Joan Martínez Alier

 

Investigador en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Medardo Ávila Vázquez se dio a conocer por sus trabajos sobre los impactos del glifosato en la salud humana en la localidad de Monte Maíz[1]. Sufrió intentos de represalias en su propia universidad. Es uno de los fundadores de la recientemente constituida Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina[2]. Tal como explica en la entrevista que concede Joan Martínez Alier, ha viajado y viaja a Europa y a China para alertar a los consumidores de soja importada de Argentina, al tiempo que da apoyo científico a los “pueblos fumigados” que sufren los impactos del glifosato en su salud. Continúa, como otros, en el camino trazado por el investigador Andrés Carrasco (1946-2014) [3].

JMA: En la lucha contra el glifosato en Argentina, ¿qué importancia das a la actuación de Andrés Carrasco como científico? ¿Podemos comparar su influencia con la de activistas como las Madres de Ituzangó y, por ejemplo, con el Premio Goldman recibido por una de ellas, Sofía Gatica?

MA: En nuestra experiencia pudimos observar como las luchas, los reclamos de vecinos comunes y silvestres que se manifestaban contra el agronegocio, dieron un salto de calidad cuando pudieron sumar fuerzas procedentes de la comunidad académica. Desde ese momento sus reclamos tenían mayor racionalidad y cuestionaban con fundamentos contra la “verdad” impuesta por el marketing de Monsanto: el glifosato y demás agroquímicos no son tóxicos, a tal punto que uno se puede beber un vaso lleno de Round Up y no le pasa nada. En nuestro país se da el fenómeno que rápidamente las luchas ambientales cuentan con datos técnicos que aportan nuestros compañeros científicos, que desnudan las falacias del capitalismo. Hoy lo “científico”, lo racional, lo explicado, tiene un papel legitimador similar al de la Iglesia en otros tiempos.

Esto, en el plano público. En nuestro campo específico, los académicos y científicos tenemos una lucha propia, cuerpo a cuerpo, con el capitalismo académico, y rápidamente esa disputa en el campo “público”, junto a las “Madres de Ituzaingó” por ejemplo, se convierte en una disputa científica por la validez o no de nuestras investigaciones tratando de acallarnos y nosotros tratando de revelar cómo subordinan la ciencia al negocio capitalista renunciando a toda valoración ética.

Además, de pronto hay miles de Barrios Ituzaingó o Monte Maíz, y los científicos y académicos concurrimos a investigar y a explicar y a aportar respuestas técnicas a la población. En ese sentido, parece como si Carrasco fuera más importante que, digamos, las Madres, pero sin uno no podría haber el otro; y es más: nuestro objeto de estudio, el problema científico para nosotros (y para Andrés, claro), son los pueblos, la gente, los niños y mujeres afectados por el agronegocio. Sin Andrés (y/o sus compañeros) nunca hubiéramos comprendido como el glifosato produjo los niños malformados de Barrio Ituzaingó… Es una alianza que está en la esencia de los científicos comprometidos con su sociedad y la naturaleza.

JMA: Pero ¿por qué en Brasil no hay un movimiento parecido, si también hay soja transgénica y se le echa glifosato?

M.A: El agronegocio impacta en todo el mundo con sus agrotóxicos y semillas transgénicas. En cada lugar, en cada país, los pueblos desconfían, protestan, reclaman y toman acciones en la comprensión que nos están perjudicando a todos; mas allá de las diferencias de clase, raza o país, todos saben que hay perjuicio y que los únicos beneficiados son las empresas del complejo alimentario mundial. En Europa, la protesta pasa por reclamar el etiquetado de los productos y que el que acceda al mercado pueda elegir comprar o no transgénicos. En México, la lucha pasa por la defensa de la semilla, amenazada por Monsanto y sus primos; el maíz es la base del sustento diario de millones de mexicanos. En Brasil, el agronegocio se apodera de la tierra cultivable desmontando el Amazonas y relegando nuevamente a los reclamos del Movimiento de Campesinos Sin Tierra; acá la lucha pasa por el acceso a la tierra pretendida por empresas y “pooles” de siembra que no permiten que los gobiernos del PT la comparta con los campesinos desposeídos, y, a pesar de tener exposición masiva a agrotóxicos con impacto ambiental y con fuerte impacto a la salud colectiva, es más fuerte el reclamo de la tierra que el de la salud dañada por la agricultura tóxica.

Nosotros, en Argentina, casi no tenemos un movimiento de campesinos sin tierra; los hay y luchan por sus derechos, pero no es fuerte, ni masivo. El maíz dejo de ser la base de nuestra alimentación cuando adquirimos costumbres europeas por la masiva inmigración de principios del siglo XX. Y como consumidores no tenemos la educación de los europeos o canadienses. (www.jonesaroundtheworld.com) Pero sí tenemos una práctica de defensa de los derechos humanos. Cuando observo como en pequeños pueblos, como Malvinas Argentinas, donde no hay desarrollo político, donde culturalmente tampoco hay un trabajo sostenido, pero aun así ese pueblo, como muchos otros, se pone de pie y le dice “no” a Monsanto, que no quiere una planta tóxica al lado de la escuela del pueblo, que sí necesita trabajo, porque es el pueblo más pobre de la provincia de Córdoba, pero que no acepta trabajo a cambio de contaminación; allí veo a las Madres de Plaza de Mayo reclamando por sus hijos desaparecidos por la dictadura. Nosotros perdimos en manos de la dictadura a lo mejor de varias de generaciones y aprendimos a luchar por nuestros derechos humanos, por la vida, la salud, el ambiente sano, y esto quedó grabado en nuestro “inconsciente colectivo” y se trasuda en toda esta lucha ecológica también.

JMA. ¿Crees que los importadores y consumidores de soja en Europa, en China, saben lo que ocurre? ¿Les importa?

MA: Existen distintos intereses. Por un lado, los importadores son empresas multinacionales vinculadas al negocio del comercio exterior, el comercio internacional; sobre todo el de gran escala está concentrado en un pequeño grupo de grandes empresas que tienen vínculos estrechos con las empresas que producen las semillas y los agrotóxicos. Vinculados a estos, existen funcionarios de las aéreas de comercio exterior de los gobiernos muy cercanos a estos intereses.

Por otro lado están los consumidores que desconfían de que los granos transgénicos sean seguros. Por ahora, creyendo que el peligro de estos alimentos estaba más establecido en su carácter de transgenie (que es real), pero en realidad lo que más los hace peligrosos es el residuo de pesticidas que contienen.

En Europa, en países como Dinamarca y Holanda han debatido la inseguridad de estos granos por el alto contenido de glifosato, y productores de cerdos reconocen que alimentar sus chanchas de reproducción con alimentos balaceados producidos con maíz y soja transgénica genera un alto índice de pérdidas de lechoncitos por abortos espontáneos y malformaciones y buscan proveerse de granos cultivados de forma orgánica que valen un 10% más caros y buscan que el estado les subsidie la diferencia de costos.

En China, el problema es mayor porque desde hace varios años viene importando anualmente de 50 a 70 millones de toneladas de soja transgénica tolerante al glifosato contaminada con residuos de glifosato, para la obtención de harinas de soja. La harina de soja se procesa parcialmente para uso en la alimentación animal, y por otra parte se obtienen proteínas de soja, en forma de polvo, para añadirla a las salchichas, al jamón, alimentos congelados, leche de soja, galletas, pasteles, pan e incluso a las harinas de trigo y a las leches infantiles en polvo. Han sido analizados los ingredientes con soja transgénica, y se ha podido comprobar la presencia de residuos de glifosato en la salsa de soja, en la pasta de soja, en el tofu, etcétera, productos todos ellos muy consumidos por los chinos. Los científicos de la Academia de Ciencias del Ejército Popular Chino calculan que la carga de glifosato que se incorpora a la dieta de los chinos llega a 1.000 miligramos de glifosato por año e identifican algunos problemas de salud emergentes en estos años con la contaminación con glifosato.

JMA: ¿Estás en contacto en la Unión Europea con los organismos que tienen jurisdicción sobre la prohibición del glifosato? ¿A ellos les influye lo que la OMS decidió? ¿Qué ha dicho la OMS exactamente?

MA: La Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la OMS (IARC), en base a la revisión de información científica, reconoce que hay pruebas de la cancerogenicidad del glifosato, es decir que es probable que produzca cáncer, y lo ubica en la segunda categoría de peligrosidad sobre cinco. La IARC reconoce que hay pruebas de que poblaciones expuestas a glifosato presentan más cáncer, aunque con evidencias no concluyentes; las concluyentes son casi imposible de lograr porque las exposiciones ambientales presentan múltiples exposiciones de forma simultánea y porque, cuando fumigan con glifosato, generalmente utilizan otros agrotóxicos mezclados con este. Y el IARC reconoce que en ensayos de laboratorio el glifosato genera cambios moleculares y celulares que son la base fisiopatológica de la generación de células cancerígenas. Esta determinación de la OMS es muy importante.

Muchos países del mundo, casi todos, incluso China, no miden el contenido de glifosato de sus embarques de soja o maíz transgénicos. Si no lo hacían era porque la clasificación del glifosato (influenciada en los estudios fraudulentos de Monsanto) determinaba que no era ni canceroso ni tóxico en otros aspectos. De esta manera recibían e incorporaban a sus alimentos humanos o para cría de ganado para consumo humano, entre 90 y 116 miligramos de glifosato por cada kilo de poroto de soja. El límite máximo de residuo (LMR) permitido para glifosato es de 20 miligramos por kilo de soja en poroto. En julio de 2014, se realizó un Foro de Seguridad Alimentaria en Pekín, y nuestra propuesta, nuestro pedido, fue que las autoridades chinas empiecen a medir el glifosato que incorporan en la soja y que devuelvan los embarques que excedan el LMR establecido como seguro para la salud. El modelo de agricultura tóxica que predomina en EE.UU., Brasil y Argentina genera que año a año aumente la cantidad (la dosis) de glifosato y demás agrotóxicos que usan los productores, porque la naturaleza se adapta a la agresión química y sus venenos pierden eficacia.

En la UE, este año 2015 se discute la renovación de la autorización para el uso de glifosato. En Europa, el glifosato se usa como “desecante”, que significa que con glifosato matan el cultivo antes de que muera naturalmente, para disminuir de esta manera el tiempo que tienen que esperar para cosecharlo… Pero esto genera que queden residuos muy elevados de glifosato que superan varias veces el LMR permitido en cada cultivo (trigo, cebada, arroz, etc.) y que ese glifosato aparezca en los alimentos y, luego, en la orina de los estudiantes de la Universidad de Berlín, como recientemente publicó la doctora Kruger.

Las organizaciones ecologistas de Europa están invitándonos a participar en el debate europeo para aportar nuestra experiencia sobre el impacto en la salud rural expuesta a glifosato. Argentina es el país de mayor consumo del mundo de glifosato por habitante y año; acá utilizamos 5 litros de glifosato por año por argentino y venimos registrando un notable aumento de las prevalencias, incidencias y letalidad del cáncer en estas poblaciones desde hace ya diez años.

[1]. “Durmiendo con el pesticida”, 27-3-2015, http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-269076-2015-03-27.html.

[2]. http://uccsnal.org/.

[3]. Véase “Andrés Carrasco, científico y militante: gracias”, 10-5-2014, http://www.lavaca.org/notas/andres-carrasco-cientifico-y-militante-gracias/.

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