Turismo de colapso: Reflexiones flotando boca abajo*

Joseph Henry Vogel**

 

La playa Carlos Rosario ubicada en la isla de Culebra, Puerto Rico, está fuera del circuito turístico. Parte de su encanto yace en una inaccesibilidad que es fácilmente superada. Una vez en Puerto de Dewey, en Culebra, se toma un paseo en autobús de 10 minutos hasta la playa de Flamenco Bay, considerada una de las diez mejores del mundo. El primer obstáculo es la tentación de llegar a una ensenada donde la bahía brilla, rodeada por una playa hermosamente blanca. Se debe renunciar a la satisfacción inmediata y caminar por la parte de atrás del estacionamiento. El segundo obstáculo es una verja y una puerta encadenada. Afortunadamente, la puerta está entreabierta, lo que impide el tráfico automovilístico, pero no el peatonal. La caminata por los cerros dura aproximadamente media hora. La playa Carlos Rosario es mucho más pequeña que la Flamenco Bay, pero eso también forma parte de su encanto. El coral se extiende hasta la orilla y, durante un día soleado, la visibilidad alrededor de los arrecifes puede alcanzar 15 metros o más.

La primera vez que visité Carlos Rosario fue en diciembre de 2003, acompañado de una amiga quien, a diferencia de mí, nunca había nadado con snorkel. Lo que nos sorprendió fue que yo, teniendo experiencias en el Mar Rojo, las Galápagos y la Gran Barrera de Coral, me quedé tan lleno de admiración como ella. El adjetivo que más empleamos era: ¡increíble! Los peces se desvanecían sin esfuerzo dentro y fuera del arrecife, el cual, como los peces mismos, mostraba colores aparentemente no imposibles. Las colonias del coral eran masivas y habían crecido desde la época de Cristóbal Colón. El flotar boca abajo sobre toda esa agua es como el paracaidismo encima de un bosque catedral sin caerse nunca. Incluso el miedo acentúa el placer: una corriente inesperada me podría arrastrar, un tiburón me podría llevar hacia el fondo del mar. No obstante, la razón prevalece y reconozco que asumo muchos más riesgos cada día en el camino de ida y vuelta al trabajo.

Volví a Culebra en octubre de 2006. Con un lapso de apenas tres años, ¡qué diferencia se veía! Aunque había escuchado que los corales se morían, inconscientemente negaba esa realidad. Esperaba que la experiencia de 2003 se repitiera. Cubierto de un ropaje de ingenuidad, pensé que era mi derecho. Mis compañeros eran los participantes de la IX Conferencia de OMETECA sobre las Ciencias y las Humanidades, que organicé en la Universidad de Puerto Rico. Ésta era la excursión que había promovido con tanta fanfarria. Lo que sucedió fue un experimento en ecología política, totalmente imprevisto.

Los pastos y matorrales en el camino hacia Carlos Rosario habían crecido en exceso, una señal que erróneamente interpreté como negligencia en el mantenimiento del parque. Ahora me doy cuenta que intencionadamente mi mirada evadía la ausencia de pisadas en el camino. Cuando llegamos a la playa, me puse la máscara y el tubo de respiración y, de repente, me invadió el recuerdo de las malas noticias. El arrecife parecía lo que literalmente era: una masa de esqueletos. ¿Adónde se fueron los peces?

Aunque fuera triste, no me arrepiento de haber visto todos esos corales muertos. Como en un funeral donde el ataúd se queda abierto, la vista del cadáver nos ayuda a superar la negación. Lo que los psicólogos llaman «clausura», nosotros, los ecólogos políticos, debemos llamarlo «apertura». Una vez aceptada la muerte, nuestras mentes se abren para contemplar el significado de la vida perdida y, más constructivamente, la causa por haberla perdido. Afortunadamente, no todos los corales están muertos. En el lado más lejano del arrecife, todavía sobreviven muchos corales, sin embargo las aguas ahí son más profundas y una corriente me podría arrastrar, tal vez allí deambule un tiburón…

¿Quiénes mataron el coral cerca de la orilla? Los sospechosos son el escurrimiento de nutrientes, la extracción de los corales, el anclaje de los yates, y muchos, muchos otros más. La metáfora desgastada de la novela detectivesca Asesinato en el Orient Express —donde todos los sospechosos eran verdugos— me deja poco convencido. No existe mucha agricultura en Culebra y la extracción de coral podría haber eliminado algunos especimenes preciosos, pero no matar grandes extensiones. Los yates anclan ilegalmente pero, afortunadamente, prefieren los fondos arenosos a los arrecifes de coral. Más apta que la metáfora de Agatha Christie sería el dicho famoso del clérigo John Donne del Siglo de Luces. «Ningún hombre es una isla». Hoy en día, ninguna isla es una isla. El calentamiento global incluye a las aguas que bañan Culebra. Las temperaturas elevadas del mar provocan que los corales expulsen las algas microscópicas con quienes mantienen una simbiosis. El proceso se conoce como «blanqueamiento».(1) En el caso de Culebra, el golpe de gracia fue un brote de enfermedades.

Este blanqueamiento ofrece lecciones inesperadas para el economista. Muchos de nosotros vivimos bajo la suposición de que la conservación es alcanzable, siempre y cuando una actividad sostenible, como el ecoturismo, pueda generar suficientes divisas para contrarrestar los incentivos comerciales de las alternativas poco sostenibles. La suposición es precisa cuando los sospechosos son localizados (extracción de corales); dudosa cuando más esparcidas (escurrimiento de nutrientes); y flagrantemente falsa cuando ubicuas (calentamiento global). Carlos Rosario es la evidencia. El arrecife no compite con usos alternativos puesto que es un área protegida. A pesar de su estatus privilegiado, los corales se siguen muriendo.

La muerte masiva no necesariamente implica la extinción. El Sr. Kofi Anan, el séptimo Secretario General de las Naciones Unidas, sin intención, explica la razón con respecto a los asentamientos humanos. Advierte que «la adaptación es una cuestión de supervivencia absoluta».(2) A la luz de la biología, el truismo de Annan también podría ser aplicado a los corales de Carlos Rosario. Si hubiera suficiente variación genética entre los umbrales térmicos de los corales amenazados y sus algas simbiontes, algunas colonias podrían sobrevivir y así, la especie evitaría la extinción. A la luz de la economía, el truismo de Annan, ¡es asimismo verdad! La esperanza más realista para el desarrollo sostenible es que exista suficiente variación en conceptos teóricos para evitar la irrelevancia.

Al reflexionar boca abajo sobre todos estos corales muertos, me vino una idea poco convencional. El atestiguar el colapso es la actividad más valiosa para el desarrollo sostenible. La razón es sencilla: el turismo de colapso es transformador. La tragedia de Carlos Rosario es la tragedia de los bienes comunes en las emisiones de gases invernadero. La solución a la tragedia fue ofrecida por Garrett Hardin desde hace cuarenta años: «la coerción mutua, mutuamente acordada por la mayoría de las personas afectadas».(3) Increíblemente, «la coerción mutua, mutuamente acordada…» no resuena en el público aunque «La Tragedia de los Comunes» sea el artículo más citado de Science y quizás en toda la ciencia. La falla en el argumento de Hardin es que éste supone que la lógica persuade. La tragedia tiene que ser internalizada no solamente por las experiencias neocórdicas (la lectura desde el sofá) sino también las límbicas (el flotar boca abajo).

¿Por qué el ecoturismo no puede dedicar tiempo a los hábitats colapsados? Por cada hora que el turista suspira de admiración por la belleza natural de un hábitat todavía conservado, él o ella debe pasar otra en el hábitat bien degradado, suspirando de pena. El turismo de colapso logrará su fin cuando el turista, por si solo, llegue a la conclusión del Foro Social Mundial que «otro mundo es posible».

¡Por-fa-vor! gruñe el economista. Eso está demasiado politizado. Se retuerce con indignidad. Aterrizemos, ya. En tu presunto «Turismo de Colapso,» ¿existe negocio? La pregunta es empírica e imposible de responder hasta que se haga el experimento. Sin embargo, los indicadores son prometedores. La gente viaja largas distancias para ver los restos arqueológicos de las sociedades que colapsaron debido a mala gestión ambiental. Por ejemplo, el Cuaderno de Viajes de The New York Times resalta en el primer plano las estatuas misteriosas de la Isla de Pascua. El texto fue redactado por un dramaturgo que recibió varios premios Pultizer, el ilustre Edward Albee. Este autor recomienda un recorrido de quince días.(4) El turismo de colapso también puede surgir de la lectura del fascinante libro y de gran éxito Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed por Jared Diamond. Así, para el economista, quien se obsesiona con hipótesis y datos, pesos y euros, surge una oportunidad para analizar regresiones con variables dummy y rezagadas. A partir del lanzamiento de publicaciones como las de Albee o Diamond, ¿existe un desplazamiento de la curva de demanda?

No necesito esperar las estadísticas para convencerme. Las anécdotas me satisfacen. Mis huéspedes en Culebra en octubre 2006 constituyen la evidencia. La mayoría simplemente pensó que la playa era un baño placentero en aguas calientes. Nadie se quedó lleno de admiración. Nadie comentó «¡qué inolvidable!» Tal vez, algunos aún pensaron que el camino por el cerro, con los cortes y abrasiones, no valía la pena. El turismo de colapso podría haber salvado los superlativos de diciembre de 2003. Aunque «increíble» no puede captar mejor la belleza del arrecife, puede describir la destrucción. Escritores con mucho don, como Albee y Diamond, tienen que explicar la causa próxima (blanqueamiento) y la causa última (emisiones de gases invernaderos) de forma que entretenga y enganche al público. No menos importantes que dichos ilustres serán sus intermediarios. El turismo de colapso necesita a los ecocríticos para identificar y arreglar las obras de arte en paquetes coherentes para la educación continua.(5) Y jamás debemos olvidarnos de los guías que trabajan codo a codo. Éstos tendrán que sugerir a los turistas que ellos pueden actuar donde importa —en la política. Los límites deben ser no negociables y, sobre todo, vinculantes generación tras generación.

Frustrado, el economista se vuelve cínico. Utópico es Usted y ¿Qué hará con el dinero? (ya me entiendes). Sugiero una forma de diezmo laico. Un diez por ciento de las divisas generadas por el turismo de colapso deben ser pre-asignadas a campañas políticas que adopten el planteamiento de «vivir dentro de los límites». El premiado Nobel René Dubos se equivocó horriblemente pero no irrevocablemente: debemos pensar localmente y actuar globalmente. ¿Quiénes mataron los corales de Carlos Rosario? El dedo señala el calentamiento global y tras éste, como discierne Annan, yace «una falta pavorosa de liderazgo». Me atrevería a aseverar que es aún peor que eso. Hace años, el incumplimiento se hizo infracción y la infracción ahora es…pues, ¡Usted decida! Los Jefes del Estado mataron los corales de Carlos Rosario. Que ellos pasen a pertenecer al Panteón de la Infamia.

* Adaptado del discurso del mismo título expuesto en el Seminario Internacional de «Bioética, Medio Ambiente y Desarrollo «La Conferencia Internacional sobre Bioética, Medio Ambiente, y Desarrollo,» realizado en la Facultad de Comunicaciones, Turismo, y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, Perú, los días 13 y 14 de diciembre de 2006 y auspiciada por la Embajada Francesa de Perú. La investigación ha sido auspiciada por una subvención del Estudios Graduados e Investigación de la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras.

** Director, Unidad de Investigaciones Económicas, Universidad de Puerto Rico-Río Piedras.

1 Gabriel D. Grimsditch and Rodney V. Salm, 2006. Coral Reef Resilience and Resistance to Bleaching, IUCN, Gland, Switzerland.

2 «Annan Stresses Climate Threat at UNFCCC Conference,» United Nations Environment Programme, News Centre, November 15, 2006, http://www.unep.org/Documents.Multilingual/Default.asp? DocumentID=495&ArticleID=5424&l=en accessed November 24, 2006.

3 Garrett Hardin, «The Tragedy of the Commons» Science, 1968, http:/ /dieoff.org/page95.htm, traducción castellana disponible en http:// www.eumed.net/cursecon/textos/hardin-tragedia.htm.

4 Edward Albee, «Easter Island: The Dream at the End of the World,» The New York Times Travel, abril 30, 2006.

5 «Putting a New Definition of Ecocriticism to the Test: The Case of The Burning Season, a film (Mal)Adaptation,» ISLE (Interdisciplinary Studies of Literature and Environment), vol. 13.1, invierno 2006, 13-23.

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