Amaranta Herrero*

Palabras clave: ecofeminismo, crisis de los cuidados, crisis ecológica, movimientos feministas

Directora general de FUHEM, Yayo Herrero centra su trabajo en el activismo ecofeminista. Es licenciada en Antropología Social y Cultural, educadora social e ingeniera técnica agrícola. Está fuertemente vinculada con los movimientos sociales, principalmente a través de Ecologistas en Acción.

 

Yayo, en múltiples ocasiones se te presenta como una formidable –e increíblemente pedagógica– activista ecofeminista. ¿Podrías dar una definición de ecofeminismos y explicar por qué te sedujeron a ti personalmente?

Todos los ecofeminismos plantean la existencia de un potencial diálogo entre los ecologismos y los feminismos para abordar de una forma mucho más compleja y mucho más potente y sinérgica las cuestiones de las que cada uno de los movimientos se ocupa por separado. Hablamos de ecofeminismos porque hay diferentes maneras de encarar este diálogo. ¿Y por qué me sedujo a mí? Yo había llegado al ecologismo consciente de que los seres humanos somos completamente dependientes de la naturaleza de la que formamos parte y de que vivimos en sociedades conformadas por economías y políticas que socavan directamente las propias bases de la vida humana y del resto del mundo vivo. Y cuando empecé a ver cómo los análisis feministas planteaban la radical vulnerabilidad de cada vida humana en solitario y que no solamente somos seres ecodependientes, sino también interdependientes, me di cuenta de que, en efecto, los problemas de sostenibilidad de la vida humana no se pueden abordar pensando solo en las relaciones con la naturaleza, sino que también hay que pensar en las propias relaciones entre las personas. Me pareció que la mirada ecofeminista, al poner en diálogo ambas miradas, me permitía comprenderme mucho mejor como especie y como persona, así como comprender mucho mejor el sentido relacional de la vida en su conjunto.

¿Podrías elaborar una explicación de la relación entre la crisis de los cuidados y la crisis ecológica de la que has empezado a hablar?

Suelo decir que estamos viviendo un momento de verdadera guerra contra la vida. Lo que llamamos desarrollo, las dinámicas que consideramos de progreso, se construyen directamente en contra de las bases materiales que sostienen la vida. Y eso nos lleva a preguntarnos cómo son esas bases materiales. Somos naturaleza. Y eso significa que debemos asumir que somos parte de un entorno físico que tiene límites. Nuestro planeta tiene límites físicos tanto en aquello que se suele denominar no renovable, es decir, lo que existe en una cantidad limitada en la corteza terrestre, como en lo que llamamos renovable, porque nuestra vida se organiza en flujos y ciclos que tienen su propio ritmo. Y estos ritmos chocan de manera frontal con las dinámicas expansivas y veloces de lo que se ha constituido como nuestro modelo de producción de bienes y servicios. Un modelo que, de forma mayoritaria y hegemónica, en este momento es el capitalista. Para poder sostener el metabolismo de este sistema, hace falta extraer cantidades ingentes de materiales y energía, y se han llegado a alterar algunos de los ciclos naturales que nos sostienen y que explican por qué existimos como especie.

Además, no solo somos seres ecodependientes y, por tanto, sujetos a los límites biofísicos del planeta, sino que, como decíamos antes, somos seres interdependientes. Es decir, cada persona, desde que nace hasta que muere, depende absolutamente de que haya otros seres humanos que cuiden de ese cuerpo vulnerable en el que vivimos encarnados, sobre todo en algunos momentos del ciclo vital. La cultura dominante permanece ajena no solo a los límites, sino también a la inmanencia y la vulnerabilidad de cada cuerpo en solitario. Ha construido una especie de idea de transcendencia, como si cada uno de nosotros pudiéramos concebirnos como emancipados de la naturaleza y de nuestro propio cuerpo. No es así. Vivimos en la naturaleza y vivimos en nuestro cuerpo, que envejece, que enferma, que tiene que ser cuidado. Y si es posible que algunas personas piensen que pueden vivir emancipadas de la naturaleza y del cuerpo, es porque en otros lugares hay sujetos subordinados, invisibilizados, que se ocupan de sostener esa vida. En el caso de las sociedades patriarcales, han sido mayoritariamente las mujeres quienes se han ocupado de sostener los cuerpos. Y en muchas ocasiones lo hacen en condiciones de falta de libertad, obligadas por mecanismos materiales y simbólicos, como la noción de deber o el mito del amor romántico, o bien por miedo. Es decir, son sujetos subordinados e invisibilizados, encargados de sostener la vida dentro de un sistema que la ataca.

Ante esta doble crisis que has explicado, ¿cuáles son las soluciones propuestas por los ecofeminismos y a qué retos se enfrentan?

Si hablamos de cómo salir de este atolladero en una publicación como Ecología Política, obviamente no hay que contar la situación que atraviesa el planeta, aunque si fuera otro tipo de publicación sí sería necesario. Porque un problema enorme de la crisis civilizatoria que afrontamos es que, a pesar de su manifiesta gravedad, permanece desapercibida política y socialmente. Si nos planteamos desde un punto de vista ecofeminista cómo darle la vuelta a esta situación, pues tenemos que actuar en múltiples dimensiones. El primer problema es trabajar para revertir cultural, política y socialmente esa falsa división que se ha creado dentro de las sociedades occidentales –y posteriormente, por su influencia, en el resto del mundo– entre la cultura y la naturaleza. Como si sociedad y naturaleza fueran dos cosas radicalmente diferentes. Esto significa que necesitamos hacer cambios profundísimos tanto en los sistemas educativos como en la conformación de la noción de economía, que se mueve en el mundo de los valores abstractos y que ha cortado el cordón umbilical con la Tierra y los cuerpos.

El ecofeminismo se centra en una primera tarea que no parece propositiva, aunque lo es radicalmente: deconstruir los mitos y las creencias que nos han llevado a esta situación tan complicada. Mitos y creencias como la noción de producción, la idea del crecimiento ilimitado, el tema del individualismo y la falsa independencia, la patologización de la dependencia… Son ideas o categorías con las que las personas actuamos en el mundo y tomamos decisiones. La deconstrucción de esas nociones es absolutamente fundamental. Y luego necesitamos infundir de ecofeminismo un montón de líneas. Por ejemplo, la ciencia. El mundo de la ciencia y la tecnología ha crecido muy anclado en visiones mecanicistas según las cuales el planeta funciona como si fuera un gran mecano y en otras que han apartado toda una serie de conocimientos importantes. Muchos de estos conocimientos se han tejido en el marco invisible de los hogares, y también en las culturas de los pueblos originarios. Se trata de conocimientos y sabidurías despreciados, y creo que en este momento es imprescindible incorporarlos en los sistemas científicos para reorientar una tecnología que, en muchos casos, es responsable de los problemas que afrontamos.

La segunda pata importantísima es la economía. Creo que la confluencia entre las economías ecológica y feminista aporta mucha luz para unirse a otras miradas emancipadoras que puedan recomponer los sistemas económicos. Esto implica hacerse tres preguntas: ¿cuáles son las necesidades que hay que satisfacer para todos y todas?; ¿cuáles son los bienes que hace falta producir?, y, por último, ¿cuáles son los trabajos socialmente necesarios? Cuando lo pensamos desde el punto de vista de las necesidades, por un lado, damos valor y ponemos en el foco de la prioridad algunas tareas que ahora mismo están subvaloradas e invisibilizadas. Y, por otro lado, quitamos de esa mirada prioritaria muchas otras actividades que ahora mismo se manifiestan como dañinas. Y esto hay que hacerlo con procesos de transición adecuados porque las muchas personas que trabajan en esos sectores o en esas mal llamadas producciones, que van en contra de la vida, tienen que ser protegidas y reincorporadas en el metabolismo social con funciones que no sean destructivas, sino que puedan ayudar a la recomposición.

También tenemos que incidir en la política. Es decir, colocar la vida en el centro significa dar prioridad política a cosas muy diferentes. Significa pensar de otro modo en la seguridad, que ya no será el blindaje de las élites y de los negocios, sino el blindaje de la satisfacción de las necesidades de las personas en un planeta que tiene límites físicos y que compartimos con el resto del mundo vivo. Asimismo, implica priorizar y repartir un poco no solamente la riqueza, sino todos los trabajos y todas las obligaciones que comporta el mantenimiento de la especie. No somos solo las mujeres quienes tenemos que sostener cotidianamente la vida. Si nadie puede vivir sin cuidados, nadie debe poder vivir sin cuidar. Y los hombres y las instituciones se tienen que responsabilizar de ello. Pensar el mundo de un modo ecofeminista también implica pensar en el marco de los derechos. Además de existir derechos individuales, los derechos tienen una dimensión profundamente relacional. Si alguien tiene derecho a poseer cuanto se le antoja en un planeta con límites físicos, es porque hay personas que son desposeídas de ese derecho. Si los derechos no son universalizables, en realidad legitiman un sistema de privilegios que directamente expulsa de la vida, o expulsa a sus márgenes, a las mayorías sociales que no pueden llegar a los mínimos. Por lo tanto, creo que tenemos por delante una tarea importante, una tarea de cambio civilizatorio, que no es fácil, que no es sencilla, y a la que tenemos que sumar mayorías sociales como sea, pero en la que nos va muchísimo.

Dado que los ecofeminismos, además de teoría social, son movimientos sociales que a veces cuesta identificar, ¿qué luchas ecofeministas concretas existen, tanto en países del Sur como en países más ricos?

En el Sur hay muchísimos ejemplos. Ahora mismo tenemos abiertos múltiples conflictos de corte ecosocial protagonizados por mujeres. Por ejemplo, existen conflictos extractivistas prácticamente en todo el mundo, pero sobre todo en América Latina, en Asia y en África, donde las mujeres ejercen un papel protagonista enorme. Muchos de ellos no son movimientos autodenominados ecofeministas, sino movimientos protagonizados por mujeres que, precisamente por estar en esos movimientos, van alcanzando nuevas cuotas de poder en sus comunidades.

Más difícil es caracterizarlos en el Norte. Pero los hay. Por ejemplo, el movimiento animalista está abrumadoramente protagonizado por mujeres. En los procesos neoextractivistas que se están proyectando aquí, hay una importante presencia de mujeres, como por ejemplo en el movimiento antifracking en el norte de la Península. También es muy grande la presencia de mujeres en todo lo relacionado con el tema de los alteradores hormonales. Encontramos muchísimas mujeres articuladas en torno al problema de los productos químicos que influyen en la salud de las personas. Por no hablar del campo de la agroecología. Todo lo que tiene que ver con la alimentación saludable, tanto en el campo como en la ciudad, cuenta con una presencia de mujeres enorme. Pero incluso si nos enfocamos en las sociedades urbanizadas, encontramos movimientos que no se identifican claramente como ecofeministas porque el entorno urbano no es un entorno natural. Pero no es casual que los movimientos, por ejemplo, en defensa de la vivienda tengan participación mayoritariamente femenina. Porque la vivienda, y el urbanismo, es el aspecto más territorial del marco urbano.

* GenØk – Centro de Bioseguridad Noruego, Tromsø, Noruega. E-mail: amaranta.herrero@gmail.com

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