Grettel Navas*

DOI: doi.org/10.53368/EP60MACref02

Palabras clave: ecología decolonial, Caribe, justicia racial, esclavitud

Keywords: decolonial ecology, The Caribbean, racial justice, slavery

Imagen: Malcom Ferdinand. Autora: Bénédicte Roscot.

 

Malcom Ferdinand nació y creció en Martinica, una isla ubicada en el mar Caribe con estatus de región y departamento de ultramar de la República francesa, pero ubicada a más de 6800 kilómetros de distancia de su capital, París. Al cumplir dieciocho años, Ferdinand inició sus estudios en Ingeniería Civil en el University College de Londres. Después de una misión humanitaria en Darfur (Sudán), surgió su interés por las ciencias sociales, en especial por la filosofía y la sociología, cuya riqueza teórica le permitiría entender los problemas ambientales de nuestra era y hacerles frente. Su tesis Pensar la ecología desde el mundo caribeño, realizada para obtener el grado de doctor en Ciencia Política en la Universidad París Diderot, lo llevó a publicar su primer libro, Une écologie décoloniale, el cual fue premiado por la fundación Ecología Política de París en especial por avanzar en el pensamiento ambiental incorporando la historia colonial. Este libro está escrito desde una Francia colonizada, desde un mundo (su mundo) altamente desconocido por el resto de la sociedad francesa, es decir, de la sociedad del Hexagone o la Francia continental, a la que todos hacemos referencia cuando vemos el mapa.

Ferdinand escribe desde un Caribe francés que tiene características particulares y únicas. Sin embargo, saltan a la vista retazos históricos similares a los del resto de Mesoamérica y del Caribe no francoparlante; del Caribe hispanófono, anglófono, neerlandés; del Caribe insular; del Caribe centroamericano; del gran Caribe. En fin, de un Caribe que ha sido compartimentado y dividido por la misma historia colonial. En esta entrevista, realizada lastimosamente en línea, porque es lo único que nos permite el COVID, hablamos con Malcom de su vida y de su contribución académica, pero también de política.

Tú eres (o eras) un ingeniero. ¿Cómo se da este giro de la ingeniería ambiental a las ciencias sociales? ¿Por qué crees encontrar respuestas a la crisis ambiental actual en los estudios de la desigualdad social y de la colonialidad?

Todo comenzó cuando estaba en una misión humanitaria en Darfur. Por entonces trabajaba como ingeniero para la organización Solidarité Internationale. Estaba a cargo del acceso al agua, la higiene y el saneamiento en los campamentos de desplazados internos de la guerra y en las zonas rurales del sur de Darfur. Al inicio pensaba que las razones por las cuales las personas no tenían agua eran la ausencia de recursos económicos o la falta de competencias. Pero, poco a poco, comencé a comprender que era bastante ingenuo no pensar que la crisis política, los crímenes sufridos por la guerra y de lesa humanidad vividos por la población no tenían nada que ver con la situación ambiental y la provisión de un derecho humano básico como el acceso al agua potable. Las herramientas que tenía en ese momento, provenientes de la ingeniería, no me permitían comprender las razones sociales y políticas de la crisis ambiental que presenciaba. Tras cinco meses en Darfur, volví a Francia y decidí hacer un máster en Sociología y Filosofía Política en la Universidad París Diderot. Después del máster, seguí con el doctorado.

Elaboré mi tesis doctoral entre 2011 y 2016. Entonces comencé a desarrollar mi análisis sobre la idea de que no podemos entender la crisis ambiental actual, tal y como la vivimos hoy, sin conocer la historia colonial del mundo. Hoy, muchas personas intentan abordar las problemáticas ambientales sin tener en cuenta esta historia colonial. Se olvidan por completo de las relaciones coloniales pasadas, que tampoco son pasadas: están plasmadas en relaciones racistas actuales, son relaciones de poder históricas que siguen muy presentes. Esta es la principal fractura teórica que cuestiono; la historia colonial y la crisis ambiental están estrechamente ligadas.

 

En tu libro Une écologie décoloniale hablas de formas de «habitar la tierra» ¿A qué te refieres con esto?

Habitar la tierra comprende las formas de ser en relación (o no) con otros seres humanos y no humanos, con los ecosistemas, instituciones sociales, económicas, políticas y legales. Habitar la tierra comprende, además, problematizar la concepción de nuestra existencia en la tierra, de sus geografías y sus temporalidades. Por ejemplo, un jardín creole compuesto por varias plantas leguminosas, árboles frutales, con algunos animales y plantas medicinales producidas sin químicos da testimonio de una relación mucho más abierta y diversa con el mundo. Esta es una manera mucho más preocupada por la vida de las futuras generaciones y de la naturaleza, lo opuesto a la violencia de los monocultivos que imponen inseguridad alimentaria y destrucción ambiental.

En tu libro haces una revisión histórica de la esclavitud. Este es un tema claramente compartido con el resto de los países latinoamericanos: pensemos en Esmeraldas en Ecuador, los Quilombolas en Brasil, los Palenques en Colombia, los Garífunas en Centroamérica. Todas estas son comunidades que siguen viviendo y sobreviviendo al racismo ambiental. Dices que el fin de la esclavitud no acaba con las maneras coloniales de habitar la tierra…

La esclavitud no fue solo un sistema sociopolítico, económico y legal que monopolizó violentamente los cuerpos negros, sino que también participó de esta forma violenta de habitar la tierra, habitarla de un modo colonial, en particular a través de plantaciones y monocultivos de exportación. Sin embargo, esta forma colonial de vivir no se abandonó con la abolición de la esclavitud. Por el contrario, en varios países se «concedió» su abolición a condición de poder continuar con esta manera colonial de habitar la tierra.

En América Latina, no hay que dormirse en los laureles con la idea de que al abolirse la esclavitud se terminaron los sistemas de opresión. Por el contrario, estos monocultivos de exportación —como las exportaciones de banano desde Centroamérica, que bien conoces tú— renuevan formas de dominación de los mismos cuerpos que fueron sometidos a la esclavitud.

Más que a lo que se conoce como el Antropoceno (la era geológica del hombre), América Latina se enfrenta a lo que Donna Haraway y Anna Tsing llamaron el Plantationoceno. Nuestros cuerpos y concepciones del mundo están dominados a través de estas plantaciones mortíferas, con una violencia oculta para el resto del mundo. Y en cuanto algunas comunidades se oponen a la deforestación y luchan por la protección de la vida humana y no humana, se enfrentan a respuestas militares y policiales de grandes empresas. ¿Cuántos defensores del medioambiente son asesinados cada año en América Latina? Todo esto debe terminar.

Como el poeta Aimé Césaire, has retornado a tu país natal para investigar a profundidad un problema de salud ambiental: la contaminación por Clordecona. ¿Cómo la contaminación con este insecticida se convierte en un ejemplo de relación colonial entre la Francia continental y el Caribe insular?

Desde mi punto de vista, este pesticida es un ejemplo convincente de la continuación de la ocupación colonial y del papel de Francia continental en territorios colonizados aún mucho después de superada la esclavitud. Con el fin de asegurar ganancias financieras para unos pocos productores de banano —un sector que estaba en manos de las minorías blancas de Martinica y Guadalupe—, varios ministros de Agricultura franceses fomentaron la contaminación de las tierras antillanas con este pesticida, ya que les permitía incrementar la producción de banano para exportación. De esta forma, envenenaron los ecosistemas de las islas y, por tanto, los cuerpos de sus habitantes. Mientras los habitantes de la Francia continental comían bananos en silencio, los trabajadores agrícolas de las Indias Occidentales eran deshumanizados y envenenados. Hasta la fecha, no se ha hecho justicia.

¿Qué entenderías por justicia?

Para mí, la justicia no es solo una herramienta burocrática que «gestiona crímenes». Apunta también a una necesidad más amplia de obtener la verdad, permitir comprender lo que ha pasado, que sea de conocimiento público, que los culpables reconozcan los daños causados. Este reconocimiento permite recordar a las víctimas de esta destrucción ambiental que no deberían haber sido tratadas así, que tienen derecho a la dignidad. Por eso, es imperativo trabajar colectivamente en esta dirección. Además, porque, mientras no haya justicia ni condena, se podrá seguir produciendo y destruyendo de la misma manera, como si no hubiera pasado nada.

Por eso debemos ir más allá de la fractura colonial y ambiental, como explico en mi libro. Si es posible reconocer el daño ambiental del pasado, entonces es igual de importante reconocer los crímenes coloniales de ese mismo pasado y los efectos que se extienden hasta la actualidad.

¿Qué herramientas crees que tiene la ecología política para aportar al debate de la ecología decolonial? ¿Hacia qué herramientas teóricas y metodológicas conviene dirigirse?

La ecología política tiene muchas herramientas analíticas que son útiles para la ecología decolonial. Los aportes de Joan Martínez-Alier sobre el ecologismo de los pobres, los múltiples análisis sobre los intercambios ecológicamente desiguales, las mediciones de la huella ecológica y las muchas críticas a formas de acumulación de capital son cruciales.

Sin embargo, se deben profundizar los desarrollos ya existentes en lo que respecta a la discriminación de género, el racismo, la herencia colonial, la colonización del poder, del conocimiento y del ser. También hay que abordar las formas en que esta herencia colonial afecta las posibilidades en la investigación. Por ejemplo, debemos cuestionarnos: ¿quién puede investigar, hablar y ser reconocido como académico dentro de la ecología política?, ¿qué lugar ocupan los negros y en particular las mujeres en este campo?

La academia no puede prescindir de una descolonización de las instituciones, es decir, una transformación crítica de sus condiciones de producción de conocimiento, para que haya mayor diversidad de las autoridades en el mundo, pero también una mayor apertura a otros tipos de conocimiento además de aquellos validados por Occidente.

¿Qué lugar ocupan los estudios del feminismo, y del feminismo negro en particular, en tu pensamiento?

El feminismo y sobre todo el afrofeminismo son fundamentales en el modo de pensar del habitar colonial de la tierra. ¿Por qué? Porque las formas de dominación no se aplican de la misma manera a hombres y mujeres. A veces, algunos se han equivocado al pensar en la emancipación poscolonial sin preocuparse por el destino de las mujeres. Sin embargo, debemos reconocer estas diferencias para poder concebir una emancipación más completa y justa.

Los trabajos de Angela Davis, Alice Walker, Kimberlé Crenshaw, Grada Kilomba (Plantation Memories: Episodes of Everyday Racism), Wangari Maathai y Djamila Ribeiro (Petit manuel antiraciste et féministe) me han permitido comprender mejor que los modos de dominación coloniales no se aplican a todo el mundo de la misma manera. Al contrario, las mujeres racializadas son las que enfrentan violencias y deshumanizaciones más desproporcionadas. Comprender cómo esta violencia se entrelaza con la destrucción de los ecosistemas terrestres permite darse cuenta de que no podremos enfrentar la crisis climática sin considerar el lugar de la mujer racializada en el mundo.

 

Ahora has ganado una beca del Rachel Carson Center de Múnich para escribir un nuevo libro. ¿Puedes decirnos de qué tratará?

En este libro, me centro más específicamente en el caso del insecticida clordecona en Martinica y Guadalupe. Podría decirse que es el escándalo medioambiental más importante de la historia del Caribe. Por eso, a mi parecer, merece un libro completo. Es necesario comprender en profundidad cómo se entremezcla la historia colonial con esta crisis ambiental y de salud pública. Considero que esta no es solo una crisis ambiental. Detrás de ella se esconde una crisis económica, política, social, de democracia y legal. Además, en este libro intento proponer salidas y formas concretas de habitar la Tierra, es decir, una ecología decolonial en acción.

¡Muchas gracias, Malcom! Esperamos ansiosas tu nuevo libro. También esperamos que Une écologie décoloniale se traduzca pronto al español y se difunda muy bien entre el público latinoamericano.

Referencias

Ferdinand, M., 2019. Écologie Décoloniale. Penser l’écologie depuis le monde caribéen. Seuil, Paris.

Kilomba, G., 2008. Plantation Memories: Episodes of Everyday Racism. Unrast, Budapest.

Ribeiro, D., 2020. Petit manuel antiraciste et féministe, Anacaona Editions, Paris.

* Grettel Navas es doctoranda en Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona y parte del proyecto ENVJustice. E-mail: grettelnavas98@gmail.com.

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