David Llistar*

 

Decrecimiento y anticooperación, aunque focalizan aspectos distintos de nuestra realidad global contemporánea, parten de la necesidad imperiosa de parar una locomotora que se dirije a velocidad exponencial hacia un precipicio y que además lo hace atropellando a la población que no cabe dentro del tren porque no pudo comprar el billete. La anticooperación es un concepto nuevo y útil para los movimientos sociales que luchan por la justicia global. Pero ¿en qué consiste? ¿Qué tiene que ver con la noción de decrecimiento?

¿QUÉ ES LA ANTICOOPERACIÓN?

«Anticooperación» deriva de «cooperación al desarrollo», un concepto que el saber popular asocia a todas aquellas acciones del Norte que ayudan al Sur de un modo u otro. Sin entrar en si esto último es acertado o no, resulta intuitivo definir lo contrario, «anticooperación», como toda aquella acción, sea cual fuere, que se genere en el Norte y que interfiera negativamente en el Sur (indistintamente del canal y ámbito u origen y destino en los que se produzca).(1)

En realidad, la «anticooperación», como un hub, es un concepto que interconecta otros como el pago de deuda ilegítima, el impago de la deuda ecológica, el comercio injusto, la guerra o la venta de armas, la aculturalización, la erosión de la soberanía alimentaria, etc. Busca integrar bajo un solo nombre a todos los (aparentemente) muy diversos agravios de raíz externa sufridos por colectivos y sociedades empobrecidas. A fenómenos que habitualmente aparecen desconectados y a los que se les atribuye a menudo un origen interno. La anticooperación surge de preguntarse cómo y cuántas interferencias negativas reciben los pueblos del Sur Global por parte del Norte Global, cuál es la lógica que comparten tales interferencias, y cuánto del «vivir bien» y de la autodeterminación del Sur quedan determinados desde y por el Norte.

De modo que podremos hablar de anticooperación tecnoproductiva cuando se refiere a la que se produce a través de la concurrencia entre la tecnología y la distribución transnacional de la producción mundial; de anticooperación comercial cuando se transmita a través del comercio internacional; de anticooperación financiera cuando utilice mecanismos financieros; de anticooperación militar cuando se produzca mediante guerras, amenazas o venta de armas; a anticooperación ambiental cuando se distribuyan las cargas y los costes del metabolismo de las sociedades ricas sobre las empobrecidas; de anticooperación diplomática cuando se utilicen los resortes de la diplomacia exterior, incluidas las organizaciones internacionales; de anticooperación simbólica cuando se transmita vía inoculación cultural o ideológica, educativa o religiosa; de anticooperación migratoria cuando se restrinja selectivamente las migraciones; y finalmente, de anticooperación solidaria cuando se produzca a través de algunas prácticas de la «ayuda internacional».

¿POR QUÉ SE PRODUCE LA ANTICOOPERACIÓN?

Tomemos como ejemplo algunas interferencias transnacionales objetivamente negativas (pero aparentemente distintas), como (i) los apoyos financieros a la internacionalización de la empresa que pueden generar deuda externa ilegítima; (ii) la presión que generan los nuevos objetivos en el uso de agrocombustibles de EE UU y la Unión Europea sobre los campesinos que moran las tierras fértiles tropicales; (iii) el apoyo a un régimen autoritario por motivos geoestratégicos con la venta de armas y la consecuente represión —muerte incluida— de millones de civiles. Observamos que parten de decisiones políticas tomadas en el Norte Global claramente vinculadas con la necesidad de los actores del sistema capitalista de expandirse (crecimiento) y de autoconservarse (seguridad) en un ambiente hostil de alta competitividad. Es decir, son una suerte de efectos colaterales de decisiones y actitudes cuya lógica es perdurar y sobre todo, crecer material y energéticamente en una especie de competición, por encima de los derechos de terceros.

PARA «AYUDAR» AL SUR ES NECESARIO DECRECER (CREMATÍSTICAMENTE)

En realidad, si analizáramos todo aquello que puede calificarse de anticooperación descubriríamos que se produce justamente a consecuencia de esa lógica crematística, de esa cultura del crecimiento y competitividad en la que estamos sumergidos empresas privadas, Estados capitalistas y consumidores/trabajadores.

Existen también interferencias transnacionales negativas que no son fruto de la necesidad creciente de seguridad y crecimiento de los metabolismos de las sociedades ricas. Por ejemplo accidentes contaminantes que afectando a un país del Norte superan sus fronteras, pandemias que se difunden planetariamente, cracks en las bolsas, modas que se exportan através de internet… Fenómenos fortuitos, cuyo leif motif no ha sido el crecimiento sino otros como el azar, incluso la nueva complejidad asociada a la globalización y el cambio tecnológico. Por supuesto, la supuesta «accidentalidad» está caso por caso sujeta a discusión dado que hay accidentes que pueden considerarse como pasivos previsibles de una actividad crematística.

Sin embargo, la proporción de interferencias negativas que se dan fuera de la lógica del crecimiento y la seguridad resulta casi marginal. Por lo tanto, aquellos/as que opten por abolir los desequilibrios entre el Norte y el Sur, o aquellos/as que formen parte de los movimientos sociales por la justicia global, incluida la justicia ambiental, terminarán enfrentándose a los mecanismos y actores de la anticooperación. Una especie de red de redes por la abolición de la anticooperación. La pregunta siguiente es, pues, si esos mismos movimientos sociales deberán también formar parte del movimiento por el decrecimiento.

Debemos partir de una primera conclusión: la raíz de la anticooperación del Norte Global es el crecimiento económico con seguridad. Entonces y de forma simplificada, en un escenario de potencial decrecimiento como el propuesto por diversos autores, es de preveer que también decrezca el número y profundidad de interferencias negativas transnacionales. ¿Tender por ejemplo a economías de circuito corto en el Norte permitiría recuperar la soberanía alimentaria en el Sur o evitar una sobre-emisión de dióxido de carbono asociada al agronegocio? Probablemente sí. Dicho de otro modo, abolir la anticooperación nos conduce inevitablemente a luchar por un decrecimiento del Norte Global, y por lo tanto, a una reorganización radical de nuestro sistema económico mundial.

* Coordinador de l’Observatori del Deute en la Globalització (www.odg.cat) de la Càtedra UNESCO de Sostenibilitat de la Universitat Politècnica de Catalunya, y miembro del consejo de redacción de esta revista (david.llistar@odg.cat)

1 Ver D.Llistar. «Anticooperación: los problemas del Sur no se resuelven con más ayuda» . 2007 (en la red). o D.Llistar Anticooperación. (en prensa). Ed. Icaria. Barcelona. 2008.

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