Francisco Javier Hernández Hernández* y Lucía Linsalata**

DOI: doi.org/10.53368/EP60MACred02

Resumen: Abrazada por caudalosos ríos, lluvias constantes y neblinas recurrentes, la Sierra Norte de Puebla y su extremadamente biodiverso territorio representan una de las reservas de agua dulce más importantes de México. Este líquido tan preciado se encuentra hoy en el centro de una lucha sin precedentes que los pueblos maseual, totonaku y mestizos de la región han emprendido desde hace más de una década. Ello con el fin de detener una multiplicidad de proyectos extractivos (hidroeléctricas, minería a cielo abierto, fracking y líneas de conducción eléctrica) que amenazan con trastocar las complejas tramas socioecológicas de interdependencia tejidas en torno a los flujos del agua que recorren su territorio. En este artículo, nos proponemos presentar las luchas en defensa del territorio en la Sierra Norte de Puebla a partir de uno de sus principales elementos articuladores: el agua.

Palabras clave: luchas en defensa de la vida, flujos de agua, Sierra Norte de Puebla

Abstract: Embraced by wide rivers, constant rains and recurrent fogs, Puebla’s North Range and its extremely biodiverse territory represent one of the most important freshwater reserves in Mexico. This precious liquid is today at the center of an unprecedented struggle that the peoples who live in this region – Maseual, Totonaku and Mestizo -, have waged for more than a decade. This is being done in order to stop a multiplicity of extractive projects: hydroelectric plants, open-pit mining, fracking and electricity transmission lines. All of them threaten to disrupt the complex socio-ecological interdependence webs that are woven around the water flows that cross their territory. In this article, we  present the struggles in defense of the territory in Puebla’s North Range based on one of its main articulating elements: water.

Keywords: struggles in defense of life, water flows, Puebla’s North Range

Introducción

«¡Agua SÍ, mina NO! ¡Agua SÍ, presas NO! ¡El agua es vida, no es un negocio! ¡Somos hijxs del agua! ¡Sin agua no hay vida!»… Gritos, lonas y pancartas han repetido por años estas consignas en decenas de pueblos y comunidades de la Sierra Norte de Puebla. Una y otra vez, los pueblos de este territorio han confrontado las efímeras promesas de desarrollo con las que los proyectos extractivos tratan de abrirse paso en las comunidades, con una verdad sencilla de entender, pero extremadamente incómoda para los intereses de los grandes capitales: el agua es vida y por eso no se vende; se cuida y se defiende.

Sin agua, no hay vida. El agua representa un elemento esencial de los flujos de intercambio de materia y energía que posibilitan y sostienen el devenir histórico de todo ser vivo y de la vida en su conjunto. Todo ecosistema, todo organismo vivo en este planeta, necesita de este elemento vital para poner en marcha y sostener las complejas reacciones bioquímicas y los intercambios metabólicos que posibilitan su existencia. Las hebras de este complejo tejido socioecológico al que llamamos vida están hechas, en gran medida, de agua. Todo lo vivo está de algún modo interconectado a través de este elemento fundamental; la vida de las comunidades humanas y de la multiplicidad de especies compañeras con las que han ido tejiendo sus existencias, en los ires y devenires de la historia, comparten un mismo destino: el del agua.

Para los pueblos nahuas, totonakus y mestizos que habitan el centro de la Sierra Madre Oriental de México, conocido como Sierra Norte de Puebla, esto es un hecho incuestionable: los flujos del agua determinan un territorio común y, con ello, un destino común para ellos y las generaciones que vendrán. En torno a este sentir, han ido tejiendo su lucha y las articulaciones político-territoriales que la sostienen y alimentan. Para entender cómo y por qué, invitamos a las y los lectores a recorrer rápidamente este territorio a partir de los flujos de agua que lo atraviesan.

 

Tramas de agua

En el extremo oriental de la Sierra Norte, asentado en la cima de un cerrito, se encuentra el poblado de Hueytamalco, desde el cual, si uno apunta su mirada en dirección al golfo de México, puede observar la llanura veracruzana, una gran planicie que se va desvaneciendo entre una ligera bruma a medida que la vista avanza hacia el horizonte. Al final de esta se encuentran las ueylat, «aguas grandes» (el mar), desde las cuales los vientos alisios arrastran la humedad que habrá de impactar sobre las montañas macizas de la Sierra Madre Oriental, en ocasiones de manera violenta bajo la forma de vientos huracanados. En la conjunción de la energía del sol que alimenta las plantas, evapora las aguas y moviliza los vientos que empujan la humedad sobre la agreste tierra de la Sierra Norte, se han formado a lo largo del tiempo variadas formas de vida: complejos y diversos ecosistemas cohabitados por comunidades y pueblos.

Antes de emprender su camino cuesta arriba, parte de estas aguas celestiales irrigan en forma de lluvia o humedad toda la diversidad de plantas: desde los árboles nativos hasta los extensos pastizales de uso ganadero, al igual que cultivos de cítrico, plátano y otros frutales. Al chocar contra la sierra, el agua, hecha bruma, se transforma y condensa, para presentarse como niebla constante entre los pueblos de la parte media de la sierra e impregnar de rocío y humedad cada muro de donde brota el musgo. Ello, aunado a las constantes y persistentes lluvias, moja absolutamente todo a su paso: desde las calles de los pueblos, que se convierten en arroyos momentáneos, hasta los cafetos y hierbas medicinales en cada espacio de agroforestería (kuojtakiloyan, «monte productivo» en lengua maseual), pasando por cada uno de los insectos, mamíferos, aves y reptiles, helechos, árboles y otras plantas que habitan y dan forma al bosque mesófilo de montaña.

Un poco más arriba (ajko), la neblina está presente ocasionalmente, mas esto es suficiente para que la vida abunde por doquier. En cada barranca agreste son visibles los pinos y encinos que se elevan bordeando los cañones por los que corren fuertes ríos. Un poco más arriba, en los límites con el altiplano poblano-tlaxcalteca, la tierra y el ambiente es seco y rocoso, mas, aun así, en esta zona nacen los primeros escurrimientos que dan forma a los principales ríos de la región: Apulco, Ajajalpan, Zempoala y Necaxa. Estos ríos atraviesan toda la sierra de vuelta al mar, pasando por cada uno de los pisos ecológicos antes mencionados; alimentándose a su paso de arroyos, riachuelos y escurrimientos que las abundantes lluvias y la humedad conforman por todo el territorio. Al acercarse a la llanura costera, poco a poco, van uniéndose unos con otros para conformar el ancho y caudaloso río Tecolutla, el cual desemboca nuevamente en las «aguas grandes» del mar, de donde vino todo.

El agua y los cerros son los elementos constitutivos del paisaje norserrano, pues prácticamente todas las formas de vida, humana y no humana, de esta región están condicionadas por la interacción de estos dos elementos. No es casualidad que en buena parte de este territorio abunden topónimos (en su mayoría de origen nahua) relacionados con el cerro (tepet) y el agua (at o átl, dependiendo de la variante dialectal), a la vez que, tanto en lengua maseual como en totonaku, la palabra para designar «pueblo» deviene de la unión de las palabras utilizadas para «agua» y «cerro» (altépet y chuchutsipi, respectivamente). Esto es fundamental para comprender la forma en que se fueron gestando los distintos movimientos de resistencia y articulación de los pueblos de la región frente a lo que han denominado, desde el inicio de su lucha, «proyectos de muerte». Todos ellos comenzaron como organizaciones locales en defensa de algún cuerpo de agua o de algún cerro de donde nacen los manantiales de los que se abastecen las comunidades. Del mismo modo, buena parte de los procesos de articulación se realizaron a partir de visibilizar las complejas relaciones de interdependencia que se tejen entre las comunidades y los ecosistemas a través de los flujos de agua. Así lo dijo un campesino y líder social del municipio de Chignautla: «Si bien aquí no hay proyectos mineros hasta el momento, sabemos que tenemos que unirnos y organizarnos, pues, si las empresas ponen una mina allá arriba, igual nos perjudica aquí abajo».

 

Territorio común, lucha común

Los primeros procesos organizativos contra la industria extractiva en la Sierra Norte de Puebla se gestaron a principios de la década pasada, a partir de la llegada de tres proyectos: una minera en el municipio de Zautla (2011); otra en Tetela de Ocampo, sobre el monte de donde se abastece de agua la cabecera municipal (2012), y una hidroeléctrica sobre el río Ajajalpan (2012), a la altura del municipio de Olintla, una población de predominio totonaku. A partir de la inicial resistencia de estos tres pueblos, comunidades y organizaciones de otras partes de la región comenzaron a alertarse y a reunirse en torno a una primera articulación territorial, el Consejo Tiyat Tlali, para comprender las dimensiones de la amenaza ambiental y social que se presentaba sobre el territorio serrano.

En poco tiempo, se percataron de que la cantidad de proyectos extractivos en la región era considerable. No solo se trataba de dos proyectos mineros y uno hidroeléctrico, sino que estaban planeados por lo menos otras dos hidroeléctricas sobre el río Ajajalpan, una hidroeléctrica «de última generación» en el cruce del río Zempoala y su afluente, el Ateno, que contempla entubar y desecar un tramo de este último, y seis hidroeléctricas en el río Apulco. Por si no fuera bastante, también se detectaron numerosas concesiones mineras e hidrocarburíferas; estas últimas para perforar pozos mediante la técnica de fracking (Imagen 1).

En pocas palabras, todo el articulado sistema de cuencas que alimenta los complejos metabolismos de la región corría riesgo y, con él, la reproducción de los ecosistemas y de la vida de las comunidades indígenas y campesinas serranas, muy dependientes del bienestar de este. Los pueblos de la Sierra Norte no tardaron en cobrar conciencia de ello. En poco tiempo, en la multiplicidad de asambleas locales y regionales que se fueron conformando en toda la región, se consolidó la idea de que, al margen de las distancias, toda la Sierra Norte de Puebla era un territorio común, interdependiente y muy interrelacionado por los flujos de agua que lo recorren y tejen. Los proyectos de muerte representaban una amenaza común y la lucha contra ellos debía enfrentarse en conjunto.

El reconocimiento colectivo de las tramas socioecológicas de interdependencia tejidas en torno a y a través de los flujos del agua impulsó así un admirable proceso de articulación y colaboración entre pueblos, cuya expresión más visible es, sin duda, la Asamblea de los Pueblos Maseual, Totonaku y Mestizo en Defensa de la Vida y el Territorio, una asamblea regional que de forma periódica reúne a miles de personas de cientos de comunidades y decenas de municipios de toda la Sierra Norte poblana, así como pertenecientes a otras entidades federativas de regiones aledañas (Hernández, 2019; Linsalata, 2017) (Imagen 1).

Desde febrero de 2014 hasta la fecha, cada dos o tres meses, con base en un mecanismo rotativo a partir del cual las comunidades se alternan para recibir y sostener estos encuentros masivos, las comunidades maseual, totonaku y mestizas de la sierra se reúnen en asamblea con el fin de proteger sus aguas, encarar colectivamente la lucha en defensa de un territorio que consideran común, tomar decisiones conjuntas, mantenerse informadas como población y demostrar públicamente su determinación a no dejar pasar ninguno de los proyectos de muerte que se intentan imponer en la región. Estas masivas asambleas comunitarias son, sin duda, una poderosa manifestación de la fuerza política y organizativa que puede brotar entre los pueblos cuanto el reconocimiento de las delicadas tramas de interdependencia que sostienen la vida de los territorios se pone en el centro de la lucha.

¡Cuánto podemos aprender de estos ejercicios políticos!

Imagen 1: Asamblea de los Pueblos Maseual, Totonaku y Mestizo en Defensa de la Vida y el Territorio. Cuetzalan, enero de 2017. Foto: José David López Santos.

Referencias                           

Hernández, F. J., 2019. Vida, muerte y lucha en la Sierra Norte de Puebla. Una reflexión en torno a la Asamblea de los Pueblos Maseual, Totonaku y Mestizo en Defensa de la Vida y el Territorio. Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (tesis de maestría).

Linsalata, L., 2017. «De la defensa del territorio maseual a la reinvención comunitario-popular de la política: crónica de una lucha». Estudios Latinoamericanos, 40, pp.117-136.

*  ICS y H-BUAP. E-mail: javiherh.anthropos@gmail.com.

** ICS y H-BUAP. E-mail: lucia.linsalata@gmail.com.

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