Delmy Tania Cruz Hernández*

DOI: doi.org/10.53368/EP60MACep01

Resumen: Ante las inminentes amenazas de despojo y el incremento de violencias sobre los cuerpos-territorios-tierra de mujeres rurales, indígenas, campesinas y sus entramados comunitarios, hace seis años se comenzó un intercambio de diálogos y tejidos organizativos entre diversos colectivos de la frontera, mujeres de la Meseta Tojolabal de Chiapas (Comitán, La Trinitaria y Las Margaritas), con el fin de construir un repertorio de acciones y establecer diques para frenar la (re)patriarcalización del espacio social. El objetivo del artículo es iniciar la conceptualización del significado de territorio encarnado, categoría analítica que está elaborando el telar organizativo de mujeres diversas. Primero, delinearé el contexto fronterizo para enmarcar la (re)patriarcalización de los territorios que se despliega en ese rincón del sureste, caracterizado por economías de enclave que construyen geografías desiguales de riqueza e impulsan dinámicas de violencias. Después, analizaré los itinerarios, recorridos y estrategias que las mujeres organizadas de la frontera despliegan para ir enunciando lo que se atestigua como territorio encarnado.

Palabras clave: mujeres organizadas, territorio encarnado, entramados comunitarios, insurgencias, (re)patriarcalización

Abstract: In the face of the imminent threats of despoilment and increase of violence on the bodies-territories-lands of rural, indigenous, and farming women and their community frameworks, six years ago an exchange of dialogue and organizational networks began between different collectives from the border and women from the Tojolabal Meseta of Chiapas (Comitán, Trinitaria and Margaritas) with the goal of building a repertoire of actions to establish dams that could put a break on the (re)patriarchalization of the social space. The objective of the article is to start with the conceptualization of the meaning of embodied territory, an analytic category that elaborates on the organizational loom of diverse women. First, I will outline the context of the border to frame the (re)patrarchalization of the territories that are spread out in this corner of the southeast, which is characterized by the existence of regional economies that constitute unequal geographies of wealth and offset dynamics of violence. Subsequently, I analyze the itineraries, routes, and strategies that organized women of the border deploy to enunciate what they are witnessing as embodied territory.

Key words: organized women, embodied territory, community frameworks, insurgencies, (re)patriarchalization.


Introducción

En uno de los lugares periféricos de la ciudad fronteriza de Comitán de Domínguez está el barrio de los desamparados donde se ubica la sede del Centro de Educación Integral de Base A. C. (Ceiba).

Ahí, antes de la emergencia sanitaria ocasionada por el COVID-19, solían reunirse cada mes cuatro colectivos organizados de la región fronteriza correspondiente al corredor Comitán, Chiapas- Huehuetenango, Guatemala para gestar organización y crear estrategias colectivas que vuelvan más visibles sus territorios. A partir de marzo los encuentros se suspendieron. Todo quedó paralizado. Pero cada colectivo se llevó a sus comunidades la semilla insurgente que ya estaba sembrada en cada una y uno.

En lugar de físicas, las citas de los colectivos comenzaron a hacerse por medio de plataformas virtuales. El aire estaba mezclado con un olor a incertidumbre. En las llamadas se escuchaban preocupaciones, temores, angustias por no saber el verdadero significado del virus y la implicación de un encierro. Las primeras reuniones llevadas a cabo por medio de Zoom se complicaron por la falta de medios materiales para hacerlas. Entonces, la vía fueron las llamadas telefónicas y de WhatsApp.

Durante los primeros meses del confinamiento, se mantuvieron las reuniones colegiadas. Pero después cada grupo decidió que esta vez la apuesta colectiva que se había construido tenía que encarnarse con más profundidad en el territorio.

Imagen 1: Rumbo a Ceiba en la urbe marginal de Comitán Chiapas. Autora: Delmy Tania Cruz Hernández.

 

Territorios (re)patriarcalizados en la frontera sur de Chiapas

Al tomar el camino viejo a Independencia, la primera foto que se encuentra al fondo del camino para llegar a la sede de Ceiba son dos minas de arena que antes eran cerros. El paisaje es gris. Un gran porcentaje de personas, la mayoría hombres, se han convertido en empleadores y trabajadores de bloques para la construcción porque el campo ya no les da sustento.

Las políticas neoliberales implementadas en las últimas cuatro décadas en México desplazaron a personas del campo que ahora realizan trabajos precarios en las urbes. Estas políticas estrangularon el espacio rural y sacaron al campesinado de la ecuación neoliberal (Cruz Hernández, 2019).

En particular en Chiapas, desde los años ochenta, el Estado reorientó la producción agropecuaria, al impulsar la ganadería y la agricultura de tipo empresarial (algodón, sandía, melón, caña de azúcar, soya, cacahuate, café, cacao, tomate). También promocionó la producción de monocultivos y expandió la economía extractiva de los recursos naturales (barbasco, madera, biodiversidad) (Olivera, et al., 2014: 96-98). En el corredor fronterizo, un claro ejemplo del desplazamiento de cultivos tradicionales (maíz y fríjol) a la agroindustria se observa en la carretera 190, que lleva de Comitán a Lagos de Montebello. Allí la compañía Agrocima[1] instaló decenas de invernaderos de tomate. Dos décadas atrás en ese ramal se cultivaba maíz para la venta entre comunidades en la región.

La misma senda que lleva a Ceiba da entrada a los ejidos de la llamada zona rural de Comitán. Antes de llegar a la parte campesina, como cinturón marginal, se ubican decenas de bodegas de autobuses de carga que trasladan mercancías por todo el país. En medio de los bodegones hay diversos bares de «entretenimiento» donde se venden bebidas alcohólicas a cambio de pasar un rato con mujeres. «Cuando comenzaron a funcionar las bodegas, se fueron instalando más y más bares».[2] Ello ha provocado el incremento de la presencia masculina en el espacio. «A los bares llegan de todo: soldados, campesinos, obreros que trabajan en la construcción y los choferes son los que más».[3] De acuerdo a un informe realizado por Sipaz en 2015, la ciudad fronteriza de Comitán se ha convertido en una de las rutas de paso más importantes de mercancías, personas, delincuencias, etc., y es considerada una de las urbes de la frontera más porosas por sus tramas delincuenciales. Estas no se perciben a primera vista y son poco abordadas por las autoridades, lo cual genera aires de impunidad en la región.

El corredor fronterizo Comitán, Chiapas-Huehuetenango, Guatemala se encuentra en dinámicas económicas de enclave. Se considera que un territorio es un enclave cuando se vuelve un paréntesis dentro de los Estados-nación con el fin de usar ese espacio social para generar dinámicas socioeconómicas que beneficien al exterior y debiliten la economía local (Pierri y Abramovsky, 2011: 155). La revitalización del concepto de enclave puede ayudar a comprender las situaciones de desposesión emergentes en Abya Yala en un contexto del capitalismo flexible que acorta distancias y acelera la rotación del capital (Harvey, 2004). Sin duda, en las economías de enclave se profundiza como en ninguna otra la reproducción asimétrica global (Falero, 2011) que deja detrás pobreza, desolación y corrupción (Serje, 2011).

Estas dinámicas socioeconómicas en la región se articulan al cambio de Gobierno en el país. Desde hace dos años, México está gobernado por un régimen de supuesta izquierda. Se observan cambios en el discurso y la superficie, pero la estructura desigual continúa. Las dinámicas clientelares y extractivistas son similares a las de décadas pasadas. Hoy día sigue vigente el interés por ampliar las zonas especiales en el sureste, impulsar megaproyectos como el tren bala en Yucatán como parte del complejo del Tren Maya, fomentar la minería a cielo abierto, ampliar la red de supercarreteras con el fin de dar paso a la recolonización de los territorios. Y en estas obras el Estado es el mediador (López y Rivas, 2020).

Para jugar su papel de mediador, el Estado ha creado instituciones que sirven como dispositivos de reproducción de la neocolonización, como el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), que significa «el retorno al viejo indigenismo establecido por el régimen priista, clientelar y corporativo, que fue denunciado como política de Estado para los pueblos indígenas» (López y Rivas, 2020: 99).

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) potenció la instalación de ciento treinta oficinas del INPI en todo el territorio mexicano. Las acciones de los funcionarios del INPI generan tensiones sobre todo en territorios donde se desarrollan procesos autonómicos profundos, como los espacios de vida zapatista, porque los agentes de esa institución actúan como intermediarios en conflictos ambientales entre pueblos indígenas y empresas trasnacionales.

Ante esta dinámica de mediación impuesta por el Estado, actores como el Congreso Nacional Indígena, el EZLN, así como diversas organizaciones de derechos humanos y movimientos sociales en defensa de los territorios, han planteado que los acosos a sus territorios y las tensiones entre ellos y agentes del Estado continúan incrementándose con las políticas impulsadas por el Gobierno actual (López y Rivas, 2020).

La guerra de baja intensidad en Chiapas… continúa

Para abordar la noción de (re)patriarcalización del territorio, en el contexto del sureste mexicano, es fundamental revivir el concepto de guerra. Parto de la premisa de que las políticas del Gobierno de AMLO están reforzando la desposesión por acumulación, que produce guerra contra lo vivo. Como bien se sabe, la guerra no tiene género neutro: ciertos cuerpos encarnan más que otros los procesos destructivos del modelo económico.

A finales de los noventa, el EZLN caracterizaba el neoliberalismo como una nueva guerra de conquista de territorios, una guerra en la que se da un proceso de destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento.[4]

La guerra es más cruenta y ha cobrado tintes distintos en América Latina. Poco a poco han entrado a la escena nuevos actores, como el narcotráfico, cuerpos de seguridad policial privados y paramilitares (Segato, 2017; Falquet, 2017). Lo que persiste es el ataque a las mujeres, los cuerpos feminizados y sus pueblos (Cruz Hernández, 2019). Se hace presente la «dueñidad», el acto de querer poseer los cuerpos de las mujeres, de los niños y niñas, de las feminizadas, algo atribuible al capitalismo patriarcal y colonial más feroz.

En el sureste mexicano, en especial en Chiapas, hablar de guerra no es nada nuevo. El asedio capitalista a los pueblos originarios es una constante cotidiana. En este rincón del mundo se vive una guerra de baja intensidad.

De acuerdo con la definición del concepto de guerra de baja intensidad de los militares estadounidenses, esta es la que requiere el uso de una fuerza mayor con el fin de combatir las revoluciones, movimientos de liberación o cualquier conflicto que amenace sus intereses (Pineda, 1996). La tesis central de la guerra de baja intensidad en Chiapas, que comenzó después del levantamiento zapatista, es declarar un proyecto de contrainsurgencia. El Estado entrena y arma grupos de las regiones para utilizarlos como choque de fuerza militar y mostrarse como inocente, pues se trataría de riñas intercomunitarias. La guerra de baja intensidad trastoca la vida cotidiana, las costumbres, las tradiciones, el arraigo a los lugares donde se nace, donde viven los antepasados y los dioses protectores y las esperanzas cíclicas de tener dónde alimentarse (Olivera, 1998).

Las mujeres están en la primera línea en esta guerra porque son las que defienden la reproducción de la vida social material y simbólica. Las mujeres y los pueblos organizados son el objetivo a atacar, puesto que se sabe que el daño se hace a los entramados comunitarios. Tomo el concepto de entramados comunitarios de Raquel Gutiérrez, quien los define como:

… múltiples mundos de la vida humana que pueblan y generan el mundo bajo diversas pautas de respeto, colaboración, cariño, dignidad y reciprocidad, no plenamente sujetos a las lógicas de acumulación del capital, aunque agredidos y muchas veces agobiados por ellos (Gutiérrez, 2011).

Estos entramados son complejas relaciones sociales que se empeñan en producir lo común; son procesos en devenir, articulaciones políticas, y están en construcción constante.

El ataque a los entramados comunitarios, generado por estos proyectos y políticas extractivas del actual Gobierno, construye territorios de injustica espacial, la cual afecta sobre todo a las mujeres que están creando estrategias organizadas para defender sus territorios. A esa desigualdad espacial el Colectivo de Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo la denomina (re)patriarcalización del territorio:

El entrelazamiento de las violencias patriarcales y coloniales relacionadas al actual ciclo de expansión de capital en el continente que incluye, por supuesto, la respuesta que las mujeres están dando en una lucha conjunta contra la territorialización de los megaproyectos, las formas neocoloniales del despojo de los espacios de vida y la reconfiguración del patriarcado colonial que requiere el modelo extractivista (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2019: 35).[5]

En esta franja fronteriza se observa cómo las economías de enclaves, promovidas por la acción del Estado —y del mercado—, acentúan las desigualdades históricas al complicar la imbricación de opresiones de clase, raza y género en los territorios. Se entiende a los territorios no solo como espacios biofísicos y geográficos, sino también como espacios de vida sociales y corporales (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismos, 2018; 2019).

La noción de (re)patriarcalización del territorio y sus cinco dimensiones (ecológica, cultural, política, económica, y corpoemocional)[6] nos recuerdan que el despojo sufrido por las mujeres que viven en entramados comunitarios se genera de manera multidimensional y que, al igual que el capitalismo se renueva ante cada crisis, el patriarcado y el colonialismo se reactualizan en los espacios de vida a través de la llegada de proyectos de desposesión.

Cuando estos procesos de despojo se despliegan, el control recae en los cuerpos de las mujeres indígenas, que viven en zonas rurales y campesinas: aumentan la militarización que las cerca, las violencias sexuales, familiares, comunitarias y estatales, la múltiple carga de trabajo familiar y comunitaria que muchas veces las priva de tiempo para el descanso y la organización.

Las mujeres organizadas hacen frente de manera colectiva a la embestida de la racialización geopolítica del capitalismo. Pero no para resistir, sino para construir, tejer y permanecer en sus espacios de vida, para hacer insurgencia. En la organización, se construyen agencias no para la emancipación de las mujeres, sino más bien para la defensa de los cuerpos-territorios-tierra.

El despliegue de la insurgencia femenina

«Las grandes transformaciones no empiezan arriba ni con hechos monumentales y épicos, sino con movimientos pequeños en su forma y que parecen irrelevantes para el político y el analista de arriba». Subcomandante Marcos, 2017: 275

En la sede de Ceiba, a orillas de la urbe marginal de Comitán, se ha construido desde 2015 una comunidad imaginaria compuesta por mujeres y hombres del Colectivo Colibrí que son parte del ejido de San José Yocnajab,[7] mujeres de los barrios de Sacsalum, Los Pocitos y La Pila del centro de Las Margaritas,[8] mujeres de origen chuj del ejido de San Nicolás Buenavista del municipio de La Trinitaria.[9] La unión de estos colectivos es lo que Mohanty (2020: 79) llama una comunidad imaginaria:

… se concibe como una construcción en devenir, que sugiere alianzas y colaboraciones potenciales a través de las fronteras divisorias […] lo cual se construye en bases políticas en lugar de bases biológicas o culturales […] no es el color, ni el sexo, lo que construye el terreno para estas comunidades, sino más bien los vínculos políticos que elegimos establecer en medio de y entre las luchas.

Sin duda, la expresión «comunidad imaginaria» constituye una definición política y no una noción esencialista.

Esta comunidad imaginaria, que nació de la voluntad política para construir territorios libres de violencia en la región fronteriza ante el asedio capitalista, colonial y patriarcal, desde 2015 reflexiona sobre los desastres ecológicos en su región, como la contaminación de los lagos, lagunas y ríos. Las mujeres de la comunidad de San Nicolás Buenavista ven con preocupación el cambio de color y de olor del agua del lago Encantada,[10] el más cercano a su comunidad y del que dependen para su consumo cotidiano. Las colibrís sienten que su territorio se enferma y ven con angustia la instalación de invernaderos a gran escala para la producción masiva de monocultivos en el ramal de Comitán hacia La Trinitaria. Con ello no solo se desplaza la agricultura local, sino que la biodiversidad del paisaje va dañándose.

Como conocen los muros a los que se enfrentan, las mujeres organizadas de la región han construido estrategias colegiadas para desplegar su lucha. En la actualidad encarnan formas de lucha para gestionar la subversión y reorganización de todas las actividades y procesos que garanticen la producción y reproducción material y simbólica de la vida social. Algunas trabajan en la salud de sus cuerpos-territorios-tierra; otras, en la prevención de violencias de género en sus territorios, y algunas más piensan en la posibilidad de gestionar aguas limpias para toda su comunidad.

Es necesario visibilizar los obstáculos que las mujeres organizadas tienen que eludir, subvertir y confrontar para llevar a cabo las tareas acordadas y reconocer las insurgencias colectivas que despliegan.

Tomo el término insurgencias como devenir, propuesta y posibilidad de descolonización del ser y el saber. Va más allá que aguantar y resistir, es construir y se lleva a cabo a través de la experiencia encarnada colectiva. Las mujeres del Colectivo Colibrí hacen insurgencia cuando se organizan para aprender de salud. Su primera acción es estudiar y preguntarse quién dañó el territorio y cómo se dañan los cuerpos. Después van reinventando y expandiendo su aprendizaje. Entonces, buscan la sabiduría en las plantas, pues dicen que una no se cura con la materia de la planta, sino con su espíritu. Esa sabiduría lleva a reflexionar sobre la importancia de mantener las plantas ancestrales vivas, para lo cual es indispensable conservar la salud de las lagunas y los ríos. Una planta nos puede abrir un mundo de posibilidades de acción cuando se reflexiona en colectivo, y así se puede mirar la grandeza en todo lo que se habita. Cuando las mujeres que defienden los territorios despliegan estrategias colectivas de insurgencia, los territorios van encarnándose de a poco.

Imagen 2. Cartel realizado por las mujeres organizadas de la región fronteriza en la acción que se realizó el 25 de noviembre de 2020. Autora: Diana Lilia Trevilla

 

Reflexiones finales

«Somos el reflejo de la tierra», dice Zeny, integrante del Colectivo Colibrí. «Si la tierra no está sana, nosotras tampoco. Por eso debemos preguntarnos si nuestra alimentación es buena —menciona Malena—. Pero alimentarse —explica— no es solo lo que comes, sino también cuánto ruido escuchas, con cuántos sabores saludables te alimentas, cuánto te alimentas por la nariz, qué hueles, qué paisaje entra por tus ojos».[11] Alimentar tu cuerpo es hablar del territorio mismo, porque él está en una misma.

Las corrientes de pensamiento feministas que se sitúan en Abya Yala enfatizan la relación intrínseca entre el cuerpo como territorio y el territorio como cuerpo. Ni el cuerpo ni el territorio existen sin la tierra. No basta con comprender el cuerpo y el territorio como escalas separadas, sino que es necesario analizar la relación de interdependencia que existe entre el cuerpo-territorio-tierra.

El territorio encarnado se da en tanto que el cuerpo es mediador porque percibe el territorio que habita; es decir, entender que el cuerpo es vehículo para comprender que el territorio habla con las aves, que la tierra sabe cuándo sembrar, que el cielo y las estrellas dicen la forma de la lluvia y que el río cuenta cuándo va a llover es la personificación del territorio en una misma […]. El territorio encarnado es poner al cuerpo (colectivo) en acción, porque es el cuerpo el que comprende las acciones del territorio y es el territorio el que le habla al cuerpo (Cruz Hernández, 2020b, 42).

El territorio es cuerpo colectivo. El territorio va haciendo cuerpos y los cuerpos simbolizan el territorio. En ese sentido es necesario comprender que los cuerpos están anclados en una historia y un contexto y situados en campos de poder. Los cuerpos feminizados que habitan entramados comunitarios están sujetos a su condición de género, clase y raza. Cuando esos cuerpos femeninos se organizan y despliegan estrategias de insurgencia para reespacializar la vida familiar y comunitaria, hacen grietas y van construyendo recorridos que les permiten reordenar y reajustar sus territorios para vivir bien. A esos procesos políticos de toma de conciencia y agencia colectiva los denomino territorios encarnados. Se encarnan a través de las acciones colectivas construidas de forma constante. Pero dichos procesos políticos solo pueden ser entendidos con una lupa que mire de cerca las experiencias cotidianas de la lucha organizada que tiene como fin sostener la reproducción social material y simbólica de los entramados comunitarios.

Referencias

Cabnal, L., 2012. Acercamiento a la construcción de la propuesta de pensamiento epistémico de las mujeres indígenas feministas comunitarias de Abya Yala. Disponible en: https://entrepueblosvalladolid.files.wordpress.com/2012/10/feminismo-comunitario-lorena-cabnal.pdf, consultado el 23 de octubre de 2020.

Cabnal, L., 2018. «TZK’AT, Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario desde Iximulew-Guatemala». Ecología Política, 54, pp. 98-102

Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2019. «(Re)patriarcalización de los territorios. La lucha de las mujeres y los megaproyectos extractivos». En: D. T. Cruz Hernández y M. Bayón (comps.), Cuerpos, territorios y feminismos. Quito, Ciudad de México Abya Yala y Bajo Tierra.

Cruz, Hernández, D. T., 2019. «Mujeres, cuerpos y territorios. Entre la defensa y la desposesión». En: D. T. Cruz y M. Bayón (comps.), Cuerpos, territorios y feminismos. Quito, Ciudad de México Abya Yala y Bajo Tierra.

Cruz Hernández, D. T., 2020a. «Feminismos comunitarios territoriales de Abya Yala: mujeres organizadas contra las violencias y los despojos». Revista Estudios Psicosociales Latinoamericanos, 3, pp. 88-107.

Cruz Hernández, D. T., 2020b. Nosotras como mujeres que somos: entre la desposesión, la insubordinación y la defensa de los cuerpos-territorios. San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Ciesas-Sureste (tesis de doctorado).

Falero, A., 2011. Los enclaves informacionales de la periferia capitalista: el caso de Zonamérica en Uruguay. Un enfoque desde la sociología. Montevideo, CSIC-Universidad de la República.

Falquet, J., 2017. Pax Neoliberalia. Buenos Aires, Madre Selva.

Gutiérrez, R., 2011. «Entramados comunitarios y formas de lo político». En: R. Gutiérrez, R. Zibechi, N. Sierra et al., Palabras para tejernos, resistir y transformar en la época que estamos viviendo. Ciudad de México, Pez en el Árbol.

Harvey, D., 2004. La condición de la posmodernidad. Investigaciones sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amarrortu.

López y Rivas, G., 2020. Pueblos indígenas en tiempos de la Cuarta Transformación. Ciudad de México, Bajo Tierra.

Mohanty, T. C., 2020. Feminismos sin frontera. Descolonizar la teoría, practicar la solidaridad. Ciudad de México, CIEG-UNAM.

Olivera, M., 1998. «Acteal: los efectos de la guerra de baja intensidad». En: R. A. Hernández Castillo (coord.), La otra palabra: mujeres y violencia en Chiapas antes y después de Acteal. Ciudad de México, Ciesas.

Olivera, M., M. Bermúdez y M. Arellano, 2014. Subordinaciones estructurales de género. Las mujeres marginales de Chiapas frente a la crisis. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Centro de Derechos de la Mujer.

Palma, A., 1998. Gobierno de transición y resistencia civil en Chiapas. Ciudad de México, Escuela Nacional de Antropología e Historia (tesis de licenciatura).

Pierri, J., y M. Abramovsky, 2011. El complejo sojero. ¿Una economía de enclave sui géneris del siglo xxi? Buenos Aires, Realidad Económica.

Pineda, F., 1996. «La guerra de baja intensidad». Revista Chiapas, 2, pp. 1-21. Disponible en: https://chiapas.iiec.unam.mx/No2-PDF/ch2pineda.pdf, consultado el 24 de octubre de 2020.

Segato, R., 2017. La guerra contra las mujeres. Madrid, Traficantes de Sueños.

Serje, M., 2011. «Los dilemas del reasentamiento. Introducción sobre los debates sobre procesos y proyectos de reasentamiento». En: M. Serje y S. Anzellini (comps.), Los dilemas del reasentamiento. Debates y experiencias de la Mesa Nacional de Diálogos sobre Reasentamientos. Bogotá, Universidad de los Andes, pp.17-42.

Servicios Internacionales para la Paz (Sipaz), 2015. Luchar con corazón de mujer. Situación y participación de las mujeres en Chiapas (1995- 2015). San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, Sipaz.

Subcomandante Marcos, 2017. Escritos sobre la guerra y la economía política. Ciudad de México, Pensamiento Crítico.

* Doctora en Antropología Social por el Ciesas-Sureste. Becaria del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y Centroamérica (Cimsur), en donde es asesorada por el doctor Gabriel Asencio Franco. Parte de su trabajo militante se desarrolla en el colectivo latinoamericano Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo y es cofundadora de la organización feminista comunitaria Mujeres Transformando Mundos.

[1] Empresa dedicada a la producción agrícola, fertilizantes, plaguicidas y semillas para siembra. Se instaló en la región a mediados de los noventa.

[2] Entrevista con Armando Rojas en septiembre de 2020.

[3] Entrevista con Eulalio Pérez en agosto de 2020, quien atendió uno de los bares de 2018 a 2020.

[4] Revísense las siete piezas sueltas del rompecabezas mundial: http://bit.ly/2LOLug4

[5] En este artículo no se hará referencia a las cinco dimensiones de la (re)patriarcalización de los territorios. Al respecto, véase Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2019.

[6] Se le pone el prefijo (re) porque se quiere dar cuenta de que las violencias patriarcales en el territorio, con distintos tintes, son un proceso de larga duración y han venido de la mano de la avanzada del capitalismo.

[7] San José Yocnajab es una de las trece comunidades del conjunto agrario de Santo Domingo Lopoj, que componen el cinturón rural de la ciudad fronteriza de Comitán de Domínguez.

[8] Las Margaritas es uno de los municipios de la región fronteriza de Chiapas. Las mujeres que participan pertenecen a las Comunidades Eclesiales de Base (CEBS). Desde 2016 han comenzado un movimiento popular de mujeres organizadas al interior de la parroquia de Las Margaritas, pero también se han comenzado a articular con mujeres de los barrios urbanomarginales del municipio.

[9] La Trinitaria es uno de los municipios fronterizos con mayor densidad poblacional. Una de sus características es que incluye un área natural protegida (Lagos de Montebello), una de las reservas con mayor biodiversidad del estado.

[10] El lago Encantada es uno de los siete lagos del Parque Nacional Montebello (Programa de Conservación y Manejo Parque Nacional Lagunas de Montebello, 2006).

[11] Conversaciones con miembros del Colectivo Colibrí en septiembre de 2020.

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