• La basura como naturaleza: la basura con derechos
  • María Fernanda Solíz Torres
  • Crítica del libro: Alberto Acosta* y Esperanza Martínez**
  • Año: 2022
  • Editorial: Universidad Andina Simón Bolívar, Quito
  • ISBN: 978-9942-837-95-0
  • Páginas:164

 

Palabras clave: naturaleza, basura, bien común, soberanías, capitalismo, poscapitalismo.

Keywords: nature, rubbish, common good, sovereignties, capitalism, post-capitalism.

La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. […] Muchas veces se toman medidas solo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las personas. […]  Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.

                                       Papa Francisco, encíclica Laudato si, 2015

Cuando pensamos en la naturaleza nuestra imaginación nos remonta a paisajes verdes, casi siempre inhabitados. Un río de aguas claras, un bosque esplendoroso, pasto verde, aire limpio… Son ideas deseables, sin lugar a dudas, pero construidas alrededor de paisajes para disfrutar, más que para habitar. A contrapelo, cuando pensamos en la basura, nos confrontamos con el rincón maloliente que se esconde, no se quiere ver, llamado vertedero, botadero, eufemísticamente rellenos sanitarios o, de forma más simple, basural.

Detrás de esta aproximación está aquella concepción tan propia de la modernidad que nos ha colocado figurativamente a los seres humanos al margen de la naturaleza. Esto nos remite a la necesidad de naturalezas limpias. Pero, a la vez y de forma perversa, sobre todo con la colonización permanente, aceptamos que esa naturaleza sea puesta a nuestro servicio y que, por lo tanto, hay que conquistarla o por lo menos domesticarla o usarla como depósito de nuestros desperdicios.

De acuerdo con esta visión, los seres humanos tenemos derecho a disfrutar de la naturaleza, mas no deberes para con ella. Tanto es así que, para alcanzar nuestro bienestar, en un acto de dominación de la naturaleza, producimos, consumimos y desechamos, sin importar cuánto desequilibrio social y ecológico provocamos. Y en este contexto aflora la basura en tanto desperdicio de una máquina estúpida que ha subordinado la vida a la lógica de acumulación del capital.

En realidad, más allá de una acumulación de cosas inútiles, la basura es el testigo de nuestra desconexión con la naturaleza, con la Tierra y con nuestra propia existencia. Representa las sombras de lo que se oculta en los márgenes, los excesos que acumulamos y el vacío que tratamos de llenar con el consumo desmedido.

María Fernanda Solíz Torres, en su libro La basura como naturaleza: la basura con derechos, nos sacude. Nos habla de la basura como bien común. Critica su mercantilización. Por ejemplo, la importación de plásticos y otros desechos. Desmonta la promesa engañosa de la economía circular y reivindica las redes de seres humanos cuya vida gira alrededor de la basura, que trabajan con ella y la transforman. La autora reclama derechos para la basura. Recupera con fuerza y lucidez el papel y los derechos de las personas cuyo oficio es reciclarla, el movimiento de recicladoras y recicladores en América Latina.

En este libro provocador abundan experiencias esperanzadoras de reciclaje, inclusive contadas desde abajo, ya sea en Bogotá, Buenos Aires, Belo Horizonte o Lago Agrio (Ecuador), entre otros casos. Y la potencia de sus reflexiones se cierra con una constatación que cobra cada vez más fuerza en el planeta: la necesidad de liberarnos de la religión del crecimiento económico, pues, para llegar a un mundo en donde se logre la meta de «basura cero», hay que transitar por el decrecimiento, que no puede confundirse con una recesión o depresión económica. Es decir, se requieren procesos orientados por el posextractivismo, el comunitarismo, la agroecología, las economías populares, los cuidados, las soberanías alimentaria y energética, teniendo claros horizontes poscapitalistas para construir el buen vivir con una perspectiva plural de buenos convivires imaginados y aplicados, recuperando las culturas de los pueblos originarios y de todos los grupos humanos que buscan una vida armoniosa de sus comunidades con la Madre Tierra.

Solíz propone como método de análisis el metabolismo social con sus cinco procesos: apropiación, transformación, distribución, consumo y excreción. Se describe cómo estos configuran los territorios, que se sacuden con una creciente conflictividad socioecológica.

Pero va más allá. Este libro audaz nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia y sobre un problema incomodo: ¿qué es la basura?, ¿qué hacemos con ella?, inclusive ¿cómo nos reflejamos en ella? No se trata solo de expresar el rechazo al proyecto de la modernidad, en esencia colonial y patriarcal, profundamente extractivista; Solíz nos confronta más íntimamente. Nos pide pensar en la basura como naturaleza, es decir, como parte de nosotros mismos… Vaya desatino más grande, dirá más de una persona.

Pero la realidad, si intentamos verla como es, no idealizándola desde nuestra más profunda perversión de lo moderno, supuestamente puro y limpio, nos abre la puerta a otras aproximaciones a la basura. Si pensamos qué es la basura, veremos que esta puede ser un poco de todo. Un recuerdo roto, una piedra, papeles borroneados, ropa que no queremos usar, embalajes, pedazos de memoria… Basura, más allá de los nocivos desechos de los procesos extractivistas o industriales, es todo lo que en un momento particular ya no queremos ver. Más despechados, más basura; más ansiosos, más basura; más consumistas, más basura, y así por el estilo…

La basura, vista en clave de modernidad, termina siendo un indicador de las crisis existenciales de la sociedad y de nosotros mismos. De hecho, vivimos procesos brutales de deshumanización de la humanidad y de desnaturalización de la naturaleza, en el primer escenario especialmente a través de un individualismo transformado en una enfermedad social y en el segundo por una cada vez más peligrosa superación de los límites biofísicos; en ambos casos como resultado de la mercantilización de la vida misma.

Y en ese mundo deshumanizado y desnaturalizado, la basura como abstracción carece tanto de sentido que podría eliminarse del diccionario de la vida. Hemos perdido la capacidad para entender el valor de uso de la basura en tanto materia orgánica, que es en sí mismo un universo en donde habitan microorganismos como hongos y bacterias que trabajan para lograr la descomposición de los residuos. Salvo en las comunidades campesinas, no somos capaces de entender cómo esa basura orgánica se convierte en humus. Los desechos orgánicos de una casa están hechos de semillas, alimento para nuevas plantas y muchos organismos transformadores del ciclo de la vida.

Recordemos que las lenguas indígenas carecen de términos para nombrar la basura tal y como la entiende la modernidad. En quechua, los desechos orgánicos son kara kuna, y cada tipo de desecho tiene su propio nombre, como papa kara kuna o palanda kara kuna. Las hojas secas, la paja que ya no tiene uso, es jupa kuna. Los desperdicios plásticos, las cosas inservibles, son shukta mapa kuna, que se traduciría como ‘lo sucio’.[1]

Es fácil imaginar que hubo momentos en la historia y sociedades en las que gran parte de las cosas se reutilizaban y se reciclaban, y lo que sobraba volvía a la tierra, cerrando el ciclo natural. Muchas comunidades que no viven por y para el capitalismo mantienen en lo esencial esas conexiones. Sin pretender hacer una apología del manejo de los residuos por parte de los pueblos indígenas o campesinos, la verdad es que consumen menos, generan menos desechos, y que el contacto con el territorio y la agricultura hacen retornar la materia orgánica a sus ciclos naturales.

Con el capitalismo —sobre todo en su faceta petrolera— aparecieron más y más los residuos inorgánicos no degradables, los químicos y millares de productos de un solo uso. El momento es tan crítico que con el comprar, usar y botar hemos perdido también la capacidad para entender el valor de la basura inorgánica, en tanto potencial ya explotado que puede servir para procesos de reciclaje en otras estructuras de producción y de consumo.

Ni de lejos proponemos tolerar los extractivismos, en su esencia destructores y violentos. Tampoco aquellos procesos industriales, contaminadores y alienantes. Nada de eso. Tampoco caemos en la ingenuidad de economías pintadas de colores —verde, azul, naranja…— o circulares que no cuestionan la civilización del capital. Pero sí creemos, como lo dice Solíz, que es indispensable repensar el tema de las basuras. No cabe duda de que una sociedad más equilibrada debería compartir, intercambiar, reciclar, recuperar. En suma, debería ser capaz de no desechar lo que aún sirve. Nos toca inclusive aprovechar los desechos como expresiones artísticas de otras formas de ver y entender el mundo, de confrontarlo y transformarlo. Y todo en línea con una sociedad más frugal y a la par más feliz.

Esto nos lleva a una estrategia de deconstrucción y reconstrucción. Reorganizar la producción, desengancharse de los mecanismos del mercado, cambiar profundamente los patrones de consumo y los estilos de vida, abriendo la puerta para restaurar la materia desgastada y utilizada, reciclarla y reordenarla en nuevos ciclos ecológicos. Urge otra racionalidad económica en línea con la armonía de la naturaleza y la reterritorialización de las comunidades.

Cuando la Constitución ecuatoriana reconoció los derechos de la naturaleza, acogió una visión amerindia de esta, como dice el preámbulo: la naturaleza como la Pacha Mama, de la que somos parte y que es vital para nuestra existencia… Una aproximación que supera lo metafórico y que nos indica que quien nos da el derecho a la existencia es la Madre Tierra.

En esta dimensión de la Pacha Mama todo tiene vida, y es vital para nuestra existencia. Por supuesto que la seducción del capitalismo llega ya a todas las fronteras, y aun los lugares con más equilibrio empiezan a llenarse de envases y de materiales que no retornan. Pero, aun allí, esos materiales pueden dejar de ser vistos como basura despreciable. Un verdadero programa de «basura cero» solo es posible con el cese de los extractivismos, del consumismo, de los hiperproductivismos, de las obsolescencias programadas y percibidas, de la obscena distribución que concentra los bienes y el capital en unas muy poquísimas manos, etc. De ahí que no basta pensar solo en las 4Rs: reducir, reutilizar, reciclar, recuperar, sino que debemos potenciar las cuatro soberanías: alimentaria, energética, tecnológica y política, que no encuentran su terreno de acción a nivel estatal, sino sobre todo comunitario.

Como señala el libro de María Fernanda Soliz, tenemos que repensar qué es la basura, cómo la integramos en un proceso de reproducción de la vida para reincorporarla a las redes del equilibrio. Hay que minimizar y terminar todos aquellos procesos en esencia depredadores, y superar la idea de la basura como símbolo de la desconexión de lo humano y la naturaleza.

 

— 

* Economista ecuatoriano. Militante de movimientos sociales. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Juez del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza.

** Bióloga y abogada ecuatoriana. Doctora honoris causa por la Universidad Rovira i Vigili. Presidenta de Acción Ecológica y coordinadora de Oilwatch. Asesora del presidente de la Asamblea Constituyente. Miembro del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza.

[1] Nuestra fuente: Blanca Chancosa, lideresa indígena, perita comunitaria en derechos de la naturaleza.

 

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