Jonathan Hiskes*

 

La semana pasada, cuando los senadores John Kerry (D-Mass.) y Joe Lieberman (I-Conn.) desvelaron su tan esperada Ley de Energía de EE UU, provocaron dos reacciones completamente opuestas de dos sectores del activismo ecológico.

Doscientos grupos de lo que podríamos definir como el «ecologismo pequeño» condenaron inmediatamente el proyecto de ley sobre clima y energía en una declaración conjunta, calificándolo de «extremo lavado de cara ecoló- gico». La coalición está integrada por grupos ecologistas regionales, pacifistas y colectivos religiosos, como Don’t Waste Arizona, la Snake River Alliance y la Turtle Island Restoration Network.

«Este proyecto de ley es más de lo mismo: subsidiar con dinero de los contribuyentes a los gigantes de la energía nuclear y a las demás multinacionales de la energía disfrazándolo con la excusa de que se está haciendo algo para afrontar la crisis climática», afirmaban.

El Gran Ecologismo, por su parte, divulgó esa misma mañana un comunicado. No era ni un respaldo ni un ataque al proyecto de ley. Notablemente, carecía por completo de opiniones claras respecto al proyecto.

«Es hora de que los dirigentes estadounidenses sean responsables… la catástrofe petrolera del golfo de México es otro recordatorio… El presidente Obama y los líderes de ambos partidos en el Congreso deben proporcionar el liderazgo necesario para desarrollar soluciones energéticas y climáticas limpias», afirmaban en su declaración conjunta las 23 grandes organizaciones firmantes, principalmente con sede en Washington D.C, y entre las que se cuentan el Environmental Defense Fund (EDF), el Sierra Club, Audubon y la League of Conservation Voters.

Sin lugar a dudas, el proyecto Kerry-Lieberman es deficiente desde el punto de vista ambiental; además de los subsidios a las industrias nuclear, petrolera y carbonífera, sus metas en la reducción de emisiones son insuficientes y se apuesta en exceso por la compensación de emisiones de carbono. Se han incluido concesiones a los intereses contaminadores con la esperanza de atraer a suficientes senadores comprometidos con el sector de los combustibles fósiles como para lograr alcanzar el penosamente difícil umbral de los 60 votos. Esta es considerada la única manera realista de obtener la aprobación de una ley sobre el clima en 2010. Kerry, en un artículo publicado en este periódico, imploraba a los ecologistas que no diesen un portazo al proyecto por considerarlo demasiado débil, afirmando que era preferible comenzar con una ley imperfecta.

Todo esto coloca a los grupos ecologistas en la espinosa encrucijada de tener que apoyar una legislación deficiente y comprometedora u oponerse a todo lo que no equivalga a una ley decente sobre el clima, que deberá regirnos este año y en los años por venir. Probablemente, muchos de los grandes grupos acabarán apoyando el proyecto de ley, pero no quieren definirse mientras haya una oportunidad de mejorarlo. De allí el torpe silencio de la semana pasada. Muchos grupos de activistas —incluidos los doscientos firmantes y los pesos pesados Greenpeace y Friends of the Earth— ya han manifestado su oposición.

No es ésta en absoluto la primera disputa entre movimientos de grupos ecologistas. El pasado otoño escribí sobre un sector de grupos que reivindicaban una postura de «no compromiso» y atacaban a Al Gore, el proyecto de ley Waxman-Markley y a los mercados de carbono que permitían a los contaminadores comprar y vender créditos de emisiones. Argumentaban que los grandes grupos ecologistas habían hecho demasiadas concesiones al colaborar con el sector de los negocios y con los legisladores demócratas. Por su parte, los representantes del EDF, el Natural Resources Defense Council y el Center for American Progress consideraron que tal postura era por demás molesta.

DOS CLASES DE ESPERANZA

Luego, puedes decirme ¿cuál es el mejor enfoque para salvar al planeta?

Merece destacar que todos los grupos involucrados han demostrado que comprenden la urgencia científica de un plan vigoroso a favor de la energía limpia. Todos quieren que el presidente Obama utilice su privilegiada situación para centrar la atención en este tema. Los desacuerdos giran en torno a las estrategias políticas.

A primera vista, el ala izquierda del movimiento ecologista parece tener el enfoque más optimista, rechazando el conformarse con un proyecto de ley deficiente y apostando por fomentar un mar de fondo de apoyo a una legislación más efectiva en los próximos dos años; tiempo suficiente para obligar a los congresistas a cambiar de opinión o para dejar fuera del Congreso a quienes no defiendan el clima.

El Gran Ecologismo parece asumir una perspectiva más pesimista al brindar su apoyo a un proyecto de ley grotesco. Este sector afirma que no ve un sendero mejor en el futuro inmediato. Aún logrando que se apruebe el proyecto KerryLieberman, lo que seguirá será una enorme batalla cuesta arriba. Y con los Republicanos preparados para ganar unos cuantos escaños tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado en las próximas elecciones de noviembre, las oportunidades de lograr la aprobación de cualquier ley del clima en los próximos dos años —no digamos una ley mejor que la de Kerry & Lieberman— resultan cada vez más remotas.

He aquí el contraargumento: el Gran Ecologismo está adhiriendo a otra clase de optimismo. Apoya el criterio de que construir una economía basada en energía limpia será más barato y más sencillo de lo que se piensa, y que una vez que hayamos comenzado, aun con débiles medidas a medias, el éxito estará asegurado.

David Roberts explicó esta postura la semana pasada: «Actualmente, las políticas se basan en el temor; temor del sector privado a que la descarbonización sea una carga insoportable; temor de los consumidores a que los precios de la energía se disparen; temor de los políticos a que el proyecto demuestre ser electoralmente impopular». Pero hay «enormes oportunidades para una reducción de las emisiones a bajo coste (o coste negativo) que están pendientes de ser explotadas», afirma Roberts. Si un proyecto de ley, aunque débil, consigue iniciar este proceso, puede contribuir a disipar los temores, comenzar a encaminar al país hacia una economía de energía limpia, y facilitar que en el futuro se aprueben leyes más vigorosas.

Por lo tanto, ambos bandos pueden jactarse de su optimismo; uno a corto plazo, el otro a largo plazo. El problema es que, al enfrentarse, minan el entusiasmo por construir un movimiento popular a favor del clima. Muchos estadounidenses desearían ver a su país avanzar hacia una economía basada en energías limpias y afrontando la amenaza climática; así lo ha afirmado el 61 por ciento de los consultados en una encuesta reciente. Pero las reyertas entre ecologistas pueden distanciar a la ciudadanía.

Según Bill McKibben, escritor y fundador del grupo 350.org, el objetivo principal debería ser la conformación de un movimiento diverso. Argumenta que quienes proyectan las leyes no perciben aún la presión del público para que se tomen en serio las amenazas climáticas. «Hay infinidad de grupos haciendo trabajo de lobby en el Congreso», declaraba a este periódico en enero. «Pero los miembros del Congreso son buenos para decir si hay algo detrás de ese trabajo de lobby o no. Creo que tenemos que encontrar la manera de ejercer presión sobre ese ámbito». Hasta ese momento, sostiene McKibben, es prematuro centrarse en el Congreso.

Puede que tenga razón en que esa creación de movimiento —la principal tarea de 350.org— es el imperativo a largo plazo. Pero hay un proyecto de ley en el Senado que requiere una respuesta inmediata.

Luego ¿cómo responderán las organizaciones ecologistas y los ciudadanos responsables a este proyecto de ley? ¿Cuál es la mejor manera de avanzar hacia un movimiento fuerte a favor del clima? Y ¿cómo empezamos a desarrollar soluciones cuanto antes?

Artículo publicado en Grist el 18 de mayo de 2010

* Es un periodista de Grist.org, un portal americano de noticias de medio ambiente, en el que se publicó este artículo.

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