Herman Daly*

 

Cuando a comienzos de la década de 1960 estaba estudiando un posgrado en economía, nos enseñaban que el capital era el factor condicionante del crecimiento y el desarrollo. Inyectad capital a la economía y crecerá. A medida que la economía crezca, podréis reinvertir el incremento del crecimiento como nuevo capital, haciéndolo aumentar exponencialmente. Finalmente, la economía será floreciente. Originalmente, para que las cosas comenzasen a funcionar, el capital provenía de los ahorros, de la confiscación, o de la ayuda o la inversión extranjeras; posteriormente, el capital era generado por el propio aumento del crecimiento nacional. El capital incluía a la tecnología, la fuente de su poder. El capital era algo mágico, pero escaso. En aquella época, todo esto parecía convincente.

Muchos años después, cuando trabajaba para el Banco Mundial, ya era evidente que el capital había dejado de ser el factor condicionante, si es que alguna vez lo había sido. Billones de dólares de capital circulaban alrededor del mundo en busca de proyectos en los que invertir, para que ese capital se multiplicase. En el Banco Mundial comprendieron que el factor condicionante eran los que ellos llamaban «proyectos rentables»; inversiones concretas que podían incluir capital financiero abstracto y hacer aumentar su valor a un ritmo aceptable, habitualmente un diez por ciento anual o más, que se duplicaba cada siete años. Debido a que no había suficientes proyectos rentables para absorber el capital financiero disponible, el BM decidió estimular la creación de tales proyectos mediante «equipos de desarrollo del país» establecidos en los países prestatarios, pero con la asistencia técnica del BM. No cabe duda de que muchos de estos proyectos fueron útiles, pero seguía siendo difícil crecer a un ritmo del diez por ciento anual sin desplazar involuntariamente a mucha gente o agotar el capital natural y contabilizarlos como ingresos; y ambas cosas se hicieron a gran escala. Y los préstamos debían ser reembolsados. No cabe duda de que fueron reembolsados; con frecuencia no de las ganancias generadas por los proyectos, que a menudo eran decepcionantes, sino de los impuestos generales que recaudaban los gobiernos prestatarios. Si se conceden préstamos a gobiernos soberanos que tengan la capacidad de incrementar los impuestos, esto ofrece más certidumbres de cobrar la deuda; y hasta favorece cierta laxitud a la hora de aprobar los proyectos.

Pero ¿de dónde provenía todo ese exceso de capital financiero? No de los ahorros (si exceptuamos a China), sino de dinero nuevo y de créditos fáciles generados por nuestro sistema bancario de reservas por depósitos (FRACTIONAL RESERVE), amplificado por un mayor apalancamiento en la adquisición de acciones. Los receptores de dinero nuevo desviaban los recursos de sus finalidades habituales ofreciendo un precio superior. Si hay recursos inutilizados y sus nuevos usos son beneficiosos, el aumento temporal de los precios es absorbido por la nueva producción, es decir, por el crecimiento. Pero la escasez de recursos y los límites ambientales, junto con una disminución de los proyectos rentables, frenaron este crecimiento; esto dio como resultado un exceso de capital financiero intentando participar en muy contados proyectos rentables.

Por tal razón, el BM se propuso aclarar por qué sus proyectos rendían beneficios tan pobres. La respuesta esbozada más arriba era ideológicamente inaceptable porque insinuaba que existen límites ecológicos al crecimiento. Rápidamente, los economistas del BM hallaron otra respuesta más aceptable: los proyectos a pequeña escala no podían ser productivos en un ámbito de políticas gubernamentales irracionales e insuficientes. La solución residía en reestructurar las macroeconomías mediante «ajustes estructurales»: libre comercio, crecimiento enfocado a las exportaciones, presupuestos equilibrados, control estricto de la inflación, eliminación de los subsidios sociales, desregulación, eliminación de la legislación laboral y de protección ambiental; es decir, lo que se conoce como Consenso de Washington. Pero ¿cómo convencer a los países prestatarios para que llevasen a cabo estos dolorosos «ajustes estructurales» a escala macroeconómica, para así permitir que los proyectos financiados por el BM fuesen productivos? La respuesta fue, convenientemente, un nuevo tipo de préstamos, los préstamos de ajuste estructural, para favorecer o forzar las reformas políticas estipuladas por el término «ajuste estructural». Otra razón para el ajuste estructural o «política de préstamos» fue desplazar rápidamente enormes cantidades de dólares a países como México, para permitir que su balanza de pagos no tuviese dificultades en reembolsar los préstamos que había obtenido de bancos privados estadounidenses. Además, los préstamos de póliza (POLICY LOANS), que ya representaban la mitad de los préstamos del BM, no requerían largas y onerosas planificaciones y supervisiones, como es el caso con los préstamos para proyectos. El dinero se mueve rápidamente. A esas alturas, para el BM la definición de eficiencia se había convertido en «mover la mayor cantidad de dinero con la menor cantidad de reflexión».

La pregunta que podríamos hacer es ¿por qué un país debe solicitar préstamos con intereses para llevar adelante cambios de políticas que podría hacer sin ninguna clase de préstamos, si considerase que tales políticas son las adecuadas? Tal vez en realidad no estén a favor de esas políticas y por lo tanto necesiten un soborno para hacer lo que más beneficia a sus propios intereses. Tal vez la finalidad de ese gobierno que solicita préstamos sea simplemente conseguir más dinero para repartir entre amigos y parientes, dejando para el siguiente gobierno la tarea de devolver los préstamos con sus respectivos intereses.

¿Por qué un país debe solicitar préstamos con intereses para llevar adelante cambios de políticas que podría hacer sin ninguna clase de préstamos, si considerase que tales políticas son las adecuadas?

Semejantes reflexiones recibieron muy poca atención por parte del BM, que estaba obsesionado con el espectro de un inminente «flujo negativo de pagos»; es decir, que las devoluciones de antiguos préstamos y sus intereses fuesen mayores que el volumen de nuevos préstamos. En tal caso ¿acabaría el BM encogiéndose hasta desaparecer por innecesario? ¡Una idea espantosa para cualquier burocracia! Pero para el BM la alternativa a un flujo negativo de pagos es un endeudamiento cada vez mayor de los países prestatarios. Sin duda, el BM no iba a reconocer que su tarea era la de incrementar la deuda de los países pobres, sino que estaba fomentando el crecimiento mediante la inyección de capital y el aumento de la capacidad de los países deudores para absorber capital extranjero. Por lo tanto ¿qué problema había si la deuda crecía, siempre y cuando el PIB continuase aumentando? Se partía de la premisa de que el sector real podía crecer con la misma rapidez que el sector financiero; que la riqueza física podía crecer tan rápido como la deuda monetaria.

La meta principal del BM es la de conceder préstamos, sacar el dinero por la puerta, ser una bomba repartidora de dinero. Si el capital financiero fuese realmente el factor determinante, los países harían cola con buenos proyectos y el BM se encargaría de racionar el capital entre esos países. Pero el capital financiero era superabundante y los buenos proyectos escasos, por lo que el BM debió impulsar activamente la colocación de dinero. Para acelerar el bombeo de capitales, enviaron equipos de desarrollo específicos para cada país, para que inventasen proyectos. Si tales proyectos fracasaban, entonces inventaban préstamos de ajuste estructural que favoreciesen un clima más favorable a escala macro; si los préstamos de ajuste estructural son considerados como sobornos por los gobiernos prestatarios corruptos, el BM no se queja demasiado por temor a que se frene el bombeo de dinero y se caiga en el «flujo negativo de pagos».

Pero, si el capital ya no es el mágico factor determinante cuya presencia desencadena el crecimiento económico, entonces ¿cuál es su función?

La deuda se contrae a cambio de recursos reales para ser utilizados ahora y que, según Soddy, no podrán volver a utilizarse en el futuro.

Según Frederick Soddy, «el capital es meramente la renta o rendimiento dividida por la tasa de interés y multiplicada por cien» (Economía cartesiana). A posteriori aclara que «aunque pueda satisfacer al prestamista pensar que su riqueza todavía existe en alguna parte en forma de ‘capital’, ha sido o está siendo utilizado por el prestatario para el consumo o la inversión, y —del mismo modo que los alimentos o los combustibles— no podrá volver a ser utilizado. Se ha convertido en deuda, en una sangría sobre futuros ingresos…»

En otras palabras, el capital, en su sentido financiero, es la ganancia futura neta esperada de un proyecto dividida por la tasa de interés y multiplicada por cien. Más que algo mágico es una sangría, un embargo preventivo sobre la futura producción real de la economía; en una palabra, es una deuda que deberá ser devuelta o bien, y quizá preferiblemente, no ser devuelta y permanecer como fuente de pago de intereses durante bastante tiempo.

Sin duda, la deuda se contrae a cambio de recursos reales para ser utilizados ahora y que, según Soddy, no podrán volver a utilizarse en el futuro. Pero si el proyecto financiado puede extraer más recursos empleando más mano de obra en el futuro para incrementar la renta total para la sociedad, entonces la deuda puede ser devuelta con intereses y aun quedaría algún ingreso extra como beneficio. Pero esto requiere una mayor inversión de materiales y energía, y mayor cantidad de mano de obra; en otras palabras, necesita del crecimiento físico de la economía. Este crecimiento, en una economía de mundo vacío como era en el pasado, era razonable; en la actual economía de mundo lleno ya no lo es. Actualmente es ampliamente reconocido que hay demasiada deuda en todo el mundo, tanto pública como privada. La razón por la que se contrajo semejante deuda es que teníamos expectativas absurdamente irreales sobre el crecimiento. Nunca sospechamos que el mismo crecimiento comenzaría a costarnos más de lo que vale, empobreciéndonos en lugar de enriquecernos. Pero sucedió. Y la única solución que nuestros economistas, banqueros y políticos han encontrado es continuar con más de lo mismo. ¿No podríamos tomarnos un pequeño respiro para discutir la idea de una economía en estado estacionario?

Artículo publicado en The Daly News el 15 de agosto de 2011

* University of Maryland (hdaly@umd.edu).

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