Jean Robert*

Cuernavaca (México), diciembre 2002

 

Iván Illich murió el 2 de diciembre 2002 en la ciudad alemana de Brema como deseaba: apaciblemente y rodeado de amigos. Un año después, sus amigos organizaron un Simposio Internacional dedicado a examinar su legado y postura crítica bajo un leitmotiv que orientó la vida de Iván hasta el final de sus días: la amistad (philia) como sustento del pensamiento disciplinado e independiente. He aquí una semblanza intelectual del desaparecido autor por uno de sus amigos más cercanos.

A lo largo de los días que siguieron a su muerte, los periódicos del mundo entero publicaron artículos sobre él, mediocres en su mayoría. Esta mediocridad merece una explicación. El periodismo convencional forma parte del aparato de construcción social de la realidad; que, en palabras de Iván Illich, contribuye a que la realidad sensible desaparezca bajo ciertas maneras preceptivas de ver, entender y sentir y por lo tanto a desacreditar la percepción libre y personal del mundo. Iván Illich, que recomendaba abiertamente no leer la prensa, no podía más que ser entendido al revés por los administradores profesionales de la representación de la realidad. La misma mediocridad de estos es un homenaje a aquel que en sus conversaciones y escritos denunciaba toda construcción de la realidad por el poder, fuera este científico, administrativo o periodístico.

Ahora bien, el nombre de Illich aparecía en los periódicos a lo largo de los años setenta. En esa época, los poderosos se disputaban sus consejos: Indira Gandhi, el shah de Irán, Pierre Trudeau, etc., el presidente peruano Juan Velasco, Georges Pompidou le invitaban sucesivamente para conversar en privado o en presencia de sus gabinetes.

A partir de 1978, Illich parece haber roto voluntariamente con esta celebridad. Sus amigos más recientes (ver su web: www.pudel.uni-bremen.de) entienden que una ruptura existencial separa la carrera del personaje público Illich de la vida de Iván, el amigo atento, siempre dispuesto a escuchar, que ponía su mesa, convivencialmente -siempre cercana a una buena biblioteca, a una cocina con spaghetis y a una reserva de buenos vinos- tanto en State College, en Philadelphia, como en Kassel, en Marburgo, en Oldenburgo, o, finalmente, durante más de diez años, en Bremen.

En efecto, la carrera del escritor Iván Illich se divide grosso modo en dos períodos: aquel que él mismo llamaba el de sus «panfletos», el de los escritos que le hicieron más célebre y el de los estudios en profundidad a partir de conversaciones entre amigos. Antes todavía se extiende la época (de la cual no hablaré más que por alusiones) de los estudios eclesiológicos de un creyente que ve la historia de la Iglesia como la del cuerpo de Cristo. Los escritos más famosos de la primera época son La sociedad desescolarizada, Energía y equidad, Némesis médica y La convivencialidad.

Ciertos «reconstructores sociales de la realidad» han querido ver en estos ensayos recetas para la reforma de la educación, de los transportes y de la medicina, recetas abortadas, ya que las instituciones criticadas han evolucionado en un sentido diametralmente opuesto a las esperanzas de los lectores de Illich. Más aún, la escuela, los transportes, la medicina se han convertido en instituciones que alejan a sus clientes de los fines que afirman perseguir. Las escuelas atontan, los transportes paralizan y la medicina te vuelve, más que enfermo, un obseso por la Salud e incapaz de aceptar la muerte. Estas afirmaciones, que aún sorprendían hace treinta años, son actualmente banales.

Cada vez más, términos lanzados por Illich, como «convivencialidad», «contraproductividad», «valores vernáculos» o «monopolio radical» se han hecho términos corrientes en la mayoría de las lenguas modernas.

Mirando hacia atrás, si tuviera que resumir en un pá- rrafo la sustancia de «la época de los panfletos», diría esto: A principios de los años 70, el Club de Roma popularizó la idea de que más allá de ciertos límites, una industria basada en la producción de bienes materiales no puede más que destruir la naturaleza y sugería que la economía debía ser reorientada hacia la producción de servicios no materiales, supuestamente no contaminantes.

Illich elevó entonces su voz para decir que, más allá de ciertos umbrales, la producción de servicios sería aún más destructora de la cultura que la producción de mercancías lo era de la naturaleza. Los «panfletos» no hacían más que ilustrar esta tesis a partir de los ejemplos de la producción de los servicios educativos, de los servicios de transporte y de los servicios de salud. Como las profesiones son formaciones sociológicas que ejercen un monopolio radical sobre la producción de todos los servicios, la crítica de los servicios se convirtió ipso facto en una crítica de las profesiones y en una invitación a la libertad bajo la forma de la desprofesionalización y de la desclientización.

Si bien es cierto que las premoniciones de Illich han sido atrapadas por la realidad, la obra de Ivan, el filósofo itinerante, el huesped, el copero de la convivencialidad, el amigo, es bastante desconocida. Me complace anunciar que próximamente el conjunto de su obra será de nuevo publicada simultáneamente por Fayard, en Francia y por Fondo de Cultura Económica en México.

Los libros, conferencias y artículos de Ivan, a partir de 1978, abordan sucesivamente: el género vernáculo (en tanto que dualidad antitética del sexo económico), la arqueología de las certezas modernas (los eslóganes con los que se construye la representación social de la realidad), el análisis de lo que dice la tecnología, a diferencia de lo que hace, la transición de la era de las profesiones dominantes a la de la tiranía de los Sistemas, la historia del cuerpo, la de la materia (en memoria de Gaston Bachelard), la de las percepciones en general y de la mirada en particular, la historia de la hospitalidad y la de la amistad, el estudio del sentido de la justa medida o «proporcionalidad», la visión del presente en el espejo del pasado, la desaparición del suelo bajo los pies.

A primera vista, la diversidad de estos temas es desconcertante. Para captar su unidad hace falta volver a la época anterior a los «panfletos»: Illich el historiador de la Iglesia comprendió en seguida que las instituciones seculares de la sociedad moderna eran incomprensibles sin el precedente histórico de una comunidad de vivos y muertos que se concebía como cuerpo de Cristo. El lugar donde aparece la unidad de los estudios recientes de Iván es su confianza en la ensarcosis tou logou. La traducción del término apenas ayudaría a los lectores jóvenes, cuya dificultad no está tanto en la falta de confianza como en la desencarnación de su experiencia del mundo y de ellos mismos.

Para Iván la ensarcosis hacía que el verbo y la carne fueran proporcionales o, como decía S. Tomás, análogos. Aquí es donde el historiador toma el relevo del hombre de fe. La sociedad moderna es el residuo desencarnado de comunidades reunidas en torno a la fe en la ensarcosis: esto es una realidad histórica independiente de la fe. La lenta marcha de la modernidad puede entonces ser descrita como una pérdida de la proporcionalidad o analogía entre la palabra y la carne, el hombre y la mujer, el cuerpo y el mundo, los sentidos y la materia, los pies y el suelo. Es esta pérdida que, en sus entrevistas con David Cayley el pasado año, Iván comparaba a lo pésimo que sigue a la corrupción de lo óptimo.

El resultado de esta corrupción es la inhospitalidad de la modernidad que conocemos, el divorcio entre la palabra y la carne (así, el ruido diario de las palabras no dichas), la desencarnación de la experiencia del mundo y de sí en una sociedad surgida de una fe bimilenaria en la encarnación del verbo e incomprensible históricamente sin la traición de esta fe. Únicamente la práctica de la amistad es capaz de afrontar este abismo sin que éste la engulla.

* Jean Robert era un arquitecto suizo que emigró a México en 1972; a partir de entonces, se despidió de su perspectiva profesional y, con la inspiración de Illich, se ha dedicado a examinar desde el llano la contraproductividad del tráfico vehicular moderno, la historia de los conceptos de la energía y la producción, de las percepciones del espacio y otros temas claves para una crítica a fondo de la modernidad industrial contemporánea. Ivan Illich.

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