Metabolismo social y deudas financieras impagables*

Joan Martínez Alier∗∗

 

El tema de la deuda es uno de los que más diferencian a los economistas ecológicos de los keynesianos. Los economistas ecológicos ven la economía como si estuviera compuesta de tres niveles.

Arriba está el ático y sobre-ático, una lujosa penthouse bien amueblada y con abrigadas alfombras, con salones de ruleta y baccarat, donde se anotan y negocian las deudas que durante un tiempo pueden crecer exponencialmente. El ronroneo de la sala de computadoras señala cómo las deudas se van multiplicando a interés compuesto. Pero no todos los deudores resultan ser solventes, algunos envían mensajes desde el piso inferior declarándose en quiebra. Entonces, de la azotea llena de antenas y con un helipuerto, de vez en cuando salta un suicida banquero acreedor. Los habitantes de este piso quieren mandar en todo el edificio, imponiendo la «Deudocracia».(1)

En medio, está un enorme piso con mucha gente atareada, que parece ser el principal ya que contiene la llamada economía productiva o economía real donde se producen y consumen bienes y servicios, una mezcla de gran fábrica de automóviles y de enseres domésticos, de solar en construcción y de ruidosos grandes almacenes en época de rebajas.

Por abajo está la economía «real-real», el sótano con la sala de máquinas, la entrada y el depósito del carbón y la sucia habitación de las basuras. Ese sótano proporciona energía al edificio y también sirve de sumidero, la porquería se filtra al acuífero. No importa, dicen, eso se soluciona añadiendo otro departamento a la economía productiva del primer piso: el de depuración de agua.

Antes de la crisis del 2008-2009 no solo las finanzas se habían desbocado tirando de la economía productiva en direcciones equivocadas, inútiles, imposibles (en España, más de un millón de nuevas viviendas endeudadas y sin comprador, e infraestructuras excesivas), sino que los sectores productivos se olvidaron de las máquinas del sótano hasta que el aumento brutal de precios de materias primeras y del petróleo en la primera mitad del 2008 les despertó de su sueño metafísico. Pero es que además incluso esos altos precios del petróleo no señalan lo bastante la escasez y costos de largo plazo. El cuarto de las basuras se va llenando también.

Frederick Soddy tenía el premio Nobel de Química del año 1921 y era catedrático en Oxford. Le dio por escribir de economía, distinguiendo entre la riqueza «virtual» de las deudas y la riqueza real proporcionada por la energía de los combustibles fósiles. Herman Daly lo cita y coincide con él frecuentemente (por ejemplo, al proponer que el sistema bancario sea obligado a un coeficiente de caja del 100 por ciento) al igual que otros economistas ecológicos. Resulta fácil, escribió Soddy, que el sistema financiero haga crecer las deudas (tanto del sector privado como del sector público), y es fácil sostener que esa expansión del crédito, esa riqueza virtual, equivale a la creación de riqueza verdadera. Sin embargo, en el sistema económico industrial, el crecimiento de la producción y del consumo implica a la vez el crecimiento de la extracción y destrucción final de los combustibles fósiles. Esa energía se disipa, no puede ser reciclada. En cambio, la riqueza verdadera sería la que viene de la energía del sol (que también se disipa, pero cuyo flujo durará muchísimo tiempo). La contabilidad económica es por tanto falsa porque confunde el agotamiento de recursos y el aumento de entropía con la creación de riqueza.

La obligación de pagar deudas a interés compuesto se podía cumplir apretando a los deudores durante un tiempo, o mediante la inflación que disminuye el valor del dinero. Una tercera vía era el crecimiento económico que, no obstante, está falsamente medido porque se basa en recursos agotables infravalorados y en una contaminación sin costo económico. Esa era la doctrina de Soddy, ciertamente aplicable a la situación actual.

Al llegar la crisis económica en el 2008, el precio del petróleo cayó a partir de julio pero se recuperó en parte, porque estamos llegando al pico de extracción, por la acción de la OPEP, y por la demanda en los países como China, India, Brasil, Indonesia, cuya economía crece. Al alcanzar nuevas fronteras en los territorios de extracción, la bajada de la curva de Hubbert será terrible política y ambientalmente. Hay ya grandes conflictos desde hace años en el Delta del Níger y en la Amazonía de Ecuador y Perú contra compañías como la Shell, la Chevron, la Repsol, la Oxy, sin que estas quieran pagar sus pasivos ambientales y sociales. También hay conflictos con la extracción y transporte del petróleo de las arenas bituminosas de Alberta en Canadá.

Ante la escasez de energía barata para impulsar el crecimiento, ante el aumento del costo energético de conseguir energía (o descenso del EROI), hay quien quiere recurrir masivamente a otras fuentes de energía como la nuclear y los agro-combustibles, pero eso aumenta los problemas ambientales, sociales y políticos. Tras el accidente de Fukushima de 2011 (que tras Three Mile Island en 1979 y Chernobyl en 1986 ha elevado de dos a cinco los casos de pérdida de refrigeración del reactor que daña su núcleo), la energía nuclear tiene menos partidarios y además subsisten los problemas de la proliferación militar y del control de los residuos. Por suerte, la energía eólica y fotovoltaica está aumentando, y muchísimo más deberá aumentar simplemente para compensar el descenso de la oferta de petróleo en las próximas décadas. El gas natural también crece y llegará a su pico de extracción en un tiempo que no sabemos cuál es aun, tal vez 40 años. La oferta de gas de esquisto crece pero tropieza con protestas ambientales locales. Los depósitos de carbón mineral son muy grandes (la extracción de carbón ya creció siete veces en el siglo XX) pero el carbón produce localmente daños ambientales y sociales, y también es dañino globalmente por las emisiones de dióxido de carbono. Hay problemas en la sala de máquinas y en el depósito de las basuras.

Los economistas ecológicos (aunque menos distantes de los keynesianos que de los fundamentalistas del mercado) estamos contra el crecimiento de las Deudas porque somos escépticos respecto del crecimiento económico. Tim Jackson, en Prosperity without Growth (2009), reitera los llamados a la «prudencia financiera» no solo por los riesgos de impago (default, conocidos en la historia económica y política de Alemania y otros países europeos desde la España de Felipe II y también en América latina desde la Independencia hasta hace muy pocos años) sino porque las Deudas fuerzan al crecimiento económico y éste debe ser evitado por razones ecológicas e incluso por razones sociales en los países ricos.

Las razones ecológicas para parar el crecimiento son diversas. Por un lado, el crecimiento va junto con el aumento de la HANPP (apropiación humana de la producción primaria neta de biomasa) a causa del aumento de alimentos para el ganado, agro-combustibles, monocultivos de árboles para madera y pasta de papel, deforestación. Un aumento de la HANPP va en detrimento de la biodiversidad, al dejar menos biomasa a disposición de otras especies. Perjudica también a los propios humanos: la deforestación hace perder servicios ambientales de retención y evaporación de agua, captura de carbono y otros, que son gratuitos pero muy útiles a la humanidad.

En segundo lugar, hay un aumento de las emisiones de gases con efecto invernadero que en su mayor parte provienen de la quema de combustibles fósiles. El nivel actual de emisiones es ya excesivo, más del doble del que sería preciso para estabilizar la concentración de CO2 en la atmósfera en 450 ppm (que supone ya un gran aumento respecto del nivel pre-industrial, de 300 ppm). Y esas emisiones aumentan otra vez tras un breve estancamiento en 2008-09. Al hacer los cálculos, escribe Jackson, comprobamos que si las tendencias de aumento de la economía y de la población que había hasta el 2007 continuaran, entonces para lograr que la concentración de CO2 en la atmósfera no exceda de 450 ppm en 2050, la «intensidad de carbono» (el cociente entre emisiones de CO2 y PIB) debería disminuir en las economías ricas más de cien veces. Eso parece imposible. Además hay que tener en cuenta el efecto Jevons o efecto rebote: los aumentos de eficiencia en el uso de energía y de materiales, al abaratar sus costes, pueden provocar más gastos de energía y materiales en una economía que permita y estimule el crecimiento. Hay que revertir pues la tendencia del crecimiento económico en los países ricos. Eso ya está ocurriendo desde hace 20 años en Japón y ahora, por la crisis, en Estados Unidos y en Europa, pero no por una decisión colectiva deliberada a la que se unan políticas sociales adecuadas. Y hay que esperar que la demografía mundial alcance su pico en unos 8500 millones de personas hacia el 2050.

LA AMENAZA DEL DESEMPLEO: EL SECTOR «CENICIENTA»

Los argumentos ecológicos a favor de una economía sin crecimiento en los países ricos son poderosos. También tiene fuerza, en el texto de Jackson, la discusión sobre temas como el bienestar, la felicidad, la prosperidad y las capacidades para el florecimiento de las personas (flourishing, una palabra de significado no muy preciso que puede traducirse por desarrollo del potencial individual y social, la auto-realización, el épanouissement). Este «florecimiento» no se consigue mediante el consumo compulsivo de bienes posicionales, que son aquellos bienes (en la definición de Fred Hirsch, en su libro Límites sociales al crecimiento de 1978) cuyo consumo, al convertirse en algo masivo, reportan satisfacción marginal decreciente.

Frenar el crecimiento económico en los países ricos no solamente es sensato ecológicamente y económicamente plausible sino que es necesario para la reevaluación social de los bienes comunes, por encima de las adquisiciones individuales. Jackson insiste que la evolución biológica incluyendo la de los humanos ha ganado más de la cooperación (como Kropotkin ya argumentaba) que de la competencia.

A los argumentos de la psicología social podrían añadirse argumentos de la antropología económica, la crítica al avance (estudiado por Karl Polanyi) de la crematística sobre la oikonomia y a la invasión del sistema de mercado generalizado. Hay que recordar las críticas de Arturo Escobar, Gustavo Esteva, Wolfgang Sachs, Shiv Visvanathan, Stephen Marglin, Ashish Nandy desde hace treinta años contra el desarrollo uniformizador(2) que tanto apoyo han dado a los «decrecentistas» europeos como Serge Latouche y que tanto han influido a la postre para que algunas nuevas Constituciones latinoamericanas (de Ecuador, de Bolivia) sustituyan el desarrollo uniformizador por el sumak kawsay, el Buen Vivir, como objetivo a alcanzar.

Jackson no se dirige a los indígenas, a las eco-feministas, al movimiento global de justicia ambiental. Enfoca su libro hacia los estudiantes de macroeconomía (si quieren aprender los fundamentos de una teoría macroeconómica ecológica) y a quienes formulan en Europa, en Japón, en Estados Unidos las políticas públicas. Esa apariencia de consejero práctico de los «policy makers» oculta propuestas muy radicales, y eso recuerda la carta de Sicco Mansholt de 1972 (ver apartado de referentes ambientales). A saber, la economía puede ser dirigida en un sendero de estabilidad que excluya el crecimiento al tiempo que se evita el colapso de la inversión, que se deja de acumular deudas (aunque no hay un llamado explícito al default parcial), y que se evita también el aumento del desempleo.

En la macroeconomía ecológica sin crecimiento la tendencia al aumento de la productividad laboral (que suele implicar más energía y materiales y más producción de residuos) no es deseable porque causa desempleo. Si no hay crecimiento, el desempleo aumentará por la tendencia al crecimiento de la productividad laboral debido a los cambios tecnológicos y a la apetencia por la ganancia de los capitalistas que emplean a asalariados, además de las fuerzas que llegan del comercio internacional. Que hay que aumentar la productividad laboral, es un evangelio de las economías capitalistas.

Mientras que André Gorz sorprendió a sus lectores socialistas cuando pronunció en 1980 su adieu au proletariat (no en la China ni en la India pero sí en Europa occidental), a Jackson, que es un inglés más pragmático, le preocupa social y psicológicamente «el estigma del desempleo». Por tanto hay que dar apoyo en la política económica a un gran sector graciosamente llamado «de la Cenicienta», quien hacía útiles trabajos poco remunerados, y que yo llamaría recordando a William Morris el sector de «Noticias de ninguna parte» de artesanos felices y auto-realizados y de horticultores urbanos. La propuesta parece ingenua pero está bien argumentada. Hace falta un sector donde la productividad laboral, medida en términos económicos, sea baja y además no crezca, para evitar que aumente el desempleo. Será un sector que concentre muchas inversiones de restauración ecológica pero también de producción de otros bienes y de servicios. Una virtud del sector Cenicienta es precisamente una baja productividad laboral y la capacidad de dar empleo masivo. En términos latino-americanos, un sector informal que produzca útiles bienes y servicios, un sector informal respetado, legalizado, apoyado por las políticas públicas, con algunas tecnologías nuevas.

Muchos trabajos útiles para las familias y la sociedad no están remunerados y podrían estarlo fuera del sector capitalista. Los pensionistas cobran sin ya más trabajar en el sector asalariado. Hay otras políticas para hacer frente al desempleo, desvinculando el ingreso del trabajo salariado todavía más de lo que está ahora. Se podría dar una «renta básica de ciudadanía» a los jóvenes mayores de 16 o 18 años, una propuesta ya antigua que ha sido adoptada por el movimiento del decrecimiento en Europa. Jackson la menciona solamente de pasada, precisamente porque le duele que estar desempleado perjudique el standing social de quienes quieren trabajar en el sector asalariado. Jackson discute con mayor atención las propuestas de reparto de trabajo y reducción de horarios, manifestándose a favor pero con algo de escepticismo respecto a su potencial para absorber el desempleo causado por la falta de crecimiento económico. Su apuesta principal es el sector Cenicienta y el aumento de inversiones sociales y ecológicas (energías renovables, restauración ecológica, rehabilitación de viviendas) financiadas por el estado ya que esas inversiones casi nunca van a dar un rendimiento financiero que las haga atractivas para el sector capitalista. El porcentaje de ahorro en la economía (y el porcentaje de impuestos) deberá pues aumentar, al tiempo que aumenta el papel del sector público. ¿Significa esto un retroceso del «capitalismo»? El consejo de Jackson es, no se exciten con meras palabras. Digan como el señor Spock (en Star Trek): «Tal vez será todavía un sistema capitalista pero no como lo hemos conocido».

* Este texto es un extracto del texto «Macroeconomía ecológica, metabolismo social y justicia ambiental» publicado por Joan Martínez en el marco del Programa Universitario de Medio Ambiente, UNAM, México, 1 septiembre 2011.

** ICTA, Universitat Autònoma de Barcelona (Joan.Martinez.Alier@ uab.cat).

1 Debtocracy – Χρεοκρατια – Deudocracia es un documental realizado por los periodistas griegos Katerina Kitidi y Ari Hatzistefanou, 2011. ′ EP42.indd 20 10/01/2012, 8:52 ecología política 21OPINIÓN

2 Varias de ellas recogidas en W. Sachs (ed.), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, PRATEC, Lima, 1996 (primera edición en inglés en 1992), con aportaciones también de Ivan Illich, Majid Rahnema, Serge Latouche, Vandana Shiva…

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