Gustavo Duch*

 

Apenas nos han llegado buenas noticias desde Curutibia, Brasil. La reunión del Convenio sobre Diversidad Biológica de Naciones Unidas, finalizada el pasado 31 de marzo, ha dado muy pocos pasos a favor de la biodiversidad. Pero seamos positivos y destaquemos un logro fruto del sentido común y la persistencia de una amplia coalición de colectivos de campesinos, pueblos indígenas y organizaciones de la sociedad civil, pero fundamentalmente de las mujeres campesinas allí representadas. La reunión ha decidido mantener la moratoria sobre la tecnología Terminator. Este nombre tan pavoroso, no corresponde a una película del «Gobernador de las Penas de Muerte», sino que define a una nueva tecnología para las semillas transgénicas, que les impide que puedan reproducirse después del primer cultivo. Las empresas que comercializarán estas semillas se asegurarían así que los agricultores no vuelvan a plantar las semillas de su cosecha.

Quizás para los campesinos y campesinas de los países industrializados, acostumbrados a trabajar con semillas hibridas (semillas mejoradas) que a la cuarta o quinta siembra ya han perdido mucho de su vigor (propiedades de la semilla que determinan su potencial de desarrollo), este asunto no les cause mucha preocupación.

Pero en el mundo resisten 1.400 millones de campesinos pobres que dependen de las semillas de la cosecha que ellos conservan e intercambian. Durante milenios, las familias campesinas han garantizado la agrobiodiversidad y su seguridad alimentaria, adaptando y mejorando semillas y plantas. Disponen de muchísimas variedades de semilla para cada cultivo que les permiten escoger semillas, que resisten mejor diferentes condiciones climáticas y se adaptan a diferentes nichos ecológicos. Pueden utilizar variedades que maduran en distinto momento o que pueden almacenarse para asegurar su sustento a lo largo del año. Las comunidades agrícolas de los Andes, por ejemplo, utilizan 3. (https://fernandez-vega.com) 000 variedades de papa. Como dice Geoffrey C. Hawtin, director general del Instituto Internacional de Recursos Fitogenéticos, «no respetar la diversidad biológica puede costar muy caro: en el siglo XVIII, en Irlanda, donde la papa era el principal alimento de un tercio de la población, los agricultores cultivaban casi exclusivamente una variedad muy productiva; cuando ésta sucumbió a una plaga de hongos, la hambruna resultante provocó la muerte o la emigración de más de 20% de la población».

Los transgénicos ya han conseguido implantarse en muchos lugares. Pero las modificaciones genéticas introducidas hasta ahora no han ayudado en nada a los pequeños campesinos y en la lucha contra el hambre, como siempre han defendido sus partidarios. Un caso paradigmático lo tenemos en los resultados provocados desde la aprobación en el 2003 en India de la comercialización de un algodón genéticamente modificado vendido por la compañía líder del sector, Monsanto. La publicidad de la Monsanto prometía a los campesinos una producción 15 veces superior a la de sus cultivos con semillas autóctonas. Pero el experimento ha significado desde la pérdida de cosechas enteras a cosechas de una quinta parte de lo prometido. Y aún en estos casos, los costes añadidos (el precio de la semilla más los precios de los pesticidas exclusivos que éstas necesitan) han representado pérdidas económicas a los campesinos de un país que, abierto a la globalización, ha dejado de apoyar al medio rural. Para muchos de ellos —aunque nos cueste creerlo— los endeudamientos alcanzados les ha llevado al suicidio.

De la misma manera, otro de los mitos de los defensores de las semillas transgénicas, la menor utilización de plaguicidas, cae una vez y otra cuando se analizan los datos. En un magnífico estudio de Ch. Benbrook, (2003-BioTech InfoNet, Technical Paper nº 6) se evalúan los últimos ocho años de utilización de semillas transgénicas en Estados Unidos concluyendo que la cantidad de plaguicidas se ha multiplicado enormemente. Entre 1996-1998 y 2001-2003, el volumen de agrotóxicos aplicados sobre cultivos de maíz, soja y algodón transgénicos tolerantes a herbicidas aumentó 33 millones de kilogramos.

Por último para valorar las verdaderas razones de la aplicación de los transgénicos sólo es necesario analizar su uso actual. Según datos de Amigos de la Tierra el 90% de los cultivos transgenicos actuales tienen como destino la alimentación animal, (soja, maíz, colza) y el resto es algodón, el subproducto del cual, una vez obtenida la fibra, también va para alimentación animal. En definitiva se nos muestra con claridad la autentica razón de ser de los cultivos transgénicos y nada tiene que ver con el bienestar humano, con la lucha contra el hambre o la sostenibilidad ambiental. En realidad las semillas transgénicas, observadas con un gran angular, son el nuevo paso, la nueva mejora, la nueva versión del modelo de producción agrario intensivo e industrializado que se impuso con la revolución verde, y que tan negativamente está impactando, ambiental y socialmente, en los países empobrecidos del Sur.

La moratoria es un primer paso para acabar con esta tecnología que atenta contra la biodiversidad: una de las pocas «armas» de las que disponen las familias rurales para su supervivencia. Las mujeres campesinas estuvieron presentes en Curitibia, y ellas, guardianas de la biodiversidad nos lo cuentan.

Estoy mirando a mi tierra, estoy hablando a mis hermanas, estoy juntando las victorias de tantas luchadoras abanderadas. Somos mujeres conscientes de la verdad de la vida, que en momentos de dolor revolucionamos con nuestras almas. Ya no estamos más solas. Los pueblos se han unido, en defensa de los derechos para salvar la vida misma.

Somos mujeres guerreras de la biodiversidad. La Vía Campesina nos ha unido para luchar por la humanidad. Hoy hemos gritado en silencio, colocando una barrera para que no se apruebe el legado de hombres del poder que quieren hacernos daño. Hemos sido guardianas de las semillas de vida y seguiremos velando para que ella se conserve originaria de los pueblos alimentos del placer. Son ellas nuestro tesoro que defendemos donde estén.

En la reunión de Curitibia, el 22 de marzo de 2006, nos presentamos mostrando nuestros carteles que Terminador no es vida, que sólo es pesadilla para acabar la vida. Mis hermanas han dicho que «fue un triunfo» mientras otras comentaban que «la unidad de los pueblos nos permitirá vencer», «se socializó más la acción» dijeron algunas, «primera vez que participamos» dándonos cuenta que «las mujeres si somos poderosas y tenemos fuerza» porque fuimos pocas y realizamos una gran acción. Sentimos un «orgullo inmenso por defender la vida» y los símbolos fueron muy importantes: las mujeres, la luz, el mensaje y el silencio que nos decían que «cuando uno siente que se lucha por algo justo se profundiza la convicción». Teníamos «muchas dudas, incertidumbres y miedos» pero con la «las vivencias de movilización, organizada, conciente, permanente se vence el miedo» «nos levanta la autoestima porque somos capaces de defender nuestros derechos».

Hay que realizar acciones, «planificando, coordinando, compartiendo minimizando los costos» pensaba la compañera. «Fue una hermosa experiencia» «fue muy bueno y da más fuerza» y nos permite darnos cuenta que «las mujeres estamos jugando un rol preponderante en la lucha contra el sistema neoliberal de muerte».

Quedo claro que fue una acción de mujeres poderosas que lograron que esos hombres perdidos se «sintieran avergonzados y nos temieran» y «no fueron capaces de mirarnos a los ojos».

¡Fuimos, somos y seremos guardianas y curadoras de las semillas del conocimiento ancestral de los pueblos!

* Director de Veterinarios sin Fronteras.

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