Conflicts of interest. My journey through India’s green movement

Sunita Narain

Crítica del libro: Joan Martínez Alier*

  • Año: 2017
  • Ciudad: Gurgaon
  • Editorial: Viking
  • Páginas: 240

 

Palabras clave: Sunita Narain, Anil Agarwal, Centre for Science and Environment

 

Sunita Narain nació en 1961 y ha trabajado en el Centre for Science and Environment (CSE) desde 1982 como activista y periodista, y desde 2002 como directora de ese centro, que publica libros, informes y la revista Down to Earth, y conserva un archivo histórico de conflictos ambientales en la India. Es un centro de conocimiento y también de activismo exitoso. Sunita Narain se dio a conocer como coautora y coeditora con Anil Agarwal de la publicación The state of India’s environment 1984-85: a second citizens’ report (CSE, Nueva Delhi, 1985), cuyo título y contenido eran típicos del CSE. Ese informe se basaba en la cooperación con científicos locales a lo largo y ancho de la India y también en el conocimiento de expertos locales, que muchas veces sabían más sobre recolección de agua y cuidados de los bosques que los especialistas licenciados y doctorados.

 

Imagen 1. Sunita Narain, autora del libro. Fuente: http://www.2014.eebconference.eu.

Sunita Narain no había cumplido los treinta años cuando alcanzó fama global, antes del gran Congreso de Naciones Unidades en Río de Janeiro de 1992, al publicar con Anil Agarwal el folleto llamado Global warming in an unequal world: a case of environmental colonialism. Allí calcularon las cifras de emisiones de dióxido de carbono per cápita y demostraron un hecho evidente: si las emisiones per cápita de los países empobrecidos fueran la norma universal (histórica y actualmente), no habría un aumento del efecto invernadero natural. Los océanos y la nueva fotosíntesis bastarían para absorber las emisiones causadas por los seres humanos. La creciente concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (unas 300 ppm en 1900, 360 ppm en 1992, más de 400 ppm hoy en día) se debe a las emisiones “de lujo” de los ricos y no a las emisiones “de supervivencia” de los pobres. Es notable que, veinticinco años después de ese llamado estruendoso a la justicia climática, el acuerdo en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) de París de 2015 haya excluido expresamente la noción de “deuda climática”; en caso contrario, los Gobiernos de los países ricos no habrían firmado el acuerdo. Ellos rechazan la existencia de ese pasivo ambiental.

En París, esa negación de justicia logró incluso la aquiescencia del Gobierno de la India y de todos los otros países, tras forzar a la sumisión a los representantes de países como Bolivia (con el valiente embajador Pablo Solón) y otros, que habían presentado sus reclamos en las anteriores COP de Copenhague y Cancún. En algunos casos el acuerdo requirió sobornos. Durante muchos años el embajador Todd Stern de Estados Unidos, que conocía bien la realidad del cambio climático, fue portavoz elocuente de los países ricos contra el reconocimiento de la “deuda climática”. Continúa, sin embargo, el debate sobre el tema (Warlenius, 2015 y 2017), y otras voces señalan esa indudable deuda ecológica, como los párrafos 51 y 52 de la Encíclica Laudato si’ de 2015. Laudato si’ tiene su propio sistema de reconocer los antecedentes intelectuales, y no cita la famosa contribución de Agarwal y Narain de 1991 publicada por el CSE en Delhi.

El libro de Sunita Narain Conflicts of interest (dedicado a su madre y a Anil Agarwal, 1947-2002, fundador del CSE, “quien nos enseñó el arte y la ciencia ambiental”) no empieza con esa intervención en el movimiento global de justicia climática, que solo aparece en el capítulo 4, al abordar la historia de las COP de cambio climático hasta la actualidad. El libro comienza con un tema más local: la contaminación causada por el tráfico rodado en Delhi a mitad de la década de 1990. La narrativa combina la ciencia y el ambientalismo, y también una cierta fe en las políticas públicas y el Poder Judicial con la denuncia vociferante de un periodismo de vanguardia. El primer capítulo recuerda el éxito logrado al sustituir el diésel por gas natural comprimido (GNC) en Delhi. Se ganó al imponer judicialmente el GNC, pero la cantidad creciente de vehículos en la región de Delhi y en otras zonas metropolitanas de la India anuló esa victoria contra la contaminación del aire y su séquito de muertes. Esas son muertes lentas, distintas a la catástrofe de Bhopal de 1984, por ejemplo, un súbito asesinato en masa. No es tampoco como la persistente represión policial contra el ecologismo de los pobres y los adivasis, que causa muchas muertes de defensores ambientales. Se trata de un continuo goteo de muertes lentas por la contaminación con PM 2,5 (materia atmosférica particulada de diámetro menor a 2,5 micrometros). En otras zonas de la India sucede algo parecido con el polvo de la minería y el transporte y la combustión de carbón. En ocasiones hay accidentes mineros masivos, pero también muertes cotidianas por enfermedades respiratorias, como pneumoconiosis. “Muerte lenta” fue un concepto introducido por el CSE.

En la misma línea de descubrir verdades incómodas para la industria, los dos capítulos siguientes tratan del uso del endosulfán en Kerala y de la cuestión de los residuos de pesticidas en las bebidas fabricadas por las poderosas compañías internacionales Coca-Cola y Pepsi-Cola. El CSE tuvo que afrontar pleitos estratégicos contra la participación pública (SLAPP, por sus siglas en inglés) en ambos casos, iniciados por las empresas contra la participación pública, y los superó.

El rociado de endosulfán lo llevaba a cabo la empresa estatal Plantation Corporation de Kerala, que cultivaba y cosechaba anacardos (castañas de cajú) en el distrito de Kasaragod. En el año 2000, un médico local (Y. S. Mohana Kumar) del pueblo de Padre advirtió sobre muchos casos de parálisis cerebral y deformidades. Por entonces, el CSE ya contaba con un laboratorio para casos de contaminación y, con su fe habitual en la combinación de conocimiento local y ciencia “occidental”, algunos de sus miembros tomaron muestras del suelo, de los alimentos y del agua, y los analizaron en Delhi. Enfrentaron su trabajo de investigación a otros aportados por la empresa y el Estado, y derrotaron la conspiración de la ciencia del establishment para negar los hechos. En 2005 el Gobierno de Kerala prohibió el endosulfán (como ya se había hecho en muchos otros lugares del mundo) y en 2011 la Corte Suprema lo prohibió en toda la India. Las víctimas que sobrevivieron obtuvieron cierta compensación monetaria en 2017, pero el daño sufrido por otros seres humanos y de otras especies no tiene remedio monetario. Aunque Sunita Narain no lo diga, seguramente, para conseguir establecer la responsabilidad empresarial y administrativa, la vía penal habría sido más efectiva que la demanda de daños y perjuicios por vía civil.

En 2003, las “guerras de las Colas” descritas en el tercer capítulo llevaron a Sunita Narain a nuevos terrenos de la política, una Comisión Parlamentaria presidida por el veterano político Sharad Pawar. Esos conflictos tenían aspectos internacionales, con lobbistas que volaban entre Washington y la India. El laboratorio del CSE había hallado algunos residuos de pesticidas en el agua embotellada y también las botellas de Coca-Cola y Pepsi. Escribe Sunita Narain:

A eso le siguió un gran espectáculo publicitario. Las estrellas de cine Shah Rukh Khan y Amir Khan salieron a la escena pública con blancas batas de laboratorio para asegurar que estábamos equivocados y con gesto serio afirmaron (en la pantalla) que las bebidas eran totalmente seguras.

El CSE ganó el caso en el sentido de que las Cortes determinaron que en la India no había todavía estándares obligatorios sobre la presencia de pesticidas en esas bebidas, y que debería calcularse la cantidad máxima legalmente aceptable de residuos de pesticida (MRL, por sus siglas en inglés) y la ingestión diaria aceptable (ADI, por sus siglas en inglés) de cada pesticida. La industria de las bebidas argumentó que en la India las manzanas y otros alimentos tenían residuos. El CSE replicó que alimentarse era una necesidad de todos, pero beber Coca-Cola y Pepsi no era indispensable desde el punto de vista nutricional.

Para entonces, el CSE había acumulado muchos conocimientos sobre pesticidas, y sus miembros viajaron a Punjab en 2005 para estudiar el devastador impacto de los pesticidas agrícolas. Algunos pacientes de cáncer de Punjab viajaban en tren al hospital de Bikaner, llamado el “tren del cáncer”. No había reglas sobre la aplicación de pesticidas. Se dijo que el CSE se fijaba en la Coca-Cola y la Pepsi-Cola en búsqueda de notoriedad por ser estas firmas extranjeras, y que se olvidaba de lo que ocurría a nivel local, como en Punjab. Sin embargo, la Comisión Parlamentaria elogió la conducta del CSE “al denunciar públicamente ante la nación un tema importante para la seguridad alimentaria, la formulación de políticas y reglas para la salud humana y ambiental”. Hubo todavía otras escaramuzas, pero la reputación y la solidez financiera del CSE no fueron perjudicadas por los SLAPP. “En 2011, las colas regresaron a nuestras vidas”, señala Sunita Narain; esta vez a causa de la preocupación por la obesidad y la diabetes causadas por bebidas azucaradas.

En el capítulo 5 (“Tigres y/o gente”) el paisaje cambia totalmente; se centra en la naturaleza silvestre y deja de lado las zonas urbanas, la industria y la salud humana. En 2005 la merecida fama lograda por el CSE llevó a Sunita Narain (a petición del primer ministro Manmohan Singh) a la presidencia de un comité especial, una Tiger Task Force. Aquí se dio un difícil encuentro muy instructivo entre representantes del “culto a la naturaleza silvestre” y quienes creían en el “ambientalismo de los pobres”, como el propio CSE desde los primeros informes de Anil Agarwal sobre el movimiento Chipko a mitad de la década de 1970. No podía negarse que las poblaciones tribales habían coexistido con poblaciones de tigres durante muchísimo tiempo, pero el crecimiento de la población y la deforestación implicaban más muertos (de ambos lados). La pregunta inicial para la Tiger Task Force en 2005 fue por qué habían desaparecido los tigres de la reserva Sariska, un santuario para tigres en Rayastán. Como ocurre en otros países, en la India se dan el desplazamiento y la relocalización de poblaciones locales, la militarización de la conservación de la naturaleza, las medidas para evitar la caza furtiva y la venta de partes de animales para mercados exteriores. Esto sucede, por ejemplo, con los rinocerontes de Kaziranga en Assam. Pero los tigres son especiales en la India en términos simbólicos y por su realidad numérica: solo quedan algo más de dos mil tigres de vida silvestre, cuando hace cien años había unos cien mil. Sunita Narain pudo aprovechar en su tarea la experiencia del ecólogo Madhav Gadgil, y finalmente presentó el informe Joining the dots. En él se mejoraba el arte o ciencia de contar tigres; se discutía la coexistencia entre humanos, su ganado y la población de tigres, y se encaraba el tema de cómo repartir las ganancias del turismo más allá de la triste realidad de la reserva de Sariska. No solamente podía haber ingresos del turismo a compartir, sino otras actividades económicas, como las pesquerías en la pequeña isla de Jambudwip en el delta en Bengala Occidental, compatibles con la conservación de los tigres. El turismo, sin embargo, traía consigo un peligro que Sunita Narain llamó la zooficación de los tigres.

Ese mismo capítulo 5 contiene también una competente discusión sobre la política forestal. Sunita Narain ciertamente es ecologista, pero no la entusiasman la cocina de leña y otras formas de biomasa, incluso aunque las cocinas o chulhas se mejoren. Por el momento, desea que el gas butano esté disponible en todas partes y sea barato para las familias pobres.

Con respecto a los bosques, durante un tiempo el CSE apoyó los cálculos de valor presente neto (en términos económicos) introducidos por el Comité Kanchan Chopra por mandato de la Corte Suprema. Los bosques encierran muchos valores distintos y prestan muchos servicios a los seres humanos y a la naturaleza. El cálculo económico y el pago obligatorio por su pérdida podrían tener una influencia positiva. Sin embargo, por entonces me sorprendió el entusiasmo por el valor presente neto de los bosques en las páginas de Down to Earth. Más tarde ha cundido un cierto escepticismo acerca de los efectos de una valoración económica de la deforestación: cómo hay que calcularla, qué hacer con el dinero recogido como compensación de las empresas mineras u otras, e incluso si la valoración monetaria es contraproducente al negar la importancia de otros valores. Si Sunita Narain hubiera escrito un libro más largo, podría haber analizado ejemplos de la India con pertinencia mundial, tales como el debate en las Niyamgiri Hills en Odisha. Mi opinión es que el enfoque de la economía estándar (aunque se vista de “ambiental”) requiere el uso de una unidad común de medida ─un numerario monetario─ para todos los diversos valores y luego busca los trade-offs entre ellos. Este enfoque supone la conmensurabilidad de valores. En cambio, los economistas ecológicos y los activistas reconocen y aprecian la inconmensurabilidad. Argumentamos que es engañoso y puede ser contraproducente para la conservación reducir la diversidad de lenguajes de valoración (la subsistencia humana, la identidad étnica, los derechos territoriales, los valores ecológicos, la sacralidad, los valores estéticos) a una única medida monetaria de valor, que niega o menoscaba la legitimidad de otros lenguajes desplegados en tales conflictos ecológico-distributivos.

El capítulo 6 tiene por tema principal la gestión del agua; otras treinta páginas de argumentación basada en detalladas descripciones de visitas a distintos lugares de la India. El inicio de este capítulo podría haber sido el principio del libro. En 1990 Sunita Narain y Anil Agarwal viajaban por una ruta de curvas hacia Bikaner en Rayastán, en un nuevo Maruti 800 rojo que Anil aprendía a manejar. Allí escucharon hablar sobre los antiguos y nuevos sistemas de recolección y distribución de agua, acerca de los cuales no tenían ni idea. Aprendieron el vocabulario técnico y el funcionamiento de esos sistemas, y más tarde los compararon con las prácticas sociales y técnicas de otros lugares, como Hiware Bazar en Maharashtra. Anil era ingeniero; tanto él como Sunita aprendieron deprisa sobre la gestión del agua en las muy diferentes regiones de la India, y en 1997 publicaron juntos el libro Dying wisdom: rise, fall and potential of India’s traditional water harvesting systems. Concluyeron que la economía política hidráulica colonial había sido muy inferior al conocimiento local. Sunita Narain escribe:

¿Recuerdan el film Lagaan, en el que Amir Khan se enfrenta al dominio colonial de quienes quieren cobrar el lagan (un impuesto) a pesar de que lleva mucho tiempo sin llover? El objetivo de ese impuesto en teoría era la construcción de obras públicas por parte del Estado colonial; el Departamento de Obras Públicas construiría sistemas de regadío para llevar agua a los campos. Pero el resultado de cobrar el impuesto era que las comunidades locales no tenían dinero para inversiones locales.

Por último, el capítulo final es un valiente intento de dibujar un plan para el futuro mediante la propuesta de alternativas: un distinto tipo de planeamiento urbano con un uso no abusivo, sino equitativo, del espacio para el tráfico rodado; un mejor sistema de gestión del agua y las cloacas; construcción de algunas represas, pero dejando un caudal ecológico mínimo del 50 % en todos los ríos y en todas las estaciones del año; nuevas soluciones para la economía política de la defecación humana; medidas para la conservación de los bosques. En resumen, respetar la necesidad de un ambiente natural a escalas local, nacional y global (ya que la India es un actor internacionalmente muy relevante), mediante el recurso a tecnologías antiguas y actuales, y en contra de la precipitada carrera del crecimiento industrial basado en combustibles fósiles. Dedica elogios a la modernización ecológica y a políticas públicas plausibles y prácticas. Tanto en este último capítulo como a lo largo del libro, Sunita Narain es menos radical que su contemporáneo Ashish Kothari (también nacido en 1961) y su “democracia ecológica radical”, o ecoswaraj. No obstante, es improbable que el actual Gobierno de la India, con el primer ministro Modi, les ofrezca un Ministerio de Economía y Medio Ambiente a ninguno de los dos. (Xanax) Deben ejercer su influencia a nivel local e internacional a través de otros medios y en otros entornos sociales, lo que incluye escribir y publicar libros agradables, interesantes e instructivos como este de Sunita Narain.

 

Bibliografía

Warlenius, R., G. Pierce y V. Ramasar, 2015. “Reversing the arrow of arrears: the concept of ‘ecological debt’ and its value for environmental justice”. Global Environmental Change, 30, pp. 21-30.

Warlenius, R., 2017. “Decolonizing the atmosphere: the climate justice movement on climate debt”. Journal of Environment and Development. Disponible en: http://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/1070496517744593.

* Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universitat Autònoma de Barcelona. E- mail: joanmartinezalier@gmail.com.

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