Marc Gavaldà*

DOI: doi.org/10.53368/EP63IVCrdr01

Resumen: El Centro Social Okupado Kan Pasqual acumula veinticinco años de experiencia comunitaria y de práctica autogestionaria. La construcción de un imaginario compartido vinculado a experimentar formas de vida que corten los lazos de dependencia con los mercados y el Estado ha posibilitado la puesta en práctica de sistemas de vida desmonetizados. Así, el sentimiento de utilidad hacia el colectivo es un valor más fuerte que el trabajo asalariado: se destina el tiempo, horas de trabajo, a generar beneficios para la comunidad, y esta, al fortalecerse y beneficiarse con estos aportes, retorna a los individuos la posibilidad de vivir sin dinero. En el artículo se examinarán y profundizarán las prácticas económicas y las cargas de trabajo de una colectividad que ha apostado por cortar la dependencia del mercado y el Estado, sobre la base de prácticas de apoyo mutuo.

Palabras clave: okupación, colectivización, desmonetizar, anticapitalismo

Abstract: The Kan Pasqual Squatted Social Center (Barcelona) accumulates 25 years of community experience and self-management practice. The construction of a shared imaginary linked to experiencing ways of life that cut the ties of dependence on markets and the State, have made it possible to put demonetized life systems into practice. The feeling of usefulness in the group is a stronger value than salaried work: time, hours of work, are used to generate benefits for the community and this, by strengthening itself and benefiting from these inputs, returns to individuals. the possibility of living without money. The article will examine and deepen the economic practices and workloads of a community that has opted to cut dependence on the market and the State, based on practices of mutual aid.

Keywords:  squatting, collectivization, demonetize, anti-capitalism

Introducción: Kan Pasqual, una experiencia autogestionaria

En el final del segundo milenio, eclosionó en Barcelona un ciclo de luchas por la okupación[1] urbana con un fuerte componente antagonista. La proliferación de centros sociales okupados en diferentes barrios generó una red de espacios «liberados» creando un sustrato donde los movimientos sociales se organizaban y crecían fuera —y en contra— de las instituciones (De Paula, 2010; Martínez, 2002). En este contexto, en 1996 se okupa una finca rural de treinta hectáreas en el corazón del Parque Natural de Collserola, a escasos ocho kilómetros de Barcelona. En este espacio se consolida un colectivo de entre doce y quince personas inspiradas por un ideal anarquista con el anhelo de desplegar prácticas autogestionarias que desconecten al colectivo de la dependencia del Estado y de los mercados (Cattaneo y Gavaldà, 2009). Con un origen básicamente urbano, el colectivo recuperaba la tierra para poner en práctica referencias inspiradoras de la desobediencia civil (Thoreau,1983), la ecología social (Bookchin, 1997; Biehl, 2018), la revolución zapatista y los movimientos populares campesinos que en su autonomía «dispersan el poder» (Zibechi, 2007). Paralelamente, otros colectivos de okupación rural en la península Ibérica habían empezado a caminar (Malayerba, 1996) y generaban una suerte de pertenencia a un movimiento de transformación social en la que se articulaban lazos de apoyo mutuo.[2]

Se trataba entonces de poner las bases económicas, energéticas y materiales para que Kan Pasqual se dotara de medios para cortar su dependencia del mercado. Resolver de manera colectiva aspectos como la alimentación, la calefacción, la iluminación, la vestimenta o la salud se convirtieron en tareas prioritarias. La dedicación de tiempo y conocimientos a estas tareas recortaría las necesidades tanto del mercado como fuente de suministros como del Estado como entidad protectora y coercitiva. Analicemos algunos aprendizajes.

Hito y comunidad

Las bases de una experiencia antagonista y transformadora radican en la comunidad que la sustenta. Los lazos de convivencia, afecto, afinidad política y solidaridad entre las personas del colectivo permiten que este pueda desplegar su potencial práctico. Para ello, las tareas de producción (agrícola, leña, horneado) son tan importantes como fomentar los espacios de cohesión de grupo (compartir comidas, fiestas, cultura, sinceridades). También lo es dibujar un imaginario colectivo del horizonte hacia dónde caminar. Para que esto suceda, necesariamente deben crearse y mantenerse los espacios y tiempos informales para el diálogo. En el plano orgánico, la asamblea ha sido el mecanismo de coordinación y de resolución de conflictos, si bien la existencia de micropoderes y roles patriarcales representa un gran desafío. En el caso de Kan Pasqual, fue la combinación de una comunidad donde identificarse y apoyarse mejor casino online, unida al hito de la autonomía campesina, la que generó el movimiento por el que ha transitado el colectivo durante veinticinco años.

De la necesidad a la capacidad

El colectivo okupó una antigua casa rural en condiciones precarias. Inmediatamente se identificaron las necesidades primordiales que debían solventarse a corto plazo. Techo, calor, agua, comida, luz y seguridad fueron abordados con urgencia. Las tareas de reconstrucción, habilitación de sistemas de acopio de agua, aislamiento, instalación de un minúsculo sistema de generación solar se alternaban con el reciclaje y la apertura de huertas de autoconsumo. Inspirados por el enfoque permacultural (Mollison, 1988), se trataba de cerrar los ciclos de energía y recursos dentro de la finca, avanzando en el camino de la autosuficiencia. Con el tiempo, se fueron abordando proyectos más ambiciosos, como la construcción de un sistema de autoproducción energética (primero fotovoltaico, luego combinado con generación eólica), creando lo que hoy se propone como una comunidad energética local (XSE, 2021). En cuanto a la producción, se combinó la actividad de huerta, transformación y conservación de alimentos, fermentación y destilación de bebidas con la producción semanal de pan que se distribuye y comercializa entre cooperativas de consumo en la ciudad. La elaboración artesanal de pan requiere una dedicación de cinco horas a la semana para un turno de tres personas. Esta actividad permite mantener la economía doméstica del colectivo (compras de alimentos al exterior). El sistema rotativo hace posible que una persona viva con las necesidades básicas satisfechas con una dedicación de apenas unas diez horas de trabajo al mes. Para gastos superiores (compra de sistema solar o gastos de furgoneta colectiva) se organiza algún acto excepcional, como comidas o fiestas.

Es importante señalar también el papel que juega el apoyo mutuo con otras colectividades urbanas y rurales, así como con la vecindad, en el suministro, intercambio y préstamo de herramientas, conocimientos y fuerza de trabajo en jornadas puntuales. Las capacidades y los vínculos de comunidad se amplían y se fortalecen con el tejido de estas redes de apoyo.

La dedicación y la compensación

La dedicación de tiempo y conocimientos en estas tareas autogestionarias recortó las necesidades de dinero, siempre enmarcadas en un plano de «simplicidad voluntaria» (Lahille, 2011). Por un lado, las personas ya no vendían su fuerza de trabajo —y tiempo de vida— al mercado laboral, desviando hacia el beneficio común la potencial plusvalía que habría beneficiado a algún empresario, así como los impuestos al trabajo que benefician al Estado. Por otro lado, la dedicación in situ del trabajo de estas personas generaba una utilidad que era aprovechada para el bien común del colectivo. Con una perspectiva de veinticinco años transcurridos, la suma de todas estas horas de dedicación que durante años se han abstenido del trabajo asalariado tiene un impacto relevante.

Las cargas de trabajo en Kan Pasqual, así como la frecuencia de las tareas que se dedican a la casa, son informales y voluntarias. Se puede afirmar que la vida en colectivo reduce enormemente no solo las cargas económicas (alquiler, energía, transporte, productos de consumo), sino también la dedicación a tareas domésticas (cocina, limpieza, compras) en comparación con el modo de vida unifamiliar. Estas son algunas de las compensaciones que retorna el trabajo comunitario.

Sentimiento de utilidad

La sociedad impone unos valores morales sobre las virtudes del trabajo que se manifiestan en riqueza, estatus, posición social, entre otros elementos. Hay un consenso amparado en la «religión del trabajo» (Grupo Krisis, 2018), entendida como aquello necesario no solo para vivir/sobrevivir en esta sociedad, sino para sentirse integrado en ella. Sin embargo, en Kan Pasqual se percibe el trabajo asalariado como un trámite que hay que asumir —rebajando los niveles de libertad— para conseguir un mínimo necesario para la economía individual.

Por otro lado, el trabajo en la finca o en tareas de organización del centro social son tareas no remuneradas pero con un «sentimiento de utilidad» alto, porque sus frutos aumentan las capacidades sociales del colectivo (Almendro, 2019). Estas tareas, si bien no se traducen en ganancias monetarias, sí que en muchos casos forman parte de la economía por varios motivos: 1) proporcionan bienes consumibles en la comunidad (alimentos, bebida); 2) aumentan la capacidad de captación y almacenamiento de recursos de la casa (depósitos de agua, baterías, bodega, espacios de almacén); 3) mejoran la calidad de vida de la vivienda (aislamiento, calefacción, muebles); 4) aumentan el reciclaje y la recirculación de materiales (compostaje, depuración aguas grises), y 5) incluyen tareas de cuidados (orden, limpieza, salud, resolución de conflictos). En resumen, son tareas que generan unos beneficios en el sentido inverso de la economía neoclásica, que denominaremos «beneficios antimonetarios»: aquellos productos del trabajo que reducen la dependencia del mercado y por tanto del dinero. Estas ganancias no monetarias no se computan en el balance de beneficios, sino que se restan al cómputo de gastos. Con el tiempo, estas ganancias «antimonetarias», fruto del trabajo no remunerado (víveres en la despensa o mejoras en aislamiento de la casa), reportan beneficios acumulativos al recortar o solventar las necesidades tanto en el presente (comida) como en el futuro (leña).

Desgraciadamente, en la sociedad de consumo, se ha estandarizado el consenso de valorizar más el dinero que los beneficios comunitarios de vivir una vida feliz y llena, con las necesidades básicas cubiertas sin invertir horas en el mercado laboral. En contraposición, Kan Pasqual ha consolidado una comunidad con unas necesidades de dinero muy reducidas que permite a sus miembros vivir largos períodos sin trabajar. Como consecuencia de esta economía desmonetizada, al evitar la necesidad de acudir al mercado, sus habitantes venden una pequeña proporción de su tiempo en el mercado laboral, lo que constituye un caso de «desempleo útil» (Cattaneo y Gavaldà, 2010).

Conclusiones: desmonetización y cambio de paradigma

La creación de estos espacios de vida desmonetizados adquiere un valor ejemplar para sentar las bases de la construcción del camino anticapitalista. Holloway (2010) ya apuntaba que la vía para destruir el capitalismo es rechazar las lógicas capitalistas con la creación y expansión de alternativas, empezando en el nivel de microsociedades. En el mismo sentido, Graeber (2011) consideraba actos revolucionarios los intentos de crear comunidades autónomas.

Las comunidades rurales autogestionarias son espacios de demostración y afirmación colectiva de que hay vida más allá del capitalismo. El hecho de que estos proyectos estén vivos y en la práctica en tiempo real —no son referencias históricas a una revolución pasada— añade un valor pedagógico y de contagio. El deterioro creciente de las condiciones laborales, y peor aún en la coyuntura actual de crisis sistémicas y quiebra del capitalismo global (Fernández-Durán, 2011), evidencia la necesidad de un cambio de paradigma del trabajo urgente. El modelo de comunidad rural con una pequeña actividad económica insertada en la economía social aporta un ejemplo práctico en un contexto de transición hacia nuevos modelos de vida que se desvinculen del capitalismo.

Referencias

Almendro, R., 2019. Social Capacity in the Struggle for Degrowth. Barcelona, ICTA-UAB (MSc thesis, Master in Interdisciplinary Studies).

Biehl, J., 2018. Las políticas de la ecología social. Municipalismo libertario. Barcelona, Virus.

Bookchin, M., y J. Biehl, 1997. Las políticas de la ecología social. Barcelona, Virus.

Cattaneo, C., y M. Gavaldà, 2009, «La experiencia autogestionaria». Ecología Política, 35, pp. 73-75.

Cattaneo, C., y M. Gavaldà, 2010. «The Experience of Rurban Squats in Collserola, Barcelona: What Kind of Degrowth?». Journal of Cleaner Production, 18, pp. 581-589.

De Paula, F., 2010. Okupació a Catalunya. Manresa, Anomia.

Fernández Durán, 2011. La quiebra del capitalismo global 2000-2030. Preparándonos para el col·lapso de la Civilización Industrial. Libros en Acción, Virus y Baladre. Barcelona

Graeber, D., 2011. Fragmentos de antropología anarquista. Barcelona, Virus.

Grupo Krisis, 2018. Manifiesto contra el trabajo. Barcelona, Virus.

Holloway, J., 2010. Crack Capitalism. Londres y Nueva York, Pluto.

Lahille, P., 2011. La simplicidad voluntaria en 130 consejos prácticos. Barcelona, Octaedro.

Malayerba (colectivo), 1996. Colectividades y okupación rural. Madrid, Traficantes de Sueños.

Martínez, M., 2002. Okupaciones de viviendas y centros sociales. Barcelona, Virus.

Mollison, B.,1988. Permaculture A Designer’s Manual. Londres, Tagari.

Thoreau, H. D., 1983. Walden: la desobediencia civil. Barcelona, Del Cotal.

XSE (Xarxa per la Sobirania Energètica), 2021. «Comunitats energètiques locals. Ciutadania per la sobirania energètica». Disponible en: https://xse.cat/informecomunitatsenergetiqueslocals/, consultado el 31 de mayo de 2022.

Zibechi, R. (2007). Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales. Virus. Barcelona.

* Profesor asociado del Departament d’Economia i Història Econòmica de la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro del CSO Kan Pasqual. Email: marc.gavalda@uab.cat

[1] La letra k de okupación hace referencia al carácter político de la acción, en la que la toma de un edificio abandonado no es solo un fin, sino también un medio para denunciar especulación de la vivienda y la tierra. Además, el movimiento okupa subvierte el lenguaje dejando patente su voluntad de romper con las normas, también ortográficas.

[2] Véase https://colectivosrurales.wordpress.com/ o la revista La Llamada del Cuerno, órgano de expresión de los pueblos okupados, con una trayectoria de veinte años de publicaciones esporádicas desde 2000.

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