DOI: doi.org/10.53368/EP63IVCed01

La dinámica del capital, con su lógica de autoexpansión infinita, avanza sobre territorios y cuerpos/poblaciones depredando los ecosistemas y los entramados comunitarios sobre los que reposa la vida en común. En los umbrales de la depredación, las luchas por la defensa de los territorios de vida hacen visible la centralidad de la cogestión de las relaciones de interdependencia intra y transespecies, como requisito ecológico y como desafío político para la sobrevivencia de la especie humana. Así, se hace evidente su responsabilidad en el sostenimiento de la trama de la vida y en la construcción colectiva y autodeterminada de existencias dignas, en medio de los devastadores escenarios de la crisis ecocivilizatoria que nos acecha.

¿Cómo construir un diálogo crítico de saberes capaz de responder ante semejante desafío? ¿Qué lecturas de la crisis podemos producir y disputar para elaborar respuestas fértiles?

Quienes coordinamos el presente número de Ecología Política llevamos años cultivando estas preguntas, en una relación de aprendizaje y reconocimiento mutuo entre las comunidades de trabajo del Seminario de Entramados Comunitarios y Formas de lo Político anidado en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla en México y el Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur en Catamarca, Argentina. El cultivo de dichas preguntas nos ha llevado a compartir la urgencia de tejer conjuntamente una perspectiva centrada en la interdependencia y la vida en común, que busca indagar con respons-habilidad (Haraway, 2019) en los problemas que el colapso ecológico-civilizatorio nos obliga a enfrentar.

En diálogo con Donna Haraway, consideramos que esto quiere decir, por lo menos, dos cosas. En primer lugar, implica generar una práctica analítica capaz de asumir los aterradores desafíos del presente, creando la capacidad de coproducir caminos concretos y potentes que, lejos de dar lugar a falsas ilusiones o desilusiones, puedan canalizar soluciones parciales, pero reales, ante la diversidad de problemas que encaramos. En segundo lugar, supone colocarse ante la crisis desde un lugar distinto, que renuncia al control, para asumirse como parte de una realidad vulnerable e interrelacionada, que afecta y es afectada todo el tiempo.

Los textos de este número de Ecología Política abonan de algún modo este esfuerzo. Un esfuerzo que apunta a poner en juego la clave de la interdependencia para pensar la crisis con una mirada centrada en los vínculos vitales que se tejen entre seres necesariamente diversos, para reproducir y sostener la vida en común, en medio y en contra de los múltiples procesos de despojo y devastación impulsados por los metabolismos necróticos del capital y las mediaciones patriarcales, coloniales, clasistas y especistas que los sostienen e impulsan. Un esfuerzo que apuesta por construir una perspectiva crítica que, además de superar los dualismos cartesianos muchas veces reiterados por la ecología política, sea capaz de visibilizar, desde un punto de vista situado y encarnado, los términos en los que nos tejemos con otras y otros en la trama de la vida que somos y habitamos.

Este número surge de esta apuesta común y apunta a reconocernos con otros y otras en la búsqueda urgente de conectar los saberes parciales y situados que, desde distintas latitudes, estamos elaborando para pensar de forma conjunta e intervenir colectivamente en la defensa y apropiación de los territorios de vida que garantizan nuestro sustento.

Con esta apuesta común, pensamos las luchas por la defensa de los territorios de vida como procesos reiterados de lucha en contra y en medio de los términos de interdependencia impuestos por las mediaciones capitalistas, patriarcales y coloniales, en busca de posibilidades más satisfactorias de organización y reproducción de la vida en común, intra y transespecies. De igual modo, entendemos lo común como una forma de la interdependencia que alienta las fuerzas de la cooperación y cuida los términos de la autorregulación para garantizar el sustento de una trama comunitaria, una forma que está en constante en pugna —al menos desde hace quinientos años— con las dinámicas necróticas del capital, que limitan la fuerza de la cooperación y alteran, dañan y sofocan la autorregulación.

Los textos que integran este número reflejan los diálogos que buscamos nutrir, y en ese sentido permiten mirar la diversidad de los debates y las reflexiones a partir de experiencias en diferentes geografías, y de la vivencia de cuerpos concretos.

Abrimos la revista con la sección de «Opinión», que cuenta con miradas aluzadas por los (eco)feminismos, así como sobre la alimentación en una clave de esperanza. De esta forma, en su artículo, Ana Lilia Zarco Salazar nos propone una apretada síntesis de un conjunto largo de conversaciones en torno a la producción de lo común, en un esfuerzo por hilar conocimientos cultivados y practicados por algunos pueblos indígenas y también regenerados, tejidos y simbolizados en constelaciones de prácticas feministas contemporáneas.

Por su parte, Leonardo Rossi toma un punto de partida concreto, cotidiano e imprescindible: el alimento. Desde ahí abre un debate pertinente y urgente sobre múltiples dimensiones del metabolismo social, convocando a conocer, entender y desarmar las llamadas «cadenas agroalimentarias» que «desnutren» la trama de la vida de manera compleja y diversa. Consideramos un acierto teórico y político situar el alimento como un eje central de la actual disputa en torno a la gestión de la trama de interdependencia que somos y habitamos.

Cierra la sección un artículo cuyo objetivo es describir las imaginaciones socioecológicas que emergen como producto del trabajo y el pensamiento de mujeres preocupadas por diversas problemáticas socioambientales. Para ello observamos los planteamientos analíticos de los ecofeminismos centrales y periféricos; sus convergencias, desencuentros y razones de ser.

En la sección «Profundidad», contamos con textos que permiten conocer de forma situada las maneras como se disputan los términos de interdependencia en la reproducción de la vida. Así, en el primer artículo vemos que Latinoamérica-Abya Yala ha experimentado un aumento acelerado de la desigualdad, del extractivismo y la acumulación por desposesión que favorece la impunidad y los procesos de descomunalización. En los movimientos de mujeres y comunidades de Abya Yala se han levantado voces contra el extractivismo. Al calor de sus marchas, comunicados y manifiestos, como parte de su discurso político público, surgen propuestas epistemológicas y político-ontológicas que constituyen representaciones discursivas de reexistencia. El artículo de Liliana Buitrago Arévalo analiza estas representaciones discursivas como práctica sociopolítica. Neologismos como el terricidio en el movimiento de mujeres indígenas por el Buen Vivir en Wallmapu, la consideración de las perspectivas del «cuerpo-territorio-tierra» para la sanación y el establecimiento de ecosofías y cosmogonías en los feminismos comunitarios en Guatemala, entre otras, son ejemplos de esta creatividad político-discursiva que marca una ruta de comunalización y una perspectiva de transformación.

Rodrigo Rubén Hernández González revisa las apuestas del Confederalismo Democrático en el Kurdistán sirio para reconstruir las tramas de la vida en un territorio en disputa, y profundiza en las políticas ecológicas que desde 2012 han desarrollado. Así, podemos conocer las prácticas encaminadas a la soberanía alimentaria, la reforestación y el diseño habitacional empleando ecotecnias y espacios que nutran la comunalidad echada a andar en Kobane en 2015, así como la experiencia en el poblado de Jinwar, diseñada con una «perspectiva ecológica y de género».

El texto colectivo de Andrea Fajardo y la Minga de Comunicación del Proceso de Liberación de la Madre Tierra (Colombia) aborda justamente un ejercicio analítico-reflexivo en clave de pedagogía política popular sobre lo que cabe considerar como uno de los desarrollos más radicales y fructíferos por su potencia transformadora, en el convulso escenario contemporáneo de nuestra América. El Proceso de Liberación de la Madre Tierra nos habla de una iniciativa política comunitaria que busca al mismo tiempo «plantar un límite a la voracidad del monocultivo de caña de azúcar y regenerar los vínculos sociales y ecológicos mediante luchas que fisuran la lógica del capital y apuestan por otras formas de vida». Enclavada en el corazón del Valle del Cauca, protagonizada por comunidades adscritas al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), esta experiencia de desalambrar y hacer retroceder no solo el latifundio, sino también el monocultivo, representa una lucha histórica contra una institución fundacional del orden colonial-patriarcal del capital: el régimen de plantación, el dispositivo de poder que desde fines del siglo xv afectara los procesos sociometabólicos de reproducción social de la vida de la Tierra y en la Tierra, contaminándolos de codicias, violencias y opresiones. Desalambrar no solo evoca esa reexistencia ancestral originaria contra el despojo, no solo reivindica la vigencia de la reforma agraria como aspecto medular de una transformación auténticamente orientada a la restitución de la justicia y la paz, sino que también nos revela que tal reforma agraria no se agota en el «reparto de la tierra», sino que involucra una transformación integral del modo de cultivo; se trata de restituir la diversidad y la mutualidad de intercambios entre seres convivientes: la reparación de los flujos ecológicos del suelo imbricada en la sanación del tejido social comunitario.

El grupo integrado por Carolina Gonzaga González, Ana Gabriela Cabrera Rebollo y Oliver Gabriel Hernández Lara cierra esta sección con el artículo «Regenerar territorios, reapropiar alimentos, reconstruir comunidad». En él abordan la experiencia de trabajo con campesinos miembros de la Asociación Local de Productores de Maíz Gutiérrez Linares, en Santiago Tlacotepec, con quienes reconocen la complejidad de defender el territorio en medio de la separación impuesta sistémicamente entre las ciudades y el campo. Así, acercan a quien los lea a apuestas situadas para regenerar la producción de vida en común, la cual se nutre también de los límites y retos implicados en otras formas de organización.

En «Breves» presentamos cuatro artículos. En el primero, Eduardo Aguilar y Gustavo Oliveira hilan de modo sintético tres problemas de fondo: uno epistémico relacionado con la imprescindible urgencia de superar/desarmar la idea de «desarrollo» como horizonte deseable en lo económico y lo político; la segunda temática está ligada a la explotación y salarialización del trabajo y sugiere el camino de la autogestión, y una tercera propone abandonar la idea del Estado como única forma factible de organización de la vida en común. Desde esa tríada recorren aspectos de la larga disputa por la gestión de la interdependencia que en esta colección se actualiza.

Por su parte, Francesc Rodríguez presenta las potencialidades de las coaliciones más que humanas en defensa de los territorios y de la reproducción de la vida en común, retomando la experiencia concreta de pobladores de la cuenca del río San Rafael, en Costa Rica. A través del análisis de las evaluaciones de impacto ambiental (EIA) del Proyecto Hidroeléctrico San Rafael, deja en evidencia que el conocimiento de las especies que habitan los ríos, o su desconocimiento, prefigura planes que permiten o no producir condiciones de interdependencia para una vida más o menos en común.

Rita Valencia aborda cómo la crisis de las abejas se ha centrado en una especie, Apis mellifera, sin nombrar que lo que está enferma es nuestra forma de relacionarnos con ellas, nuestra ontología relacional. Al abrir la mirada a la gran diversidad de abejas, nos permitimos sentir y saber la compleja red de relaciones que conforman la vida. Esto nos recuerda que los pueblos originarios de Abya Yala han desarrollado diversos tipos de vínculos con las abejas nativas, que son parte de prácticas pluriversales de ser/estar en el mundo. Sin las abejas nativas, nos resultará imposible revertir la devastación de nuestros territorios propia del Plantacionceno/Capitaloceno.

Abraham Zaíd Díaz Delgado expone el origen de una propuesta artística y cultural en la comunidad de San Miguel Tecomatlán como expresión cosmopolítica emprendida por la población frente al incremento de la violencia y la demanda de narcóticos en la región de Tierra Caliente (estado de Guerrero). En el «pueblito» (como también se le conoce) se trabaja el policultivo para el autosustento, pero la agricultura local se ha visto amenazada por la posible invasión de los grupos delictivos para producir ilegalmente goma de opio, amapola y marihuana. En esta zona crece una variante endémica de chile, resultado del policultivo, no comercializada fuera de la región. El «chile criollo» ha sido tomado como principal sujeto en la defensa del territorio al optarse por su promoción y mercantilización con la creación de la Feria del Chile Criollo, una estrategia para evitar la violencia y garantizar el futuro de las siguientes generaciones al convertirla en una tradición.

En el artículo «Parque histórico del futuro», Prieto Autorino y Michele Bandeira narran el proceso de restauración ecológica y reconstrucción de la memoria ocurrido en la localidad de Monte Sole, teatro de una de las más violentas masacres nazifascistas ocurridas en territorio italiano durante la Segunda Guerra Mundial. Con una prosa cautivante y conmovedora, los autores cuentan cómo a partir de la iniciativa de Luigi Fontana y del trabajo cooperativo de monjes, campesinos, peregrinos y activistas, Monte Sole no solo volvió a ser habitada, sino que se fue transformando en una trama comunitaria viva, en donde la memoria del pasado prospera en un presente abierto y creativo, cargado de futuros posibles y esperanzadores.

En el último artículo de esta sección, Larisa de Orbe aborda un movimiento de resistencia de jóvenes surgido en 2011 ante la imposición de un proyecto carretero en Tepoztlán, México, que significó el despojo y el desmantelamiento parcial de procesos comunitarios y de bienes comunes para favorecer la dinámica moderna capitalista. Se visibilizan algunos episodios del movimiento en los que la producción de lo común y las relaciones de interdependencia surgieron como respuesta a dispositivos micropolíticos de elaboración de subjetividad impuestos por el Estado, el patriarcado adultocéntrico y la lógica del capital.

«Redes de resistencia» se abre con el artículo de Marc Gavaldà, quien expone la experiencia del Centro Social Ocupado (CSO) Kan Pasqual (Barcelona). Esta nos acerca al conocimiento de las formas organizativas que durante veinticinco años han puesto en el centro de la cotidianidad la producción de una vida en común, con un balance de las horas de trabajo y las actividades entre quienes habitan y sostienen este CSO.

Juan David Arias-Henao, a partir del estudio de un movimiento por la defensa del río Samaná Norte, en los Andes colombianos, argumenta que la resistencia no es una facultad excepcional del ser humano, sino una forma de interacción con el mundo. En este sentido, los movimientos ambientalistas resisten con otras especies, acudiendo a ellas para sobrevivir y para encontrar herramientas que permitan defender los territorios. Si es así, cabe preguntarse cómo pensar estos procesos de resistencia desde una ecología política multiespecies latinoamericana. Para responder este interrogante, conviene señalar tres claves: a) comprender las maneras en que el extractivismo degrada las condiciones de supervivencia de diferentes especies (incluido el humano); b) poner a otras especies vivas en el primer plano de las investigaciones, y c) pensar la vida en común con una amplia diversidad de seres en constante interdependencia.

Cierra esta sección María Paz Aedo, quien aborda las prácticas de cuidado de comunidades de mujeres en regiones chilenas históricamente afectadas por diversos factores de contaminación y degradación de los entornos de vida. La bahía de Chañaral y las localidades de Quintero, Ventana y Puchuncaví configuran una geografía mórbida, en que convergen relaves mineros y efluentes tóxicos industriales y metalúrgicos que se esparcen por los aires, las aguas y los suelos, y cuyas terminales son —también— las células de los organismos humanos que habitan esos territorios en sacrificio. En ese marco, la autora reflexiona sobre el sentido político de cuidar; una micropolítica ligada a la reparación de los cuerpos, las afecciones y los afectos, a la denuncia del poder tecnocrático y patriarcal corporativo y estatal que prolonga la violencia de la contaminación en escenarios de impunidad e invisibilización de los daños.

Por último, contamos con dos críticas de libros. En la primera, Yonné Sundari invita a leer el libro Afectividad ambiental: sensibilidad, empatía y estética del habitar de Ingrid Toro y Omar Felipe Giraldo, un texto audaz y refrescante que nos lleva a pensar el problema ambiental desde los registros afectivos, la sensibilidad y los sentimientos que emergen en el ser cuerpos entre cuerpos. En la segunda, Iñaki Bárcena brinda una sugerente reseña de Ecología e igualdad. Hacia una relectura de la teoría sociológica en un planeta que se ha quedado pequeño, del sociólogo valenciano Ernest García, y nos propone reflexionar sobre una de las enseñanzas más significativas del libro: la de abandonar toda fe ciega en la ciencia y asumir que la crisis socioecológica que atravesamos no tiene solución tecnológica ni política viable, si no aceptamos los límites fisicobiológicos y ecosistémicos del planeta.

 

Lucía Linsalata, Mina Lorena Navarro, Amaranta Cornejo Hernández, Raquel Gutiérrez y Horacio Machado Aráoz

Referencias

Haraway, D., 2019. Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao, Consonni.

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