Dalena Tran*

DOI: doi.org/10.53368/EP61FCbr02

Resumen: Los proyectos extractivos e industriales explotan mediante la fuerza territorios y recursos, y así ponen en peligro a comunidades vulnerables que dependen de ellos. Las defensoras del medioambiente se movilizan en todo el mundo y son las protagonistas más afectadas y menospreciadas. Estas mujeres defensoras se enfrentan a una violencia sistemática e incluso sufren asesinatos por su resistencia contra las corporaciones multinacionales. Este artículo recopila los resultados de dos trabajos anteriores basados ​​en EJAtlas, una base de datos sobre conflictos ambientales. Un análisis de ecología política feminista muestra cómo la represión violenta afecta a las diversas mujeres de manera diferente según sus circunstancias e identidades. Sus distintas experiencias de violencia de género influyen en sus estrategias de movilización, habitualmente no violentas. Todo esto ofrece enseñanzas para contrarrestar las hegemonías violentas.

Palabras clave: defensoras ambientales, género, conflictos ambientales, contraviolencia, EJAtlas

Abstract: Extractive and industrial projects forcefully take and exploit land and resources, putting the vulnerable communities depending on them in danger. Women environmental defenders are mobilizing around the world as among the most affected and undervalued protagonists. However, they are facing widespread violence and even murder for their resistance against the multinational corporations typically responsible for such harm and repression. This article summarizes previous work based on the EJAtlas, an online database of environmental conflicts. A feminist political ecology analysis of EJAtlas cases shows how violent repression is gendered, which affects diverse women differently depending on their unique circumstances and identities. Their various experiences of gendered violence influence their distinctly nonviolent mobilization strategies. This could have important implications for countering violent hegemonies.

Keywords: environmental defenders, gender, environmental conflicts, violence, EJAtlas


Introducción

Existe un patrón global de represión violenta cuando las empresas y los Gobiernos toman por la fuerza territorios y recursos de comunidades vulnerables en aras de obtener beneficios económicos (Deonandan y Bell, 2019). Estas comunidades sufren una distribución desigual de los beneficios y costos ambientales (Martínez-Alier y O’Connor, 1996). Las y los defensores del medioambiente protegen su derecho a vivir en entornos seguros y saludables. Sin embargo, a menudo su resistencia está sometida a los embates de los proyectos extractivos o industriales (Butt et al., 2019; Scheidel et al., 2020; Tran et al., 2020). La violencia contra las y los defensores del medioambiente llama cada vez más la atención del mundo académico y activista (Le Billon y Lujala, 2020; Navas et al., 2018). Estos estudios deberían centrarse con mayor profundidad en las defensoras del medioambiente (WED, women environmental defenders) y sus luchas. Las defensoras ambientales pasan desapercibidas aunque estén muy afectadas (Nartey, 2020; Veuthey y Gerber, 2011). Tal invisibilidad y vulnerabilidad derivan de cómo las WED defienden el medioambiente y a la vez combaten la misoginia (Shiva, 1988). Intentar ingresar a espacios públicos y políticos las convierte en blanco de múltiples violencias (Jenkins, 2017), y el asesinato es la expresión más visible de estas. Aunque la organización Global Witness (2020) estima que el 10 por ciento del total de los defensores ambientales asesinados son mujeres, se desconoce el número exacto de víctimas. Los casos son difíciles de documentar debido al silenciamiento social de las mujeres y al silencio de las partes interesadas que encubren los abusos. Además, la literatura sobre violencia en conflictos ambientales no suele desglosar los datos por género (Deonandan y Bell, 2019). No obstante, las mujeres son esenciales en los movimientos de justicia ambiental no solo por ser víctimas, sino también como sujetos políticos capaces de transformar y resistir estas injusticias (Morgan, 2017).

Este artículo resume los patrones de violencia contra las defensoras del medioambiente presentados en estudios previos (Tran et al., 2020; Tran, de próxima publicación), que se basan detalladamente en más de sesenta casos de WED reseñados en el Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas),[1] un inventario en línea que reporta conflictos de injusticia ambiental alrededor del mundo (Martínez-Alier, 2021; Martínez-Alier et al., 2016; Scheidel et al., 2018; Temper et al., 2015 y 2018). A pesar de que las WED tienen diversas posiciones, circunstancias y métodos de defensa, la violencia contra ellas es universal.

Dicho esto, son dos los propósitos principales de este artículo: en primer lugar, describir cómo las mujeres defensoras experimentan pautas de represión violenta basada en género y, en segundo término, argumentar que su resistencia es muy poderosa porque enfrentan dicha violencia con estrategias y contranarrativas claramente no violentas.


Marco conceptual

Este artículo utiliza un enfoque de ecología política feminista (EPF), el cual examina las desigualdades en las relaciones de poder, los conocimientos, derechos y prácticas basadas en género que informan los conflictos ambientales (Elmhirst, 2018; Elmhirst et al., 2017; Sultana, 2020). La EPF destaca los conocimientos y las luchas que a menudo se pasan por alto, en especial aquellos que se encuentran en los márgenes, y reconoce el género como uno de los puntos centrales de diferencia dentro de las sociedades. Por ejemplo, en las sociedades patriarcales, la distribución del poder y el trabajo basado en roles tradicionales de género con frecuencia conducen a priorizar el desarrollo económico frente a la conservación de recursos naturales (Agarwal, 1992; Bradshaw et al., 2017). Para las defensoras, la justicia no es simplemente detener una amenaza, sino también lograr el empoderamiento de diversas formas según los contextos. La EPF muestra cómo las mujeres cuestionan las narrativas y estructuras dominantes que justifican la explotación ambiental mediante sus propios conocimientos y contranarrativas (Crenshaw, 2016).

Este artículo (resumen, como se ha dicho, de otros dos más extensos) analiza mujeres[2] de todo el mundo para mostrar la diversidad de sus circunstancias. También se basa en los aportes de la interseccionalidad, concepto clave de la EPF. La interseccionalidad explica cómo la raza, la clase, el género, la sexualidad, la discapacidad, la edad y otras identidades interactúan para crear experiencias complejas y superpuestas que pueden ser de privilegio o de opresión (Crenshaw, 2016), y es importante porque el feminismo dominante a menudo homogeneiza las diversas experiencias de las mujeres (Leopeng y Langa, 2020). Las mujeres de color, por ejemplo, están más sujetas a distintas formas de violencia, silenciamiento y desempoderamiento. Por lo tanto, es necesario conocer las diferentes capas de las identidades de las WED para comprender la complejidad y los matices de sus situaciones.


Resultados y discusión

Violencia

Las mujeres defensoras del medioambiente están sujetas a diversas formas e intensidades de violencia de género según sus identidades y contextos. La violencia de género ocurre porque las mujeres luchan contra cargas ecológicas desproporcionadas (contaminación, desposesión de recursos como el agua y la tierra) y a la vez contra diversas formas de sexismo. Según la literatura de la EPF, las relaciones de poder significan que las mujeres suelen ser excluidas de la toma de decisiones, sobre todo durante las negociaciones y los enfrentamientos con las empresas extractivas. Además, las mujeres defensoras a la vez tienen que realizar trabajo reproductivo y manejar esas cargas ecológicas desproporcionadas (Barca, 2020; Ikelegbe, 2005; Leguizamón, 2019; Rocheleau et al., 1996). El proceso de silenciamiento de género es muy problemático cuando se ataca la credibilidad de las defensoras a través de la criminalización, campañas de difamación, acoso judicial o incluso acusándolas de histeria y abandono de los intereses de sus familias, al mismo tiempo que se emplea la fuerza para reprimirlas. Sin embargo, considerando la interseccionalidad, no todas las mujeres defensoras viven la marginalidad de la misma forma (Leopeng y Langa, 2020). Tienen distintos niveles de privilegio o de opresión y por lo tanto la forma en que pueden actuar en los conflictos ambientales es diferente. También son diversas las percepciones del público externo. Algunas mujeres defensoras cuentan con una posición más favorable. Por ejemplo, Blackwell y Root, conservacionistas blancas, económicamente favorecidas, utilizaron su privilegio para establecer programas destinados a ayudar a comunidades afectadas y defender el medioambiente en el Sur Global. Sin embargo, su privilegio también significó que a veces fueran algo insensibles a la violencia en vez de pararla. Mientras tanto, hay mujeres defensoras campesinas indígenas que al mismo tiempo son criticadas y celebradas como heroínas. Esta recepción polarizada la podemos ver en mujeres defensoras del pueblo, como en los casos de Acholi o Buangern en Uganda y Tailandia, respectivamente.[3]

Imagen 1. Habitantes de Haeng en demanda y litigio contra la Green Yellow Co. Ltd., la cual ha ganado concesiones de minería de lignito.

 

La represión de las mujeres defensoras es una violencia de género que se considera normal y a veces ni se la percibe como violencia (Beauvoir, 2003; Taylor, 2018). Estos tipos de violencia se construyen sobre la creencia de que los cuerpos femeninos son sexualmente vulnerables e inferiores a otros (Deonandan y Bell, 2019; Taylor, 2018). Como consecuencia, tanto la policía como las trabajadoras industriales con frecuencia someten a las mujeres defensoras a acoso sexual, violación o prostitución forzada. El control de los movimientos y los cuerpos de las mujeres es una opresión interseccional que une las cuestiones de raza y de clase. Por ejemplo, en el caso de la Coalición de Mujeres de la localidad de Escravos que en la protesta ocuparon las terminales petroleras de Chevron en Nigeria, la violencia física, las violaciones, las desapariciones y los asesinatos se describieron de manera sensacionalista sin tan siquiera mencionar los nombres de las activistas. En este sentido, las mujeres defensoras apenas son consideradas humanas en contextos donde las violencias se ejercen contra campesinas, indígenas o afrodescendientes (Chiumbu, 2016; Gqola, 2007; Lawson, 2018). El tratamiento público y las denuncias de violencia policial fueron diferentes en el caso de la ocupación antinuclear por parte del Greenham Women’s Peace Camp de una base militar en Inglaterra. La violencia fue menos fuerte que en Nigeria; sin embargo, fue ampliamente condenada, y las víctimas se honraron de forma individual. Los cuerpos negros, incluso cuando son masculinos, son más vulnerables que los blancos en una compleja red de violencia y marginalización (Crenshaw, 2016; Weiss, 2018).[4]

Contraviolencia

El concepto de interseccionalidad nos ayuda a entender cómo las diversas identidades y circunstancias de las mujeres defensoras influyen en sus estrategias de movilización. Por ejemplo, algunas defensoras (en los casos del EJAtlas analizados) eran de clase media o acomodadas, algunas tenían educación universitaria (incluso maestrías o doctorados) y algunas eran figuras reconocidas públicamente. Este privilegio se refleja en sus tácticas de defensa, pues tenían diferentes herramientas: educación, redes de contactos para iniciar acciones en diferentes esferas legales, profesionales y públicas. Sin embargo, la mayoría de las defensoras en los casos del EJAtlas eran campesinas, indígenas o mujeres empobrecidas que desarrollaban trabajos informales. Las campesinas especialmente arriesgan sus cuerpos en las protestas; así visibilizan sus luchas para poder ser escuchadas no solo como ambientalistas, sino como personas sujetas a una marginación interseccional por su condición de mujeres empobrecidas y no blancas. Sin embargo, las identidades superpuestas como personas afrodescendientes, empobrecidas, rurales no son solo vulnerabilidades, sino también fortalezas. Muchas defensoras utilizan rituales culturales y acciones artísticas para cuestionar conflictos en un marco de comprensión local y común, destacando valores más allá del desarrollo económico (Abonga et al., 2020; Barca, 2020). Al incluir creencias cosmológicas y culturales compartidas, sus movilizaciones van más allá de los actos de protesta y contribuyen a las relaciones sociales a largo plazo. Esto es especialmente útil cuando las protestas o demandas se niegan de forma rápida y violenta o cuando se retrasan años y años por la vía judicial (Abonga et al., 2020). Las WED cuentan con medios alternativos que incluyen la creación de redes de apoyo, la divulgación y el diálogo entre las partes en los conflictos, así como las resistencias cotidianas, y así crean y comparten las contranarrativas. Incluso, las mujeres más vulnerables y silenciadas superan la violencia a través de una resistencia no violenta e inclusiva que a menudo incorpora acciones locales culturalmente significativas influidas por sus experiencias interseccionales de género.

Las movilizaciones de las WED no solo deben abordar los conflictos ambientales, sino también la violencia de género. De esta manera se abren nuevas vías para el éxito contra las hegemonías represivas (Barca, 2020). Como explica Van Allen (2015), los sistemas legales formales se han utilizado para reforzar la dominación jerárquica y para normalizar y perpetuar la violencia y las dificultades de las mujeres defensoras, incluso cuando estas conocen las leyes establecidas. Las defensoras desafían las injusticias sistémicas mediante la transformación del espacio político y narrativo con diversos conceptos de justicia que incluyen a las mujeres, las empobrecidas, las indígenas y afrodescendientes y otros grupos vulnerables para detener las formas de violencia contra las que luchan. Por tanto, las WED transforman la no violencia (práctica, en ocasiones, más pasiva) en contraviolencia. Las interpretaciones de la FPE muestran que las estrategias de las mujeres son poderosas porque sus experiencias interseccionales de violencia las colocan en posiciones únicas para visibilizar y enfrentar las fuerzas hegemónicas que producen las injusticias contra ellas (Rocheleau et al., 1996; Barca, 2020).


Conclusión

Los ataques violentos tienen como objetivo reprimir los movimientos liderados por las mujeres defensoras del medioambiente y el uso de la violencia sirve para eliminar la oposición a los proyectos extractivos. Sigue existiendo una violencia patriarcal, racial y capitalista global con la que las corporaciones multinacionales cometen violaciones de los derechos humanos y ambientales contra comunidades y mujeres vulnerables, sin que los Gobiernos las responsabilicen, ya que predominan los discursos misógino y del desarrollo económico. Las defensoras ambientales luchan contra la violencia de género, el silenciamiento y las cargas ecológicas desiguales. Sin embargo, ellas no son simples víctimas, sino actores sociales, que viven en entramados comunitarios, con perspectivas y fuerza únicas obtenidas de sus diversas experiencias de opresión. Estos conocimientos locales informan sus estrategias de movilización contraviolenta, desafiando las hegemonías violentas con otras inclusivas y pacíficas. Los movimientos ambientales son cada vez más sostenidos y liderados por mujeres defensoras. Estas gigantas resisten la represión violenta; mientras tanto, las académicas tal vez registran algunas de sus luchas. Las estructuras patriarcales capitalistas de crecimiento económico se resisten contra esas diferentes formas de movilización. Podemos apoyar a las defensoras ambientales en sus luchas contra las hegemonías violentas que perpetúan estas estructuras visibilizando sus luchas, colaborando con diferentes organizaciones, con las defensoras de primera línea y con algunos académicos para crear una masa crítica que detenga los proyectos de crecimiento económico e injusticias socioambientales.


Referencias

Abonga, Francis & Kerali, Raphael & Porter, Holly & Tapscott, Rebecca. (2020). «Naked Bodies and Collective Action: Repertoires of Protest in Uganda’s Militarised, Authoritarian Regime». Civil Wars, 22 (2-3), pp.198-223

Agarwal, B., 1992. «The Gender and Environment Debate. Lessons from India». Feminist Studies, 18 (1), pp. 199-158.

Barca, S., 2020. Forces of Reproduction. Cambridge, Cambridge University Press.

Beauvoir, S. de, 2003. «The Second Sex. Introduction». En: C. McCann, Seung-kyung Kim y E. Ergun (eds.), Feminist Theory Reader. Local and Global Perspectives. Nueva York, Routlegde, pp. 40-48.

Bradshaw, S., B. Linneker y L. Overton, 2017. «Extractive Industries as Sites of Supernormal Profits and Supernormal Patriarchy?». Gender and Development, 25 (3), pp. 439-454.

Butt, N., F. Lambrick y A. Renwick, 2019. «The Supply Chain of Violence». Nature Sustainability, 2 (8), pp. 742-747.

Chiumbu, S., 2016. «Media, Race, and Capital. A Decolonial Analysis of Representation of Miners’ Strikes in South Africa». African Studies, 75 (3), pp. 417-435.

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* Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales, Universidad Autónoma de Barcelona. E-mail: tran-dalena@gmail.com

[1] Véase: www.ejatlas.org.

[2] Principalmente, mujeres campesinas. Puede consultarse cada caso de estudio en Tran et al., 2020.

[3] Los cuatro casos (aquí bajo los nombres Blackwell, Root, Acholi, Buangern) están reseñados en las siguientes fichas del EJAtlas: https://www.ejatlas.org/conflict/poaching-illegal-mining-and-other-crimes-in-corcovado-national-park-costa-rica   https://ejatlas.org/conflict/overfishing-and-poaching-at-lake-naivasha-kenya.

https://ejatlas.org/conflict/ancestral-acholi-land-rights-conflicts-in-amuru-uganda

https://ejatlas.org/conflict/lignite-mining-in-lampang-thailand

[4] Para estos temas véanse:

https://ejatlas.org/conflict/nigerian-womens-war-against-chevrontexaco

https://www.ejatlas.org/conflict/greenham-common-womens-peace-camp-eliminate-nuclear-missiles-in-berkshire-england

 

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