- Land, Water, Air and Freedom. The Making of World Movements for Environmental Justice[1]
- Joan Martínez Alier
- Crítica del libro: Jordi Roca Jusmet*
- Año: 2023
- Editorial: Edward Elgar Publishing
- ISBN: 978-1-0353-1276-4
- Páginas: 798
Palabras clave: conflictos ambientales; justicia ambiental; economía ecológica; ecología política
Keywords: environmental conflicts; environmental justice; ecological economics; political ecology
El libro es un análisis empírico y una reivindicación de lo que el autor denominó ecologismo de los pobres (y, suele añadir, «y de los indígenas»), un impresionante trabajo que se nutre de la base de datos del Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas), elaborado con su liderazgo desde 2012, con colaboración estrecha entre académicos y activistas o, mejor, entre activistas de la academia y de fuera de la academia. En esta plataforma en línea se documentan ya más de cuatro mil doscientos conflictos ambientales, tanto recientes como históricos, y el número aumenta constantemente. En este libro aparecen referidos unos quinientos casos.
El subtítulo del libro es La formación global de movimientos por la justicia ambiental, en plural por su gran diversidad, aunque se destacan las similitudes que se dan entre muchos de ellos, y también influencias mutuas y cooperación directa a través de redes. En qué medida se puede hablar de un movimiento mundial es discutible, pero en gran parte depende del grado de identificación de sus protagonistas. La difusión de información sobre las resistencias frente a la degradación ambiental es un elemento que ayuda a crear tal movimiento. Este libro es una contribución de primer orden en este sentido y el propio título refleja su propósito activista: «Tierra y libertad» fue un lema utilizado por el movimiento campesino comunitario ruso de los narodniks de finales del siglo xix y luego por Zapata y por los anarquistas españoles. A tierra se le añaden los términos agua y aire, cuyos usos y contaminación generan tantos conflictos. Libertad refleja una concepción del desarrollo y de la pobreza que va mucho más allá de la cuestión monetaria: «La pobreza es multidimensional. El dinero no necesariamente aumenta la libertad: el desarrollo económico de forma bastante frecuente comporta pérdida de derechos territoriales, recorta la libertad del uso acostumbrado de la tierra y del agua» (p. 261).
La economía convencional ve los problemas ambientales como ineficiencias, un término aséptico que apunta a la posibilidad de un consenso social para solucionarlos. La expresión «(in)justicia ambiental» que orienta el libro señala en cambio que estamos ante conflictos distributivos. Una segunda característica del enfoque convencional es que da por supuesto que cualquier coste social se puede cuantificar en dinero, cuando hay muchos lenguajes de valoración y muy frecuentemente los que se oponen a la degradación ambiental no plantean una reivindicación monetaria. El libro es rico en descripción de consignas, algunas de las cuales —como «El agua vale más que el oro» (p. 589)— cuestionan el dinero como medida de la importancia de las cosas. Los valores defendidos por los protagonistas de los conflictos no son conmensurables en una misma unidad.
El marco teórico del libro es el siguiente. La economía actual es entrópica al basarse en el uso masivo de combustibles fósiles y de otros materiales que solo muy minoritariamente se reutilizan como nuevos recursos: existe una enorme «brecha de circularidad». Antropoceno es un término frecuente y pertinente para referirse al actual cambio ambiental global antropogénico, pero también es pertinente hablar de Entropoceno (p. 345). La economía requiere explotar nuevos recursos por el citado carácter entrópico y por la acumulación de materiales en el sistema económico-social (y más si crecen la población y el consumo per cápita), ampliando la «frontera de extracción de recursos» (y de disposición de residuos) muchas veces a zonas distantes y con técnicas más problemáticas desde el punto de vista ambiental. Los costes que ello supone no se distribuyen de forma igualitaria y generan resistencias o conflictos ambientales. A veces estos conflictos triunfan: «No existiría un movimiento por la justicia ambiental sin algún éxito, pero la norma general es el fracaso» (p. 44).
Los cambios —de escala y tipología— en el metabolismo social provocan cambios en los conflictos ambientales. Un ejemplo es que con la «transición energética» hacia las energías renovables aumentan los conflictos en torno a la instalación de aerogeneradores y de extracción de ciertos minerales. Por otro lado, las realidades en diferentes lugares del mundo son muy diversas, y se puede afirmar, por ejemplo, que «India está progresando en su transición al carbón» (p. 313). De hecho, la extracción mundial de carbón es mayor que nunca antes y de momento las «nuevas» energías se suman a las «viejas». Y los conflictos influyen en la evolución del metabolismo social.
El libro se organiza en treinta capítulos, uno introductorio, uno de conclusiones generales y el resto (excepto uno de ellos) tienen una estructura similar: unas interesantes introducción y conclusión y una parte central de análisis de conflictos extraídos del EJAtlas. La selección se basa en preferencias personales, y sin duda también en el propósito de mostrar las enormes posibilidades de explotación de la información existente. Se combinan capítulos geográficos sobre un país o región con capítulos temáticos o «transversales», que son los que más «muestran el poder de la ecología política comparativa para reunir conflictos socioecológicos similares en diferentes continentes y países intentando escapar del “nacionalismo metodológico”» (p. 25). Una mirada al índice puede dar una impresión caótica, pero la lectura descubre un trabajo muy estructurado donde unos capítulos invitan a la lectura de otros posteriores, abundan las referencias de unos a otros y hay un esfuerzo permanente en ligar los finales de un capítulo con los principios del siguiente. Es un libro que por su densidad y coherencia solo puede haber sido escrito por Joan Martínez Alier, quien ha elaborado gran parte de las fichas del atlas, ha revisado la mayoría si no todas ellas, ha estado en contacto directo con protagonistas de muchos de los conflictos y dispone de una enorme cultura política, geográfica, económica, sociológica, histórica y ambiental. El libro se interesa mucho por lo que se conoce como interseccionalidad entre movimientos ecologistas y otros movimientos sociales, muy frecuente con los del campesinado y también con el pacifismo, la defensa por los derechos humanos o los movimientos indigenistas.
Encontramos capítulos «geográficos» sobre Estados Unidos, China (escrito con Juan Liu), Taiwán, Japón, Filipinas, Odisha (India), Kerala y Tamil Nadu (India), África Oriental (Kenia y Tanzania), África sudoriental (Madagascar y Mozambique), Nigeria y el golfo de Guinea, los países andinos y del Cono Sur, Mesoamérica y el Caribe, Brasil y las Guayanas, la península ibérica e incluso sobre la región del Ártico (con Ksenija Hanacek), que corresponde de forma muy literal a una nueva frontera de extracción en la parte más al norte del planeta. El intento de «colonizar» determinadas zonas con actividades extractivas se ha analizado con el concepto de «zonas de sacrificio».
En Estados Unidos nació el movimiento de justicia ambiental en la década de 1980, principalmente de personas «no blancas», que denunció el «racismo ambiental», dada la distribución socialmente desigual de los efectos de las actividades tóxicas. El libro reconoce este papel pionero y sus éxitos, pero también señala con cierta amargura que el movimiento mirara básicamente hacia dentro y no presionase para que la avanzada legislación sobre responsabilidad por daños ambientales conseguida internamente se extendiese a las actividades de sus empresas fuera del país y a casos de demandas procedentes de otros países: «El movimiento de justicia ambiental de Estados Unidos estuvo silencioso o impotente para ayudar» (p. 534).
En diferentes análisis regionales se detectan conflictos similares en la problemática y en las formas de lucha utilizadas, aunque también hay diferencias importantes, y no solo porque las actividades extractivas implicadas están condicionadas por la distribución geográficamente diversa de los recursos, sino también, por ejemplo, porque los niveles de violencia contra las resistencias son muy diferentes. La represión y los asesinatos en lugares como Filipinas, Honduras, Colombia, México o Nigeria nada tienen que ver con la situación en Estados Unidos o en Japón. Esto se relaciona con el capítulo sobre la resistencia indígena. La población indígena implicada en conflictos ambientales es muy superior al peso de dicha población a nivel mundial, y los niveles de violencia que sufren son también claramente mayores por un doble factor: por un lado, sus intereses tienen mucho menor reconocimiento debido al racismo y, por otro, su resistencia es particularmente fuerte por factores de identidad cultural ligados al territorio. Encontramos también un capítulo específico de homenaje a las «mujeres defensoras del medio ambiente asesinadas en el mundo» en donde, como muestra, se recogen veinticinco casos.
Algunas regiones, como Sudamérica y África, son claramente extractivistas y juegan un papel de proveedoras de recursos naturales para los países del Norte. No es el caso de la India como un todo, para la cual sería más pertinente hablar de «colonialismo ecológico interno» (p. 153), con algunos estados (como Odisha) jugando el papel de regiones extractivas respecto a otros estados.
Un capítulo sobre extractivismo es «Preciosities vs Bulk Commodities in Ecologically Unequal Trade». Siguiendo la terminología de Wallerstein, distingue entre «preciosidades», mercancías de gran valor por unidad de peso o volumen, y mercancías «a granel» (bulk), que se trasladan en cantidades masivas y con poco valor unitario. En el comercio colonial inicial el flujo dominante era de «preciosidades», mercancías de lujo (como plata, oro, diamantes, pieles o maderas muy apreciadas, marfil o especias), y no podía ser de otra forma dados los costes de transporte. La mayoría de los conflictos ambientales en los últimos tiempos están ligados a extracción de mercancías que se transportan en grandes masas, aunque a las “preciosidades” tradicionales se añaden hoy las industriales (como el coltán, algunas tierras raras y otros minerales) de muy alto valor unitario que se usan en pequeñas pero esenciales cantidades. El capítulo sobre extracción de arena para obtener minerales metálicos (escrito con Arpita Bisht) se centra en conflictos ligados a la extracción de arena para obtener sustancias como el titanio o el circonio (usado en la industria nuclear), con movimientos masivos de materiales que pueden desestabilizar sistemas costeros de dunas o los fondos marinos y la pesca.
Además de múltiples referencias en los capítulos geográficos, hay uno específico sobre el movimiento nuclear mundial que tuvo un papel clave en países como Alemania con el movimiento ecologista y pacifista radical de la década de 1970 (¡con posiciones bien diferentes a las actuales del partido Die Grünen!). Aparecen conflictos relacionados con toda la cadena nuclear, desde la minería de uranio, las centrales, el transporte y el almacenamiento de residuos, incluyendo los relacionados con las pruebas nucleares: la historia de los «átomos para la paz» está totalmente ligada a la de los «átomos para la guerra».
El capítulo sobre Nigeria y el golfo de Guinea incluye en su título el lema: «Pensábamos que era petróleo, pero era sangre», y conecta directamente con el capítulo sobre el movimiento internacional de «Dejar los combustibles fósiles bajo tierra» (LFFU, por sus siglas en inglés). Se trata de un «ejemplo de manual de la maldición del petróleo» (p. 282) por la devastación ambiental y social producida por la explotación del recurso iniciada por la Shell en el delta del Níger en 1958. El término LFFU fue adoptado también en Ecuador por Acción Ecológica y en muchos otros lugares, y conecta cuestiones locales de protección de la vida y el territorio y globales de justicia climática (se puede ver como un movimiento glocal, p. 344). En Ecuador, en el referéndum de agosto de 2023 ganó por amplia mayoría el sí a que las reservas de petróleo de la zona ITT del parque Yasuní «se mantengan en el subsuelo de forma indefinida». Ello demuestra que los valores crematísticos no siempre son los prioritarios ni necesariamente prevalecen en los países pobres, aunque el gobierno de Ecuador está evitando la aplicación del mandato del referéndum.
En el capítulo sobre el ecologismo de la clase obrera se cuestiona «el mito de que la clase obrera no se preocupa por el medio ambiente», aunque ciertamente «la clase obrera asalariada no es la principal protagonista del ecologismo de los pobres y de los indígenas» (p. 450). Los trabajadores, sean industriales o de plantaciones, se ven afectados en su salud en el lugar de trabajo por las tecnologías tóxicas (y también, ellos y sus familias, por las emisiones que afectan a su lugar de vida), y ello genera a veces alianzas entre la clase obrera, agricultores y ganaderos y comunidades afectadas, como ilustra el conflicto de Río Tinto por contaminación de óxido de azufre por fundición de cobre, cuya represión llevó a una masacre en 1888 en Huelva. Hay base para la consigna que da título a un artículo de Stefania Barco: «¡Ecologistas y trabajadores del mundo, uníos!» (p. 468), y a veces se dan alianzas, pero muy frecuentemente contradicciones. El hecho de que las relaciones históricas entre marxismo y ecologismo han sido —por decirlo suavemente— muy distantes no ha ayudado a una mayor intersección entre ambos movimientos.
En el capítulo sobre conservación de la biodiversidad se presentan dos variedades de ecologismo que pueden entrar en contradicción. Por un lado, el ecologismo popular que defiende su territorio como lugar de sustento y de vida y, por otro, un ambientalismo basado en el culto a la naturaleza que en casos extremos defiende «santuarios» en los que lo ideal es mantener la vida salvaje sin humanos o solo con vigilantes que evitan cualquier actividad humana (¿con la excepción de visitas turísticas?), y puede llevar incluso a la expulsión de comunidades cuya supervivencia depende de su permanencia en el territorio. Es el contraste entre la «conservación militarizada» y la «conservación convivencial». El libro reflexiona sobre el papel de las «grandes organizaciones no gubernamentales internacionales», que a veces tienden a ser indiferentes, cuando no opuestas, al «ecologismo de los pobres y de los indígenas», aunque depende de qué organización (o de qué sección local).
Los conflictos ambientales tienen protagonistas muy diversos, pero destacan las movilizaciones desde la base organizadas ad hoc, aunque a veces tienen importancia también confederaciones permanentes de asociaciones (como Ecologistas en Acción en España). En un capítulo se destaca que es frecuente encontrar participantes religiosos en conflictos ambientales especialmente en Latinoamérica (católicos) y en el Sudeste Asiático (budistas). No extraña la participación de católicos de la «teología de la liberación», disidentes de la Iglesia oficial, pero más sorprendente fue la contundente encíclica Laudato si (2015) del papa Francisco que utilizó expresiones del ecologismo como «deuda ecológica» de los países del Norte con los del Sur. También son relevantes las creencias espirituales de comunidades que consideran sagrados ríos, bosques o montañas, una sacralidad muy diferente a la casi sacralidad de algunas propuestas de mantener santuarios naturales salvajes, sin población humana.
En el capítulo «Corporate Social Irresponsability and Systematic Lack of Environmental Liability» se critica el papel de la llamada responsabilidad social corporativa (RSC): «Ha tenido un enorme éxito retórico en la gestión empresarial, pero empíricamente aceptamos la definición de K.W. Kapp del capitalismo como un sistema de traslación de costes, donde los costes no son siempre económicos» (p. 605). Esta RSC es de carácter puramente voluntario, no comporta obligaciones legales por los pasivos ambientales y, aunque supone a veces ir más allá de las normas legales, lo que es positivo, se puede considerar principalmente como una estrategia de poder para evitar conflictos intentando generar consenso sobre los proyectos. Con sarcasmo se afirma: «Las compañías y sus CEO y accionistas no son insensibles a las exhortaciones morales, pero quizás comprenden mejor las pérdidas económicas o las sentencias de prisión» (pp. 625-626). Cada vez hay más libros de texto para escuelas de negocios que enfatizan aspectos como las posibilidades de inversiones winwin, el marketing ecológico, etc. Tienen interés, pero un libro de texto basado en estudios de caso del EJAtlas tendría un tono muy diferente y más realista sobre el papel de las empresas. Este capítulo se podría considerar como «un tráiler para un curso para estudiantes de gestión empresarial» (p. 630), muy necesario para el currículum de estos estudiantes, aunque no sería nada fácil encontrar escuelas de negocios predispuestas a dar el paso.
El capítulo «Población y recursos: feminismo y neomalthusianismo» (con Eduard Masjuan) pertenece a otro género. Parte de la preocupación por el crecimiento de la población como factor clave de aumento del metabolismo social y de degradación ambiental, no siempre compartida por el ecologismo de izquierdas, y analiza el movimiento neomalthusiano que tuvo influencia en las primeras décadas del siglo xx (en Francia, Portugal, España, Estados Unidos, Brasil y otros países), considerado una temprana expresión de «interseccionalismo entre feminismo y ecologismo» (p .663), muy anterior a la aparición del término ecofeminismo. Este movimiento, a pesar de su nombre, nada tenía que ver (más allá de coincidir en la alarma por el crecimiento de la población) con el pensamiento conservador de Malthus. Reivindicaba la educación y la libertad sexual, la contracepción y la libertad de la mujer.
En las conclusiones del libro se resume su principal mensaje político: «Por todo el mundo hay comunidades que luchan, en un ecologismo de los pueblos por la justicia social, defendiendo su tierra, aire, agua, bosques y supervivencia frente a proyectos nocivos y actividades extractivas. Los movimientos de justicia ambiental de base ayudan a la economía a ser menos insostenible» (p. 691). Comparto totalmente esta conclusión, pero añadiré un comentario.
A menudo se ha utilizado el término NIMBY (not in my backyard, «no en mi patio trasero») para desprestigiar los movimientos de resistencia a proyectos; tales movimientos solo reflejarían intereses egoístas escondidos tras la defensa de un supuesto bien común. Este libro denuncia el uso del término y demuestra que los costes de los proyectos suelen recaer sobre los más pobres y menos poderosos y los beneficios, principalmente sobre los ricos. Los movimientos ecologistas suelen replicar con el término NIABY (not in anyone’s backyard, «no en el patio trasero de nadie») para defender sus luchas. Ciertamente, el cambio climático hace urgente que no se desarrollen en ningún lado nuevos proyectos de industria fósil y que se cierren de forma rápida instalaciones ya existentes. También, por ejemplo, debería prohibirse el glifosato en todos lados y habría que abandonar los proyectos de macrogranjas desmesuradas. Sin embargo, no todas las resistencias contribuyen en la misma medida a una mayor justicia social y sostenibilidad, y no siempre es aplicable sin más el término NIABY. Cualquier perspectiva realista de reducción mundial radical de emisiones de gases invernadero implica un desarrollo masivo de infraestructuras de energías renovables (incluso en escenarios de decrecimiento energético). En muchos lugares vemos oposición local a instalaciones solares o eólicas con el lema «Renovables sí, pero así no» que a veces son confundibles con «Renovables sí, pero aquí no». La resistencia a la implantación de energías renovables en determinados lugares (y a la forma de implantarse) puede ser muy justificada, pero es difícil no concluir que una oposición generalizada contra las renovables (que se da por parte de poblaciones pobres y también de poblaciones ricas) dificulta la reducción de emisiones de carbono. Para gestionar estos conflictos es necesaria una adecuada planificación pública con participación ciudadana que tenga en cuenta factores ambientales, económicos y sociales.
A pesar de los desastres ambientales y humanos descritos en el libro, en las conclusiones emerge un tono optimista que la lectora o el lector juzgará si es o no justificado, pero que es de agradecer frente al tono derrotista de algunos discursos sobre el colapso ecológico. Para Joan Martínez Alier no se trata solo de que hay casos de éxito, sino de que «este libro se centra en el movimiento de justicia ambiental como un presagio del futuro» (p. 684), un movimiento que, junto a otros, y muy especialmente el feminismo, «muestra futuros posibles deseables» (p. xi). Esperemos que así sea. En cualquier caso, un libro imprescindible para todas las personas interesadas en el tema.
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[1] Libre acceso en: https://www.elgaronline.com/monobook-oa/book/9781035312771/9781035312771.xml.
* Universitat de Barcelona. E-mail: jordiroca@ub.edu Página web: htpps://jordiroca.online/.
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