi en La gran transformación —que consiste en afirmar que la autoprotección de la sociedad incluye sus vínculos con condiciones de subsistencia y territorios, vínculos que no son exclusivamente de naturaleza económica—, esta contradicción es insuperable (p. 282).

Pero el ecofeminismo no aparece sino de forma marginal (en una casi invisible mención en una nota, p. 278). Esto resulta tanto más sorprendente cuanto que la propuesta política de Charbonnier al final de su libro (un «socialismo antiproduccionista», p. 296, o quizá un postsocialismo centrado «en la autoprotección de la tierra, con y sin mayúscula», p. 298), así como su idea de una autonomía de integración, se puede formular perfectamente en los términos que Vandana Shiva, Maria Mies, Alicia Puleo o Yayo Herrero han propuesto con lucidez en los últimos tres decenios. Especialmente en la versión del ecofeminismo de subsistencia: bastaría con releer las páginas pertinentes de Ecofeminism de Mies y Shiva (1997).

Un elemento de la tragedia política presente es nuestro estar en una «tierra de nadie». Pero no en el sentido de terra nullius o res nullius, aquella vieja e importantísima noción del derecho romano que se halla en el origen de la construcción moderna de los conceptos de propiedad y soberanía (Antonio Campillo ha analizado este proceso, con una reflexión que tiene puntos en común con la de Charbonnier, en libros como Tierra de nadie, de 2015, y Un lugar en el mundo, de 2019), sino porque la tierra que hoy pisamos, el planeta Tierra, nuestro hogar hoy sometido a los rapidísimos cambios del Antropoceno, ya no corresponde a lo que fue hasta hace poco, ni tampoco a la imagen de futuro que podíamos abrigar hasta tiempos recientes. Ahora bien, señala Charbonnier:

Esta soledad histórica, el hecho de que el pasado y el futuro nos parecen definitivamente perdidos, y el desánimo que quizá acompañe a tal constatación pueden atenuarse si logramos narrar nuestra historia reciente y ordenar el mapa de nuestros apegos de manera que la política y el uso de la tierra dejen de ser heterogéneos. La realineación de la cuestión social con la cuestión ecológica, sin negar los abandonos y los cambios de escala que las mantienen separadas, hace posible devolver a este tejido histórico desgarrado parte de su unidad y a la acción política parte de sus puntos de referencia (p. 303).

Bruno Latour, uno de los padres intelectuales de Charbonnier, ha comentado: «Resulta difícil sobreestimar la importancia de este libro que, por primera vez, permite injertar la tradición socialista en lo más radical de las cuestiones llamadas ecológicas». El autor de Abondance et liberté nos insta a repensar «nuestros arreglos con la tierra, sin caer en la doble trampa que sería, por un lado, la idealización de un estadio anterior a la abundancia (que no tenía nada de ideal y que en cualquier caso se perdió para siempre) y, por otro lado, un naturalismo político para el cual sería suficiente con estar atentos a las normas inmanentes en el mundo vivo» (p. 302). Es necesario «hacer frente al mundo tal y como es hoy» (p. 277), con realismo y coraje político. El texto se cierra con una apuesta optimista: «Es posible construir ese sujeto colectivo crítico de nuevo tipo» a la altura de los desafíos del presente (p. 305). Ojalá pronto dispongamos de una traducción al castellano de esta obra rica, incitante y minuciosa.

 

Referencias

Campbell, C., y J. H. Laherrere, 1998, «The End of Cheap Oil». Scientific American, 3 (278), pp. 78-83.

Campillo, A., 2015. Tierra de nadie. Barcelona, Herder.

Campillo, A., 2019. Un lugar en el mundo. Madrid, Catarata.

Mies, M., y V. Shiva, 1997. Ecofeminismo. Barcelona, Icaria.

Raworth, K., 2018. Economía Rosquilla: siete maneras de pensar la economía en el siglo xxi. Barcelona, Paidós.

Riechmann, J., 2018. «¿Ecosocialismo descalzo? Perspectivas ético-políticas en el Siglo de la Gran Prueba». En: J. Riechmann, A. Almazán, C. Madorrán Ayerra et al., Ecosocialismo descalzo: tentativas. Barcelona, Icaria, pp. 13-184.

Valero, A., y A. Valero, 2014. Thanatia: The Destiny of the Earth’s Mineral Resources: A Thermodynamic Cradle-to-Cradle Assessment. Singapur, World Scientific.

* Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. E-mail: jorge.riechmann@uam.es.

[1]. París, CNRS, 2015.

[2]. Se cita según la edición digital en PDF, de 331 páginas. Todas las traducciones son del autor.

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