Rebecca Elmhirst*

Traducido por Marien González Hidalgo

Palabras clave: ecología política feminista, género, poshumanismo, comunes, descolonización

 

Resumen

Este artículo reflexiona sobre el desarrollo de la ecología política feminista, un campo de investigación y praxis que ofrece diferentes aproximaciones teóricas acerca de las relaciones sociales de poder asociadas con la naturaleza, la cultura y la economía, con un compromiso con epistemologías, métodos y valores feministas. A partir de una pequeña selección ilustrativa de artículos de investigación, presento un comentario situado y conscientemente parcial sobre las contribuciones anglófonas que han resonado en mi propia práctica de investigación, enseñanza y vida cotidiana. Considero cuatro áreas de desarrollo relacionadas de la ecología política feminista: primero, las dinámicas de género en el acceso y despojo de recursos; segundo, los debates en torno al poshumanismo, los cuerpos y la materia; tercero, las consideraciones académicas y activistas acerca de la suficiencia, los comunes y una ética de cuidado feminista, y finalmente, los esfuerzos recientes para desarrollar una ecología política feminista decolonial. Mi objetivo es mostrar los tipos de preguntas y preocupaciones que plantea cada uno de estos hilos, considerados como plataformas para continuar el debate crítico.

Introducción

La ecología política feminista (EPF) se ha convertido en un campo expansivo y abierto que abarca diversas teorizaciones acerca de las relaciones sociales de poder asociadas con la naturaleza, la cultura y la economía. Aunque la EPF comprende una diversidad de enfoques y materias, existe un compromiso compartido (aunque a menudo implícito) con la epistemología, los métodos y los valores feministas: la EPF identifica y desafía concepciones y prácticas masculinas dominantes de conocimiento y autoridad, al tiempo que se enfatizan formas de investigación y práctica que empoderan y promueven la transformación social y ecológica para las mujeres y otros grupos marginados. Los esfuerzos recientes para mapear el terreno de la ecología política feminista, y los debates que los han seguido, muestran los conocimientos que esta aborda. Como ecóloga política feminista y académica anglófona que escribe desde la perspectiva de los estudios críticos de desarrollo, mis revisiones de literatura han enfatizado el trabajo que en la EPF se relaciona con debates empíricos sobre el despojo, el acceso a los recursos y su control en contextos globales del Sur (véase, por ejemplo, Elmhirst, 2015) y, por lo tanto, reflejan mi compromiso con redes transnacionales específicas de pensamiento y práctica en la EPF. Otras académicas abordan la ecología política feminista con posiciones un tanto diferentes, como se comprueba, por ejemplo, en la colección editada por Wendy Harcourt e Ingrid Nelson, que ponen mayor énfasis en la EPF como “un proceso de hacer el ecologismo, justicia y feminismo de manera diferente”, e incluyen abordajes de las ecologías queer y poshumanistas (Harcourt y Nelson, 2015: 9). Además, las contribuciones académicas que buscan explícitamente descolonizar la academia y desafiar las hegemonías de las prácticas de conocimiento y política blancas, anglófonas, coloniales y occidentales (Sundberg, 2014) han abierto posibilidades más radicales para interactuar con otras cosmovisiones y otras formas de saber, lo que trae otros tipos de redes de pensamiento y práctica en la conversación con la EPF.

 

Ofrezco aquí un comentario sobre el trabajo reciente en ecología política feminista que ha resonado en mi propia práctica de investigación, enseñanza y vida cotidiana. La mía es, inevitablemente, una visión parcial, restringida por mis competencias lingüísticas (anglófona), el privilegio europeo blanco y la experiencia de género. Planteo el desarrollo de la ecología política feminista a partir de cuatro aspectos relacionados con el objetivo de mostrar los tipos de preguntas y preocupaciones propios de cada uno de estos hilos: a) la EPF y las dinámicas de género en el acceso a los recursos y su despojo; b) ontologías poshumanistas, cuerpos y materia en la EPF; c) suficiencia, los comunes y ética feminista del cuidado, y d) ecología política feminista decolonial. En cada una de estas áreas se está desarrollando una literatura muy rica, pero aquí hago referencia a una selección pequeña e ilustrativa de artículos que proporcionan puntos de entrada a debates emergentes.

Imagen 1. Bajo presión por la expansión de la palma de aceite: campesina dayak con su cultivo de arroz de tala y quema (swidden), Borneo Orienta, Indonesia. Autora: Rebecca Elmhirst.

La Ecología política feminista y las dinámicas de género en el acceso a los recursos y su despojo

Hasta la fecha, gran parte de la EPF se ha centrado en cuestiones de acceso y control de recursos, apoyándose en el legado marxista de la ecología política y ampliándolo para considerar escalas políticas más cercanas, es decir, la política de los hogares y las comunidades. Así, se concede peso conceptual a las formas en que el capitalismo transforma y produce la naturaleza, y puesto que estos procesos de transformación se cruzan con las jerarquías de género a diferentes escalas, se considera que los patrones de privatización y comercialización tienen importantes efectos de género. Tales estudios buscan destacar “el papel crucial de las relaciones de autoridad familiar y las relaciones de propiedad en la estructuración de la división sexual del trabajo y el acceso a los recursos rurales” como la tierra y el trabajo (Carney, 2004: 316). Estos trabajos han detallado los impactos específicos de género en relación con cambios o intervenciones ambientales, y cómo estos se configuran por las divisiones existentes de trabajo del hogar y los derechos diferenciales a los recursos entre hombres y mujeres. Más recientemente, este enfoque se ha aplicado en estudios sobre los impactos de la neoliberalización en la naturaleza en relación con el género (como se muestra en la colección editada por Elmhirst y Resurrección, 2008), y se le ha dado un mayor énfasis al analizar los impactos de género relacionados con el despojo y el acaparamiento de tierras y aguas en el Sur global (Behrman et al., 2012).

Se está abriendo una línea de trabajo similar a través de estudios sobre los impactos del cambio climático en función del género, en los que la EPF busca observar no solo los impactos específicos de género del cambio climático, sino también las implicaciones de género de los conocimientos, políticas y prácticas relacionados con la adaptación al cambio climático (Arora-Jonsson, 2011). Por ejemplo, los enfoques de mercado para paliar el cambio climático a través de pagos por servicios ecosistémicos, que recompensan a los usuarios de los recursos con el fin de evitar la deforestación, se basan en formulaciones de derechos de propiedad que pueden borrar los modos informales preexistentes de acceso a recursos de los que dependen las mujeres y otros grupos marginados. De este modo se profundizan las desventajas de género de formas imprevistas. Un tema común es que hombres y mujeres tienen intereses diferenciados por género en relación con el medio ambiente y los recursos naturales, derivados de sus diferentes roles, responsabilidades y conocimientos por la división del trabajo en los hogares y las familias. Por lo tanto, el género se entiende como una variable crítica en la configuración de procesos de cambio ecológico y la búsqueda de formas de vida viables (Elmhirst y Resurrección, 2008: 5).

Esta línea de la EPF también ha considerado las relaciones de género en el hogar y en la comunidad como relaciones políticamente relevantes, aunque a menudo sean pasadas por alto, sobre todo cuando las intervenciones ambientales provocan conflictos de género dentro de los hogares (y en las asociaciones conyugales) y generan a su vez efectos ecológicos. El trabajo de Carney (2004) en Gambia documenta los conflictos intrahogar que surgieron tras las intervenciones para mejorar la productividad de los humedales. El acceso consuetudinario (costumary) de las mujeres a la tierra arrocera, una fuente clave de ingresos, se vio socavado por esquemas de riego patrocinados por donantes y proyectos hortícolas, que implicaron nuevas demandas de mano de obra femenina, muy cuestionadas dentro de los hogares y las comunidades (Carney, 2004).

La importancia del género en las estructuras de autoridad familiar y las relaciones conyugales en la configuración del acceso a los recursos y su control se ve quizá más claramente en escenarios donde la capacidad de obtener beneficios de los recursos depende de las relaciones sociales que restringen o permiten la materialización de tales beneficios (Ribot y Peluso, 2003). En gran parte del sur de Asia, las normas y prácticas sociales jerárquicas vinculadas a la sociedad conyugal colocan a las mujeres en una situación de dependencia de los parientes masculinos, que se convierten en un conducto central para acceder a los recursos (incluidos la tierra, el trabajo y el capital). Esto da lugar a vulnerabilidades específicas para aquellas que experimentan ruptura matrimonial o viudez. La EPF proporciona las herramientas conceptuales necesarias para revelar dinámicas de poder de este tipo dentro del hogar. Al problematizar la supuesta división entre las esferas pública y privada, estos trabajos han demostrado cómo los discursos y las prácticas de género asociados con las políticas nacionales e internacionales se filtran en el ámbito reproductivo.

La EPF está vinculada a una crítica más amplia de los impactos del neoliberalismo y la mercantilización en África y partes del Sudeste Asiático donde los sistemas de tenencia de recursos basados ​​en la comunidad son transformados en sistemas de tenencia individualizados y comercializados, lo que reduce el acceso de las mujeres a la tierra (y al agua) como miembros de la comunidad (Doss et al., 2014; Zwarteveen, 2009). La EPF está desarrollando un compromiso feminista crítico con tales procesos y sus implicaciones para la seguridad alimentaria, como cuando se realizan inversiones transnacionales a gran escala en monocultivos de agrocombustibles (por ejemplo, aceite de palma). A este enfoque, se le agrega otro matiz con un análisis interseccional de subjetividades (Nightingale, 2011), que, en estudios sobre la expansión de la palma de aceite en el Sudeste Asiático, muestra la interacción entre género, etnia, edad y paisaje en la configuración de los impactos y respuestas diferenciadas frente a la privatización y la mercantilización de los recursos (Elmhirst et al., 2017). Más que nunca, a medida que los procesos de privatización y despojo se aceleran y se extienden por todo el mundo, la importancia de este tipo de análisis radica en cómo destacar impactos y respuestas diferenciadas, y poder proporcionar los conocimientos necesarios para el desarrollo de intervenciones políticas que impliquen justicia y empoderamiento para los grupos marginados.

Ontologías poshumanistas, cuerpos y materias

Mientras que la EPF reciente ha proporcionado un enfoque renovado sobre las subjetividades para comprender tanto el acceso a los recursos como su control a través del género, también hay una corriente de pensamiento que busca entender la naturaleza no simplemente como un contexto objetivado contra el cual se desarrollan las relaciones sociales, sino a través de una ontología relacional poshumanista. Dentro del nuevo feminismo material, tal como se explora en la colección editada por Alaimo y Hekman (2008), el dualismo moderno naturaleza-sociedad es reemplazado por ontologías que reconceptualizan la naturaleza y cuestionan el dominio humano sobre naturalezas no humanas o más que humanas. A medida que estas ideas arraigan, algunos de los principios iniciales del ecofeminismo se vuelven a trabajar y se reintroducen en la EPF, después de un largo paréntesis durante el cual se rechazó este conjunto de ideas, acusadas de esencialismo. Ahora, en cambio, se establece una distinción entre esencialismo y un “reconocimiento de las conexiones corporales y materiales con el entorno” (Gaard, 2011: 42).

Se ha ampliado un enfoque teórico de la interseccionalidad para examinar cómo las experiencias de género, raza, etnia, clase, edad, etc., a menudo toman forma a través de ideas especistas acerca de las relaciones entre humanidad y animalidad (Hovorka, 2012). Inspirado en el trabajo de Donna Haraway (2004) sobre especies compañeras, esta línea de trabajo se centra en el hacer y devenir de las identidades sociales a través de las fronteras entre las especies. El pensamiento feminista poshumanista se usa en la EPF para considerar las formas en que las organizaciones jerárquicas de género y especie funcionan materialmente, simbólicamente y a través de tecnologías de seguridad, desarrollo y conservación en una diversidad de entornos.

Las ideas sobre una ontología relacional poshumanista también se están abordando en las que podrían describirse como ecologías políticas feministas del cuerpo. Este enfoque va más allá de concepciones del cuerpo como acotado e interactivo, y considera los flujos entre los organismos y a través de ellos, y entre las naturalezas humana y no humana. Quienes trabajan en EPF recurren a este tipo de conceptualizaciones para analizar los flujos metabólicos asociados a la comida, y establecen vínculos importantes entre las ecologías que sustentan los sistemas alimentarios globalizados neoliberales, las prácticas de producción y consumo y el terreno feminista más tradicional de los cuerpos y el género (Hayes-Conroy y Hayes-Conroy, 2013). Las filtraciones de contaminantes y sustancias cancerígenas en y entre las naturalezas humanas y no humanas son consideradas como espacialmente desiguales, asociadas con procesos de raza y de género de marginación tanto social como espacial (Guthman y Mansfield, 2013).

Un ejemplo de este tipo de trabajo en EPF es el análisis del activismo y la pedagogía en torno a la seguridad alimentaria, sobre todo en comunidades relativamente marginadas de América del Norte, donde se han desarrollado programas de huertos escolares y cocina para fomentar hábitos alimentarios saludables en niños y niñas a través de experiencias sensoriales prácticas en huertas y cocinas. Hayes-Conroy y Hayes-Conroy (2013) proponen una ecología política del cuerpo que implica una evaluación de las fuerzas estructurales (las económicas políticas que producen desigualdades sociales en relación con el acceso a los alimentos), la producción de conocimiento y la creación de significado (discursos sobre la comida y la salud producidos por personas e instituciones) y una ontología relacional (mostrando la importancia de las relaciones entre los sistemas sociales y ambientales y cómo estos se materializan en las dinámicas afectivas y emocionales de la vida cotidiana). Esta extensión de la ecología política feminista en una ontología relacional que toma en serio las dimensiones emocionales y afectivas de la comida y la alimentación apunta a una vía prometedora para los estudios de género y desarrollo en general, que tomen en serio las prácticas corporales cotidianas y las relaciones afectivas y emocionales “como procesos en y a través de los cuales las fuerzas políticas y económicas más amplias toman forma y se constituyen” (Hayes-Conroy y Hayes-Conroy, 2013: 88). Este tipo de trabajo no solo contribuye a una EPF encarnada (embodied), que busca vincular las escalas de análisis íntimas con las más amplias, sino que también conecta la EPF con el trabajo sobre género y justicia ambiental (Tschakert y Machado, 2012), y así fomenta sinergias prometedoras para futuros trabajos.

Suficiencia, los comunes y una ética feminista del cuidado

También vinculado en parte a una revisión del ecofeminismo, el trabajo reciente en ecología política feminista ha explorado de qué manera una ética feminista del cuidado puede reimaginar una alternativa poscapitalista a las formas neoliberales de desarrollo basado en la extracción y el consumo de los recursos naturales. Con una perspectiva transnacional sobre el medio ambiente, el desarrollo y los vínculos entre la producción y el consumo en todo el mundo, la EPF analiza prácticas de consumo ético y marketing social para problematizar las formas en que tales prácticas constituyen las subjetividades de las consumidoras (mujeres) en el Norte, así como las relaciones entre ser humano-ambiente en el Norte y el Sur. Hawkins (2012) relaciona la EPF con estudios de consumo ético para mostrar cómo en el Norte el marketing social tiende a constituir vidas cotidianas como algo separado de los entornos naturales, excepto a través de las elecciones de consumo. Esto tiene el efecto de sugerir que el mercado es la única ruta para el cuidado y las acciones ambientalmente responsables, nociones que están muy relacionadas con el género. En mis propias colaboraciones en EPF sobre la palma aceitera, este tipo de análisis me ha resultado útil para revelar las contradicciones del activismo en relación con el consumo en el contexto del desarrollo del aceite de palma, en que la ética del cuidado se funde con la naturaleza (representada en imágenes de bosques amenazados y orangutanes en peligro de extinción), mientras que en los mensajes corporativos por la palma aceitera sostenible desaparece el cuidado de las comunidades despojadas de sus bosques (Elmhirst et al., 2017).

Las posibilidades más radicales de expresar una ética del cuidado han surgido de los compromisos de la EPF con el ecofeminismo, el decrecimiento, las narrativas de la suficiencia y lo que Wichterich (2015: 83) llama la búsqueda de un buen vivir, modos de vida seguros y “sostenibilidad de la vida”. Esto muestra una intersección entre la economía de cuidados, los bienes comunes y una crítica del consumo globalizado, y ha surgido en gran medida en respuesta a la precariedad causada por la explotación capitalista y las políticas de austeridad en todo el mundo (Harcourt y Nelson, 2015). Jarosz, por ejemplo, examina las motivaciones de las agricultoras involucradas en el cultivo comunitario en Estados Unidos, y concluye que estas expresan una “ética de la atención” que implica una sensación de que se nutren a sí mismas y a los demás, nutren a las personas y al medio ambiente, como parte de “un posicionamiento ético que desafía los procesos de privatización, acumulación de capital sin restricciones, competencia y discursos de responsabilidad individual por la desigualdad y la pobreza, que construyen a los individuos como sujetos neoliberales” (Jarosz, 2011: 308). Jarosz evita una conexión esencialista entre mujeres y cuidado (del medio ambiente, de los otros). Su estudio sugiere que, a través de su trabajo en agricultura comunitaria, las mujeres muestran motivaciones que no son principalmente económicas, sino que están asociadas con metas sociales y deseos de vivir una vida laboral que sea satisfactoria y significativa.

Ecología política feminista decolonial

En los últimos años, la EPF también se ha beneficiado del desarrollo de los estudios feministas de la ciencia y la teorización decolonial. Ambos ofrecen un lenguaje conceptual para identificar los diferentes conocimientos situados y para considerar los tipos de privilegio epistémico y de autoridad que existen en la ecología política (y más allá). Este tipo de intereses ya habían dado lugar a antiguos razonamientos en la ecología política feminista (por ejemplo, Rocheleau et al., 1996). El pensamiento decolonial va más allá de una provincialización poscolonial de los conocimientos occidentales y alienta a repensar el mundo desde América Latina, desde África, desde los lugares indígenas y desde la academia marginada en el Sur global (Radcliffe, 2017: 329) para desafiar afirmaciones universalizantes que subordinan otras formas de conocimiento.

Dos hilos vinculados están apareciendo en relación con este tema. Primero, ha habido una respuesta crítica a la teoría de la ecología política poshumanista, con su énfasis en la agencia más que humana, por no haber considerado suficientemente el privilegio angloamericano, y por lo tanto no haber reconocido otras formas de conocimiento, particularmente las asociadas a las cosmovisiones indígenas (Sundberg, 2014). Muchas perspectivas indígenas son relevantes en las preguntas ontológicas sobre la naturaleza y la cultura. Por ejemplo, Kim Tallbear (2011) llama la atención sobre los posibles puntos de conexión entre los lenguajes de las ecologías políticas poshumanistas y lo que se ha denominado metafísica india americana o, más apropiadamente, las ontologías de los pueblos dakota-lakota (véase también Collard et al., 2015).

En segundo lugar, la EPF está adoptando una política ambiental descolonizada. En contextos de supremacía blanca, tales políticas reverberan en torno a las luchas indígenas por la soberanía, y se manifiestan en diversas luchas por la justicia ambiental, como, por ejemplo, el activismo climático del grupo Idle No More en Canadá (Di Chiro, 2015). Para algunas académicas-activistas de EPF, la descolonización de la ecología política feminista significa trabajar colaborativamente, o como dice Sundberg, “caminar con otras que parten desde diferentes posiciones en luchas que, aunque distintas y constituidas desigualmente, se entrecruzan” (Sundberg, 2014: 123). Las ecólogas políticas feministas académicas reconocen que se trata de una solidaridad acosada por complejas relaciones de poder, y los ejemplos en la práctica son raros. Di Chiro ofrece un análisis fascinante sobre los vínculos de la investigación sobre justicia ambiental de la EPF, la enseñanza y nuevas formas de expresión para “crear un nuevo mundo bailando” (Di Chiro, 2015: 221), mientras que Tallbear describe su propio enfoque feminista-indígena para el desarrollo de investigaciones (Tallbear, 2014). Hay mucho en lo que inspirarse… y todo apunta a nuevas formas de hacer ecología política feminista que surgen a través de vínculos entre académicas-activistas y feministas-ecologistas con posiciones diferentes.

Conclusión

En todos sus enfoques la EPF parte de la premisa de que el cambio ambiental no es un proceso neutral susceptible de gestión técnica, sino que surge a través de procesos políticos. La EPF dirige la atención a varias formas de agencia política que surgen de subjetividades complejas (género, raza, clase, sexualidad), incluidas las de académicos/as, legisladores/as, profesionales y activistas. Al proporcionar las herramientas para un análisis matizado y reflexivo de estas agencias políticas, la EPF ofrece una manera de superar los enfoques políticos de género más comunes en relación con el género y el desarrollo en contextos ambientales, que suelen imponer el cuidado ecológico a mujeres ya sobrecargadas y desempoderadas.

Como ámbito político, el medio ambiente siempre está sujeto a luchas en torno a objetivos divergentes y en conflicto, y la investigación en EPF puede utilizarse para legitimar acciones muy alejadas de las intenciones de los y las investigadoras. Para mitigar este riesgo, se ha intentado cerrar la brecha entre la academia, las políticas públicas y el activismo. Como se exploró anteriormente, un sello distintivo del reciente trabajo de la EPF es su colaboración con otras personas comprometidas de la academia, la política, la práctica y el activismo, con una perspectiva feminista que requiere autorreflexividad, apertura a las múltiples verdades y a las voces más marginadas, así como una ética feminista que guíe las prácticas cotidianas de investigación, compromiso e impacto. Actualmente se exploran muchas vías importantes que se alinean con lo que Braidotti (2009) ha descrito como “política afirmativa” a través de nuevas ecologías políticas feministas; los temas tratados aquí son solo parte de un florecimiento continuo de este revitalizado e importante ámbito de debate, política y praxis transformadores.

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* Universidad de Brighton, Reino Unido. E-mail: r.j.elmhirst@brighton.ac.uk

La autora agradece el apoyo de WEGO-ITN: este proyecto ha recibido financiación del programa de investigación e innovación Horizon 2020 de la Unión Europea en virtud del acuerdo Marie Skłodowska-Curie No. 764908

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