Adrián Almazán,* Iñaki Barcena,** Júlia Martí***

DOI: doi.org/10.53368/EP64NPVop02

Resumen: En el actual contexto de crisis multidimensional, el denominado «capitalismo verde y digital» se ha convertido en la solución preferida para tratar de responder al empeoramiento de procesos clave como el agotamiento de las energías fósiles, el cambio climático, el estancamiento económico o la desestabilización cada vez mayor de las cadenas de suministro. No obstante, desde nuestro punto de vista este no hace más que dar continuidad a todas las dinámicas que, de hecho, se encuentran detrás de la eclosión de esa crisis. De ahí que en este texto propongamos, como alternativa real a la crisis ecosocial, un decrecimiento ecofeminista, sostenible, justo y autónomo, que parta de asumir la inmensa deuda ecológica y social que nuestras sociedades han contraído. Ofrecemos algunas indicaciones de la forma que podría tomar esta propuesta.

Palabras clave: decrecimiento, capitalismo verde, digitalización, ecofeminismo, deuda ecosocial

 

Abstract: In the current context of multidimensional crisis, so-called «green and digital capitalism» has become the preferred solution in an attempt to respond to the worsening of key processes such as the depletion of fossil fuels, climate change, economic stagnation or the increasing destabilization of supply chains. However, from our point of view, this only gives continuity to all the dynamics that are, in fact, behind the emergence of this crisis. Hence, in this text we propose, as a real alternative to the ecosocial crisis, an ecofeminist, sustainable, just and autonomous degrowth, based on taking on the immense ecological and social debt that our societies have contracted. In what follows, we offer some indications of the form this proposal could take. 

Keywords: degrowth, green capitalism, digitization, ecofeminism, eco-social debt

Introducción: capitalismo verde y digital

En el actual contexto de crisis multidimensional, el denominado «capitalismo verde y digital» se ha convertido en la solución preferida por Gobiernos, organismos internacionales y corporaciones transnacionales para tratar de responder al empeoramiento de procesos clave como el agotamiento de las energías fósiles, el cambio climático, el estancamiento económico o la desestabilización cada vez mayor de las cadenas de suministro. No obstante, al negarse a asumir transformaciones profundas en el modelo de inversión, producción y consumo —es decir, a abandonar el crecimiento en el marco del capitalismo industrial—, esta estrategia se materializa en un conjunto de planes de endeudamiento masivo dirigidos a beneficiar e impulsar nuevos nichos de negocio como las energías renovables hiperindustriales, la movilidad eléctrica, la digitalización de empresas, servicios públicos, infraestructuras, etcétera (Fernández et al., 2022).

En nuestro continente un ejemplo claro de esto es el Pacto Verde europeo, aprobado en 2019, en el que se enmarcan intervenciones como los fondos Next Generation, mecanismo impulsado por la Unión Europea para financiar la recuperación económica pospandemia.[2] Existen al menos tres tipos de críticas que se pueden hacer a este plan.

En primer lugar, se sigue alimentando nuestro modo de vida imperial (Brand y Wissen, 2021) y no se pone en cuestión el carácter colonial del capitalismo industrial. Este, desde su inicio, solo ha podido mantener los modos de vida de los países enriquecidos a costa de un intercambio ecológico y económico desigual (Hornborg, 2001) que nos ha llevado a acumular una enorme deuda ecosocial (Barcena et al., 2009). Así, el capitalismo verde mantiene y profundiza el actual marco extractivista (Gandarillas González, 2014) y está detrás de la diversificación de las formas de despojo que sufren los pueblos originarios y las comunidades campesinas que hoy se ven desplazados de sus tierras para la creación de, por ejemplo, proyectos de compensación de emisiones.

En segundo término, se continúa alimentado la idea errónea de que una mera sustitución tecnológica a gran escala es suficiente para atajar la crisis actual. La realidad es que el capitalismo verde y digital es fuente de potentes impactos ecológicos (Hickel y Kallis, 2020). Ni las energías renovables hiperindustriales, hoy en manos del oligopolio, son completamente «limpias» ni la digitalización de la economía implica su desmaterialización. ¿Por qué? Por un lado, porque las grandes empresas energéticas y financieras, que son hoy responsables del despliegue de estas tecnologías, reproducen las mismas irracionalidades ecosociales del modelo actual: despojo y acaparamiento de tierras, burbujas especulativas que tan solo buscan generar beneficios, construcción de infraestructuras sobredimensionadas, concentración de la propiedad, imposición de megaproyectos sin atender a la biodiversidad, etc. Por otra parte, porque tanto las renovables hiperindustriales como los dispositivos digitales o la movilidad eléctrica acumulan impactos (entre ellos, emisiones) en todo su ciclo de vida (extracción, transporte, producción, reciclaje), por mucho que puntualmente puedan reducirlos en el momento de su uso. De ahí que sean inseparables del modelo fósil y estén haciendo aumentar los impactos ecológicos. Muy en particular aquellos asociados a la minería, ya que el incremento de la demanda de materiales escasos y no renovables está desplazando las fronteras extractivas (Valero et al., 2021). De hecho, al calor de la guerra de Ucrania cada vez se habla más de autonomía estratégica en seis sectores diferentes: energía, materias primas, tecnología, salud, agricultura y defensa. Uno de los elementos para articular esa autonomía es precisamente la minería, cuya presencia se pretende fomentar cada vez más en la Unión Europea y, en particular, en España. Una dinámica que tomará todavía más vuelo si los precios de las materias primas siguen en alza (Pérez, 2021).

En tercer lugar, este plan profundiza la precariedad y la desigualdad, incluida la de género, a pesar de que el capitalismo verde y digital a menudo se tiñe también de morado (Martí y Partenio, 2022). Un primer ejemplo de ello lo vemos en los planes de recuperación pospandemia, que, en vez de rescatar servicios públicos, apuestan por negocios privados como la digitalización de la sanidad o el hidrógeno (Bayas et al., 2022); además de asumir un endeudamiento público masivo que acabará afectando a las políticas sociales. Otro ejemplo es la transformación urbana impulsada en el marco del capitalismo verde, que no se está acompañando de medidas de redistribución y antiespeculativas, lo que la convierte en una nueva estrategia para elitizar ciertos barrios y expulsar a la población pobre, en procesos que ya se conocen como greentrification (Groupe Cynorhodon, 2020). En esta línea, la transición energética capitalista no tiene el derecho humano a la energía como uno de sus objetivos, ni prioriza medidas para adaptar los hogares y los tiempos a la crisis energética y climática. Asimismo, como señalan Scasserra et al. (2021), la digitalización y las empresas plataforma están promoviendo una conciliación perversa, con nuevos trabajos digitales en los que se reproducen la división sexual del trabajo y la brecha salarial (con algoritmos que penalizan los horarios de las mujeres o refuerzan estereotipos de género, por ejemplo), además de jornadas laborales extenuantes y nuevas formas de endeudamiento.

Decrecimiento ecofeminista como alternativa

Los estudios y prácticas de lo que quizás convendría denominar ecofeminismos han propuesto modos de analizar la crisis multidimensional del presente con el foco puesto en lo que suele quedar invisibilizado. De acuerdo con Yayo Herrero (2013), este plan de investigación y acción se caracteriza por respetar al menos cuatro principios:

  1. Asumir la ecodependencia.
  2. Aceptar la interdependencia como condición para la existencia de la humanidad.
  3. Repartir la riqueza.
  4. Construir sociedades en las que merezca la pena vivir.

Estos principios, no obstante, hoy tienen que declinarse con una situación de crisis ecosocial que los hace incompatibles con un crecimiento continuado de la esfera material de la economía. De ahí que nuestro ecofeminismo tenga que ser decrecentista. O nuestro decrecimiento, ecofeminista.

¿Por qué? De manera sintética podríamos decir que, pese a todas sus promesas e ilusiones tecnolófilas (Almazán, 2021), el capitalismo verde no puede deshacer una realidad rocosa y sólida: ningún subsistema social o económico puede crecer indefinidamente en el marco de una biosfera finita y frágil. El choque de las sociedades capitalistas e industriales contra la biosfera nos ha llevado ya a adentrarnos en trayectorias de descenso energético y de acceso a materiales que no son reversibles por ninguna tecnología.

Ante esta trayectoria de contracción metabólica nuestra propuesta es:

[hacernos] cargo de la realidad (energética, ecológica, social) para articular[nos] en torno a la agroecología, la relocalización de la economía, la reinserción de los sistemas humanos en los sistemas naturales, el uso parsimonioso de los recursos, el artesanado, el reparto del trabajo de cuidados o las técnicas sencillas. Modos de vida menos exuberantes metabólicamente hablando, para los que necesitamos sobre todo transformaciones políticas, económicas e imaginarias (y no tanto tecnológicas) (Almazán y Riechmann, 2021).

Un decrecimiento sostenible, justo y autónomo que empiece por revertir nuestra dependencia energética, ecológica y económica de los recursos obtenidos por la fuerza de otros países o de sectores sociales empobrecidos. Las energías renovables distribuidas y de pequeña escala pueden ser parte de la solución a las crisis climática y energética, pero solo si asumimos que existen pérdidas entrópicas y de materiales que no tienen vuelta atrás (Valero et al., 2021). Otras medidas importantes podrían ser aquellas encaminadas a la redistribución (reforma fiscal, reversión de las privatizaciones), procesos de formación y educación asentados en los valores de la equidad, la justicia social y la biofilia o la construcción de un nuevo marco imaginario que abrace la sobriedad, la suficiencia y la simplicidad voluntaria.

Así, este feminismo con declinación decrecentista (Martí, 2020) considera que los procesos de transformación que necesitamos deben poner el foco no tanto en los sectores estratégicos de la economía como en los procesos y bienes imprescindibles para sostener la vida (alimentación, agua, energía, vivienda o cuidados). Además, tendrían que avanzar en la democratización reorganizando la relación entre producción y reproducción y haciendo que dejen de ser ámbitos opuestos, para garantizar así una reproducción social que no descanse en lógicas extractivas y explotadoras (Gago, 2014). En el marco de las políticas redistributivas, sería imprescindible incluir el reparto de todos los trabajos socialmente necesarios, con propuestas de reparto de rentas que no consoliden los modelos familiaristas de cuidados, sino que favorezcan los modelos públicos y comunitarios de reproducción social. También sería crucial detectar y rechazar los sesgos de clase, colonialidad-raza y género que puedan estar presenten en las estrategias adoptadas. Como se afirmó en el Encuentro Alianzas Ecofeministas:[3] «Necesitamos estrategias de decrecimiento que no supongan un empobrecimiento obligado». Para ello es clave desarrollar formas colectivas de garantizar el acceso a los recursos básicos y evitar que esta responsabilidad recaiga de forma exclusiva en los hogares —y, dentro de ellos, en las mujeres—.

Por último, asumir nuestra deuda ecológica y social y comenzar a pagarla es un primer paso imprescindible (Barcena et al., 2009). Para ello será necesario disputar las agendas climáticas globales, ahora mismo en manos del poder corporativo, para exigir la cancelación de la deuda de los países del Sur, el fin de los mecanismos de autorregulación empresarial y la restauración de los territorios de sacrificio. Pero, también, habrá que impulsar estrategias de acción transnacional (huelgas, ocupaciones, cajas de resistencia, caravanas de denuncia, etc.) que articulen luchas poniendo el foco en toda la cadena de valor. La construcción de modelos alternativos también se puede convertir en sí misma en una forma de reparación, si favorece cambios en el patrón de consumo que partan del reconocimiento de la existencia de responsabilidades asimétricas (Pérez Orozco et al., 2014: 283), y si va acompañada de estrategias —desde abajo y bidireccionales— de cooperación política, financiera y tecnológica para impulsar los procesos de relocalización.

Conclusiones

La apuesta por el capitalismo verde y digital supone renunciar a implementar medidas reales para una transformación compatible con la sostenibilidad, la justicia y la autonomía. Este opera en base a la lógica del crecimiento económico y con un marco normativo laxo incapaz de impedir que las empresas sigan contaminando con impunidad y que se profundicen las desigualdades económicas y de género. Además, sus proyectos están reforzando las lógicas extractivistas y coloniales, profundizando todavía más nuestra ya embarazosa deuda ecológica y social.

Frente a esto debemos trabajar por un decrecimiento ecofeminista —es decir, abandonar el modo de vida imperial occidental y construir otros que pongan la vida en el centro en clave de justicia—. Y para ello necesitamos elaborar estrategias situadas y mancomunadas que favorezcan un internacionalismo desde los territorios en lucha, desde las dinámicas del conflicto ecosocial, compartiendo espacios de articulación formales e informales, basados en alianzas bidireccionales y no jerárquicas. Además, estamos obligados a recuperar las agendas globales de las manos del poder corporativo y comenzar a pensar y desarrollar experiencias más allá del estrecho marco del capitalismo verde.

Son múltiples los ejemplos y esfuerzos prácticos que en todo el mundo se están llevando a cabo para desmercantilizar y colectivizar-comunalizar de forma autogestionaria las necesidades vitales. En la alimentación, en la energía, los cuidados o la vivienda (Almazán et al., 2022). Indudablemente esto exigirá democratizar nuestras sociedades, impulsando las diversas soberanías que fortalecen a las personas y a las comunidades: la soberanía alimentaria y la energética, la soberanía sobre nuestros cuerpos, la soberanía técnica y la soberanía política para tomar decisiones sobre las cuestiones socioecológicas que nos afectan.

Por último, los ecofeminismos también nos ofrecen algunas pistas sobre cómo sostener las luchas e impulsar estas transformaciones imprescindibles. Para ello conviene dar importancia no solo a crear horizontes de suficiencia que nos impulsen al cambio y nos protejan del derrotismo, sino también a construir presentes vivibles y estrategias para sostenernos y sostener las luchas, tejiendo redes de afecto y creando espacios de respiro.

Referencias

Almazán, A., 2021. Técnica y tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo. Madrid, Taugenit.

Almazán, A., V. Álvarez, L. González Reyes et al., 2022. Alternativas ecosociales para colapsar mejor. Madrid, Ecologistas en Acción.

Almazán, A., y J. Riechmann, 2021. «¿Cómo caminamos hacia el plan C?». Ecologista en Acción, 110, pp. 18-20.

Barcena, I., R. Lago y U. Villalba (eds.), 2009. Energía y deuda ecológica. Transnacionales, cambio climático y alternativas. Barcelona, Icaria.

Bayas, B., M. Begiristain, I. González et al., 2022. «PERTE: cómo la inversión pública socava la transición ecofeminista». XXK, ODG, OMAL, ESF.

Brand, U., y M. Wissen, 2021. Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo. CABA, Tinta Limón.

Fernández, G., E. González, J. Hernández et al., 2022. Megaproyectos. Claves de análisis y resistencia en el capitalismo verde y digital. Madrid, Paz con Dignidad, OMAL.

Gago, V., 2014. La razón neoliberal. Madrid, Traficantes de Sueños.

Groupe Cynorhodon, 2020. Dictionnaire critique de l’anthropocène. París, CNRS.

Herrero, Y., 2013. «Miradas ecofeministas para transitar a un mundo justo y sostenible». Revista de Economía Crítica, 16, pp. 278-307.

Hickel, J., y G. Kallis, 2020. «Is Green Growth Possible?». New Political Economy, 25 (4), pp. 469-486.

Hornborg, A., 2001. The Power of the Machine. Global Inequalities of Economy, Technology, and Environment. Lanham, Altamira.

Martí, J., 2020. «Una agenda ecofeminista para la transición». Viento Sur, 171. Disponible en: https://vientosur.info/una-agenda-ecofeminista-para-la-transicion/, consultado el 12 de diciembre de 2022.

Martí, J., y F. Partenio, 2022. «Del “green, blue & purple washing” a la economía de la guerra y el ajuste». Viento Sur, 183, pp. 58-69.

Pérez, A. 2021. Pactos verdes en tiempos de pandemias. El futuro se disputa ahora. Barcelona y Madrid, ODG, Libros en Acción, Icaria.

Pérez Orozco, A., 2014. Subversión feminista de la economía. Madrid, Traficantes de Sueños.

Scasserra, S., y F. Partenio, 2021. «Precarización del trabajo y estrategias de trabajadoras en plataformas digitales». Sociologías, 23 (57), pp. 174-206.

Valero, A., A. Valero y A. Almazán, 2021. Thanatia. Los límites minerales del planeta. Barcelona, Icaria.

Gandarillas González, M. (comp.), 2014. Extractivismo. Nuevos contextos de dominación y resistencia. Cochabamba, CEDIB.

* Universidad Carlos III de Madrid (UCIIIM). E-mail: manueladrian.almazan@uc3m.es.

** Euskal Herriko Unibertsitatea (EHU). E-mail: inaki.barcena@ehu.eus.

*** Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL). E-mail: julia.marti@omal.info.

[1] Cuando hablamos de renovables hiperindustriales hacemos referencia a tecnologías de producción de electricidad a partir de energías renovables (viento, sol, agua) que se basan en un uso intensivo de materias primas (muchas veces raras y escasas), a gran escala e integradas en estructuras muy sofisticadas. Por todo ello estas renovables hiperindustriales son profundamente dependientes de los combustibles fósiles, cruciales en su fabricación, transporte y mantenimiento (tanto que hay quien propone considerarlas meras extensiones del sistema fósil, más que una alternativa a él). En consecuencia, estos captadores de energía renovable no son ellos mismos renovables. De hecho, la mayoría cuenta con una vida media de tan solo unas pocas décadas.

[2] Estos planes han recibido múltiples críticas desde una perspectiva ecosocial (Pérez, 2021), pero también por su falta de transparencia y su carácter antisocial (https://opengenerationeu.net/enmiendas-nextgenerationeu/).

[3] Celebrado en la Casa de Defensoras Basoa (Bizkaia) en abril de 2022.

 

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