Eco-comunidades[1]

Claudio Cattaneo[2]

 

Las eco-comunidades son planificadas y establecidas específicamente para que quienes participan puedan vivir y trabajar de acuerdo a principios ecológicos, promoviendo el compartir (léase también reparto del trabajo ) y buscando el bienestar mediante estilos de vida más sostenibles, democracia directa y cierto grado de autonomía.

Las eco-comunidades incluyen a las ecoaldeas, que según Gilman (1991: 10) se caracterizan por ser “asentamientos a escala humana y con múltiples funciones, en los que las actividades humanas se integran en el mundo natural sin causar daños, de un modo que favorece el desarrollo humano saludable y puede prolongarse indefinidamente en el tiempo”. Aunque las ecoaldeas representan la forma más habitual, las eco-comunidades pueden establecerse también en edificios aislados o dentro de las ciudades (algunas de ellas bajo la forma de viviendas cooperativas compartidas).

Las eco-comunidades, en general, se caracterizan por su tamaño relativamente pequeño: por debajo o en torno al centenar de integrantes. Las hay tanto de carácter urbano como ‘rurbano’, aunque la mayoría de ellas están situadas en zona rurales, donde el acceso a los medios de producción naturales es más sencillo y los alquileres y la propiedad son más baratos. Los participantes practican la agricultura ecológica en pequeña escala y la permacultura, la producción artesanal y de talleres, la auto-construcción o las prácticas de háztelo-tú-mismo (DIY por sus siglas en inglés: Do It Yourself), además de dar prioridad a las energías renovables o a los medios de producción y de transporte que ahorran energía, como las bicicletas (ver Nowtopistas). Los materiales y los procesos de producción tienden a ser de bajo impacto ambiental y con frecuencia los objetos son reciclados de los desechos, reutilizados o reparados. El conjunto de estas modalidades de abastecimiento agrícola, de materiales y de servicios, ponen de manifiesto la idea de ámbitos convivenciales donde los medios de producción son gestionados en común (Illich, 1973; ver convivencialidad).

Las eco-comunidades pueden ser consideradas tanto procomunes materiales como inmateriales, puesto que gestionan la tierra y los recursos físicos de forma comunitaria mientras que, simultáneamente, establecen normas, convicciones, instituciones y procesos que fomentan una identidad común, que a su vez contribuye a la preservación y reproducción de la comunidad.

Deseosos de establecer lugares donde puedan vivir y cultivar sus propios ideales utópicos, sus participantes forman parte a menudo de una ola de neorrurales inspirada en revistas como In Context (EEUU) o Integral (España). El movimiento tuvo su origen en la década de 1960, y en 1994 se constituyó la Red Global de Ecoaldeas.

Algunos ejemplos destacables, que también demuestran las diversas tipologías de las eco-comunidades, serían: The Farm , en Tennessee, en una propiedad adquirida comunalmente por hippies veganos de California; Twin Oaks, una comunidad rural igualitaria en Virginia basada en un sistema de crédito estructurado en función de la aportación de trabajo (Kinkaid, 1994); Lakabe, una aldea ocupada  en Navarra con una panadería comercial gestionada comunalmente; y Longomai, un pragmático vástago del movimiento de Mayo de 1968, con una propiedad principal en el sur de Francia y varias comunidades satélite establecidas en lugares de Francia, Suiza y Alemania.

Los valores utópicos se manifiestan en la creación de una identidad de grupo, en compartir ciertos ideales culturales y políticos (y a veces también espirituales), y en el establecimiento de prácticas organizativas que pueden abarcar desde la simple necesidad de un lugar donde residir hasta el desarrollo de un proyecto de vida en común.

Una eco-comunidad constituye una entidad especial que existe entre el individuo y la sociedad como un todo. Se caracterizan por sus dimensiones ambientales (eco-) y sociales (comunidad), las cuales, en conjunto, son consideradas por los eco-comuneros como rasgos prácticamente ausentes en las relaciones vitales de las sociedades (post)industriales.

Existen grandes diferencias entre las comunidades en lo concerniente a la importancia de la esfera individual dentro de la comunidad, y sobre los niveles de autonomía respecto al resto de la sociedad. Sin duda, estos son importantes desafíos para el desarrollo de cualquier proyecto de eco-comunidad.

Al tender un puente entre la escala individual-familiar y la escala de la sociedad en su conjunto, las eco-comunidades se caracterizan por procesos de toma de decisiones auto-organizados que, entre otras cosas, determinan la naturaleza y la dimensión ecológica del proyecto y la integración entre las economías individual y comunal. Normalmente, las eco-comunidades adoptan procesos de toma de decisiones que son horizontales y deliberativos, en lugar de representativos, mientras que algunas adoptan el consenso en lugar de las decisiones por mayoría.

Las eco-comunidades son en cierto sentido oikonomias aristotélicas (remitiendo al arte de la buena vida y, literalmente, a la “administración de la casa”). El dinero no juega un papel principal; es simplemente un medio para satisfacer necesidades. Las eco-comunidades evitan la acumulación porque el colectivo garantiza un nivel mínimo de bienestar a todos sus miembros. El tipo de modelo económico varía enormemente entre una comunidad y otra. Algunas comparten todo el dinero entre sus miembros, otras conservan una sólida esfera económica individual. Un estudio de ocupaciones  rurales, que podrían ser consideradas un caso particular de eco-comunidades, postula la existencia de una correlación entre el grado de aislamiento de la comunidad y su grado de comunalismo. Las eco-comunidades situadas cerca de grandes ciudades son más proclives a mantener un alto porcentaje de economías (monetarias) personales (Cattaneo, 2013).

Las fuentes de ingresos monetarios también varían bastante. En general, prevalecen los principios de autogestión cooperativa y la eco-comunidad produce colectivamente mercancías que pueden ser vendidas localmente o fuera, por ejemplo en ferias y mercados. Las comunidades más grandes, como Longomai en Francia, dependen de la captación de fondos y, cada vez más, del crowdfunding (financiación colectiva). Las eco-comunidades con un alto grado de integración financiera entre sus miembros, funcionan como ‘cooperativas integrales’, donde los trabajadores, productores y consumidores son parte constitutiva de la misma organización.

Las eco-comunidades permiten visualizar cómo sería una sociedad de decrecimiento. Cualquier concreción de las intenciones utópicas depende de una fuerte voluntad y de un pragmatismo que puede chocar con los ideales originales. En las fases iniciales (importantes  en el comienzo de una transición social) la prioridad es lograr que las cosas salgan bien; en tales circunstancias difíciles, la austeridad auto-impuesta y la auto-explotación de los miembros suelen ser habituales. Mediante procesos de auto-organización, una eco-comunidad escoge vivir independientemente de la sociedad en general. Como apunta Marcuse en El hombre unidimensional, una sociedad liberada del control y la manipulación externos será capaz de establecer sus satisfactores de necesidades; los participantes escogen convertirse en protagonistas de sus vidas y fomentan un imaginario de decrecimiento, confiriéndole a la comunidad la base de autoridad económica y socio-política que habitualmente caracterizan a los mercados capitalistas y al aparato estatal.

Si la comunidad sobrevive a esta fase inicial, es muy probable que luego surja una práctica decrecentista de sano funcionamiento ecológico y convivencialidad social. No existen datos empíricos sobre las tendencias en consumo energético y de materiales a lo largo del tiempo en las eco-comunidades. Una hipótesis factible es que la mayoría de las eco-comunidades comiencen con una caída drástica en el consumo personal de materiales y energía, pero según van entrando en una fase de madurez, nuevas condiciones de vida más confortables aunque no más sostenibles van reemplazando a las iniciales (aunque las primeras seguirán siendo menos intensivas en recursos que la sociedad en su totalidad).

Las eco-comunidades desarrollan prácticas de simplicidad voluntaria. Aunque esto forma parte del imaginario decrecentista, podría criticarse a algunos defensores de la simplicidad porque evitan comprometerse con los problemas sociales y con las acciones políticas. En general, no se puede caracterizar a las eco-comunidades como políticas o apolíticas. En un extremo del espectro, están aquellas que podrían considerarse como ‘botes salvavidas’, que son comunidades con límites claros y ‘fronteras cerradas’, mientras que en otras, especialmente las que se adhieren a los ideales políticos de la izquierda radical, sus miembros son más conscientes de la necesidad de cooperar más allá de los límites y fomentar un cambio social universal. La mayoría de las eco-comunidades tiene claro que su poder es limitado y por lo tanto adhieren a una filosofía afín a la de Holloway, de ‘cambiar el mundo sin tomar el poder’. Esto puede llegar a suceder mediante la constitución y consolidación de redes de la base a la base – más que por procesos de abajo hacia arriba – que contribuyan a un abandono estratégico del sistema (Carlsson y Manning, 2010) en número cada vez mayor y con la consecuente reducción del papel, el tamaño y el poder que hoy detenta el establecimiento . La extensión de estas prácticas a ámbitos más amplios de la sociedad, más allá de los habitados por personas ecológicamente conscientes, todavía no ha acontecido. La persistente crisis económica y ecológica actual puede ser una buena ocasión para fomentar las eco-comunidades y crear así un fenómeno social que vaya más lejos que el movimiento contracultural que las precedió.

Referencias

CARLSSON, C. y MANNING, F. (2010) “Nowtopia: Strategic Exodus?” Antipode, vol. 42:4, pp. 924–953.

CATTANEO, C. (2013) “Urban squatting, rural squatting and the ecological-economic perspective”  en SQUATTING EUROPE KOLLECTIVE (ed.) (2013) Squatting in Europe, Radical Spaces, Urban Struggles. Londres, Nueva York: Minor Compositions – Autonomedia. Disponible en línea en: www.minorcompositions,info/wp-content/uploads/2013/03/squattingeurope-web.pdf, consultado el 11 de diciembre de 2013.

GILMAN, R. (1991) The eco-village challenge. Context Institute. Disponible en línea en:  www.context.org/iclib/ic29/gilman1/, consultado el 14 de mayo de 2014.

ILLICH, I. (1973) La convivencialidad, Barcelona: Virus, 2012.

KINKAID, K. (1994) Is It Utopia Yet? An Insider’s View of Twin Oaks Community in Its Twenty-Sixth Year, 2nd edition. Louisa, Virginia: Twin Oaks Publishing.

[1] La versión inglesa de este artículo se ha publicado en el libro Degrowth: a vocabulary for a new era (2014, eds. Giacomo D’AlisaFederico DemariaGiorgos Kallis). La versión traducida al castellano puede encontrarse en Decrecimiento: vocabulario para una nueva era, Icaria Editorial (2015).

[2] Recerca & Decreixement e ICTA, Universitat Autònoma de Barcelona (claudio.cattaneo@liuc.it)

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